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El voto

GILBERTO SERNA

En los últimos días, primero en voz baja, después de manera abierta, sin el menor asomo de vergüenza se escucha, en centros de reunión a nivel nacional, que el día de las elecciones se debe de emitir un voto nulo. En la ciudad de Puebla , la comunidad entera, enfadada por los duros acontecimientos de estos días y el odio que les concitan los políticos, acordó protestar dejando de acudir a votar el próximo 5 de julio, convirtiéndose en precursora de la rebeldía contra los endriagos que resultan de los comicios, emitiendo su sufragio en blanco con el franco propósito de anularlo y evidentemente pretendiendo que la clase política aprenda que ha llegado la hora de poner un hasta aquí a los desmanes que, aducen, están arruinando al país. No se trata de iniciar una campaña contra un partido político determinado, pregonan, sino de una dirigida a todos sin distingos, dado lo que significa para la nación, dicen, los enormes gastos que representan quienes disfrutan de las canonjías que origina el ejercicio del poder público, considerando un desperdicio que no beneficia sino a los que se encaraman en los puestos de elección popular. El movimiento, encabezado por Gabriel Hinojosa, primo del presidente Felipe Calderón Hinojosa, rechaza a los partidos y a sus candidatos, pero no a la democracia, -hay quien dice que para que la cuña apriete ha de ser del mismo palo.

Esos señores, que proponen una especie de brazos caídos contra los comicios, olvidan que el hombre desde los griegos no ha inventado otro sistema mejor, para elegir a sus representantes populares, que acudir a la ciudadanía a través de los votos depositados en las urnas. El país en que crecimos, antes de acceder a la democracia, resolvía las elecciones a punta de balazos. -Ahora también hay detonaciones, que hasta donde se sabe, no tienen nada que ver con las elecciones, lo que aclaramos por aquello de las multas que impone el IFE-. Lo cierto es que no queremos volver a esos tiempos de incertidumbre. Hagamos que el voto valga, pero no les dejemos a las futuras generaciones disputas bañadas en sangre. No es enfrentando a los ciudadanos los unos contra los otros, donde germine el odio y la violencia, como resolveremos nuestros problemas. Nos estaríamos metiendo en un berenjenal de pasiones acabando con los procesos electorales. No estamos de acuerdo en que impere la ley del más fuerte. La única forma de terminar con esta guerra sin cuartel que estamos librando, es recurriendo al voto ciudadano.

No propugnemos el abstencionismo, que aprovechan unos cuantos para llevar agua a su molino. Mejor es acudir a las urnas olvidando nuestras diferencias emitiendo nuestro sufragio libre y sin coacciones, por el candidato que mejor nos acomode, aunque luego se olviden de sus compromisos con el pueblo. Dicen en las calles de nuestras ciudades que si votamos por gente corrupta, indebidamente así califican a los que compiten en la contienda electoral, nosotros no seamos corruptos, no nos dejemos convencer. Los que manejan la cosa pública desde la barricada de los partidos tratan a cualquier costo de mantenerse en el poder, eso es de cierta manera comprensible, lo que no es concebible les hagamos el juego tratando de impedir que la ciudadanía acuda y deposite su voto en las ánforas. Se percibe un hartazgo social, del resultado, amañado o no, de los comicios en que los partidos reciben dinero a carretadas sin que, una vez acabada la contienda, el pueblo sólo reciba a cambio promesas que nuestros políticos olvidan tan pronto amanece el día siguiente. Que eso no nos haga desfallecer en busca de una auténtica democracia.

Que el voto no sea una broma pesada, depende de cada uno de nosotros. Al fin y al cabo hasta ahora les hemos permitido que hagan y deshagan. Combatamos la corrupción, en todos los órdenes del quehacer humano, pero sin caer en la seducción de los que quieren inficionar los procesos electorales. No caigamos en la tentación de mutilar nuestro derecho de acudir a las urnas. Hagamos del día de la votación una fiesta cívica en que demostremos, a propios y extraños, que no somos pusilánimes, timoratos o melindrosos. Iremos a las urnas porque con todos los vicios, marrullerías o socaliñas que puedan desplegar los partidos políticos, dejaremos las puertas abiertas para que en el futuro, hombres y mujeres con otra actitud, más valientes y altura de miras, puedan ejercer el derecho de elegir a sus gobernantes, sin vacilaciones, dudas o incertidumbres. En fin, hoy estamos en una encrucijada: abolir el voto o no, ésa, como diría Shakespeare, es la cuestión. Muchos serán los peligros que nos acechen, no dejemos que la intolerancia siente sus reales entre nosotros.

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