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Elogio de la suprema cursi

Relatos de andar y ver

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

Durante un debate sobre tan espinoso tema, un senador norteamericano famosamente proclamó: "¡No puedo definir qué es pornografía; pero sé que lo es cuando la veo!" Algo así se puede decir de lo cursi: es muy difícil hacer una definición, pero como que la mayoría de los mortales sabemos que algo es cursi cuando nos topamos con ello. Esto es, siempre que el mortal en cuestión no sea él mismo cursi. Porque ésa es una de las características de lo cursi: quien se ve afectado por ese síndrome no alcanza a distinguirlo. Lo que para unos es lírica castellana purísima, para otros es bochornosa melcocha: "Página blanca/fue mi corazón".

Sean estas haladas palabras el prólogo de un breve homenaje a la reina del romanticismo empalagoso, el lugar común convertido en literatura de fácil digestión, la suprema cursi: Corín Tellado, quien la semana pasada dejara este mundo luego de publicar cientos de novelas rosas y de alcanzar un honroso segundo lugar en ventas de todos los tiempos en lengua española, detrás de un tal Miguel de Cervantes Saavedra.

Antes de seguir, y para ilustrar algunos puntos, dos anécdotas personales dos:

Primera: mi abuela paterna nació en 1899 y murió a los 98 años de edad; así pues, vivió prácticamente todas las vicisitudes del siglo XX, a las que se acopló con encomiable espíritu de adaptación (Además de que le ganó en longevidad a su contemporáneo Fidel Velázquez, récord que constituye un motivo de orgullo familiar algo sonso). Sólo tiró la toalla a principios de los ochenta, cuando se negó a perfeccionar la técnica del uso del control remoto de la tele. La comprendimos: había pasado del quinqué a la luz eléctrica (carísima), de la caja de hielo al refrigerador, de don Porfirio al PRI (básicamente lo mismo) y de la caseta al fondo del patio al excusado de cerámica como derecho humano inalienable: ¡Ya estuvo, no? Pero en el tiempo que compartí planeta con ella, un elemento se mantuvo inconmovible: cada quincena adquiría su revista "Vanidades", para estar al tanto del mundo de la moda contemporánea, enterarse de las veleidades de las estrellas de Hollywood y tratar de entender por qué a las princesas de Mónaco les encantaba irse a la cama con guaruras de toda cepa. Y en esa revista, durante todo ese tiempo, se mantuvo inalterable una sección, que se anunciaba como letanía en cada portada: "Una novela de Corín Tellado". Una novela distinta, se entiende; dos al mes; durante décadas. Ignoro si mi abuela las leía (lo dudo), pero desde entonces admiré lo prolífico de la señora Tellado. Parecía tener más aguante y fibra que mi abuela, lo que en sí mismo parece sobrehumano.

Segunda: en la carrera, un compañero de ingeniería tenía una afición desconcertante: leía una novela de vaqueros cada dos o tres días. Era de esa pulp fiction con tramas predecibles, y personajes acartonados y con nombres que harían sonrojarse a Rulfo y García Márquez (Jack Lumber, Jimmy Quick, cosas por el estilo). Yo no entendía cómo podía perder el tiempo con ese tipo de lecturas

El obituario de Corín Tellado hablaba de 400 millones de libros vendidos, con sabrá Dios cuántos títulos. Según mis cuentas, sólo en las revistas de mi abuela han de haber aparecido más de 450. Por supuesto, no eran ningún prodigio de creatividad, imaginación ni originalidad. En un descuido y la misma historia apareció en diciembre de 1967, abril de 1974 y agosto de 1986 y nadie se dio cuenta: ni las lectoras, ni los editores ni la misma señora Tellado. Después de todo, sus novelas eran creaciones troqueladas de acuerdo a las mismas pautas: joven mujer con una o varias desventajas (pobre, provinciana, huérfana, fea, Adelita de Lopejobradó) batalla horrores para conseguir a un caballero galán y simpático como Patas-Verdes. De hecho, la presentación de los personajes era prácticamente invariable: "Él era de tez ______ (bronceada, morocha, apiñonada), con ojos _____ (verde intenso, azul destellante, de abismal profundidad)". Escoja la opción que quiera.

Pero como en el caso de mi amigo en tiempos de estudiante con sus historias de vaqueros, en el transcurso de las cuales el Viejo Oeste debería haberse convertido en un erial sin seres vivos (excepto los "buenos" sobrevivientes, que siempre se quedaban con montaraces muchachas de rubias trenzas

En primer lugar, como decía antes, hay que admirarle su fecundidad, aunque pariera un montón de clones más o menos iguales: después de todo, la mayor parte de su obra fue escrita ¡a máquina!, antes del procesador de palabras. Y aunque la fórmula se repitiera, supongo que de vez en cuando había sus dosis de suspenso e imprevisibilidad. Además de que, evidentemente, respondía a las necesidades de un mercado que demandaba ese tipo de literatura.

En segundo lugar, Corín Tellado nunca tuvo pretensiones de ser lo que no era. Servía el platillo que todo el mundo esperaba, sin presumir de chef ni andar disfrazando el epazote. Ser una escritora honesta en el siglo XX, sobre todo en tiempos del best-seller y la parafernalia promocional que sale más cara que la edición del libro, créanme, no es enchílame otra.

Y en tercer lugar, para mucha gente era la única lectura accesible

Así pues, cursi y todo, repetitiva y todo, hay que honrar a doña Corín Tellado

Consejo no pedido para que caiga en sus brazos el espigado trigueño: ¿Qué puedo recomendar con este tema? ¿Películas de los Soler? Provecho.

PD: Mañana empezamos el Diplomado en Evolución Histórica de México. Informes 729 63 63 Extensión 7100.

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