UN PAÍS CON ENTRAÑAS DE AGUA
Cada sociedad y cada región tiene historias, mitos y costumbres arraigados, plantados como cimientos que sostienen una identidad cultural...
En algunos esta identidad cultural es palpable, se corta con machete, se come y se respira, nace de la tierra con las plantas, entre las piedras. En otros sitios hay tanta agua que el alma del país flota como si fuera de corcho.
Panamá es de estos últimos: el país entero parece sumergirse a ratos y flotar otras veces, empujado por el movimiento constante del agua en cualquiera de sus formas.
Es notorio el predominio del agua en Panamá: el país es más conocido por sus aguas que por su territorio, cortado en dos por un sablazo interoceánico: el Canal de Panamá.
Este atajo líquido de 80 kilómetros de largo tiene más historia de la que pudiera pensarse.
Comienza a proyectarse en 1534 (entonces sin éxito) por el rey Carlos V de España. Más de tres siglos después, el conde francés Ferdinand de Lesseps inició los trabajos de construcción, pero veinte años más tarde el paso seguía inconcluso.
La obra fue inaugurada el 15 de agosto de 1914, como resultado del esfuerzo -nunca desinteresado- de los norteamericanos, que lo tuvieron en su poder hasta el último día de 1999.
Y vaya que es notable la influencia del país de las barras y las estrellas en el territorio que algún poeta llamó la breve cintura de América: junto a los pueblos pesqueros, los muelles atiborrados de pelícanos y las mujeres indígenas que ofrecen artesanías, hay vendedores de artículos made in cualquier parte, shopping malls que parecen laberintos. Todo, todo se paga en dólares, porque el Balboa, la moneda nacional, es una abstracción que sólo se materializa en monedas fraccionarias.
A este injerto de modos de vida tan distintos bien podría llamársele Centroamerican Way of Life.
Pero la supremacía del agua desborda el ejemplo del canal. Por todo Panamá hay manifestaciones de este flujo que recorre el territorio. "Aquí sólo tenemos dos estaciones -comenta un taxista estacionado frente al malecón: cuando llueve, y cuando no".
Es cierto, porque el agua se mueve, vive y se acomoda. Más allá del malecón, en un área conocida como el casco antiguo, la marea es tan radical que muchos barcos que flotan por la noche, de día quedan encallados en la arena como ballenas de metal.
Entonces los empleados aprovechan para hacer reparaciones al casco de la embarcación y los niños buscan cangrejos en ese territorio confiando en que aunque el mar se va, siempre regresa por ellos.
Vicente_alfonso@yahoo.com.mx