Llámenme romántico, pero suelo echarle porras y brindarle mi apoyo moral a todos aquellos que buscan romper marcas, que pretenden hacer lo que otros no han logrado, que empujan los límites de la humana especie mucho más allá de lo que se supone es para lo que estamos hechos.
Claro que no cualquier récord. Digo, aquellos que quieren batir la marca de más pulpos vivos comidos en cinco minutos, por mí puede morirse atragantado por un cefalópodo, o de una congestión. No, me refiero a esas marcas que se conquistan por simple afán de demostrar que es posible trasponer las fronteras de la paciencia y la esperanza humanas. Esto es, y sobre todo, aquellos records que simplemente están ahí durante un tiempo, y quedan derrotados por gente que le pone alma, corazón y vida (y dinero propio) a la empresa.
Uno de los records que durante décadas resultó una obsesión para mucha gente, y que al ser traspuesto prácticamente quedó en el olvido, es el de romper la barrera del sonido en tierra. Esto es, viajar a una velocidad mayor que el sonido montando no un avión a propulsión a chorro (lo que desde hace medio siglo no tiene ningún chiste) sino en un vehículo con cuatro ruedas que estén tocando la tierra.
Tal récord ya tiene una docena de años. En 1997, un equipo británico encabezado por unos tales Richard Noble y Andy Green alcanzó una velocidad de 1,223 kilómetros por hora, apenas rebasando la velocidad del sonido. Con ello parecía que los principales records de este tipo habían sido alcanzados, y que los loquitos empeñados en construir autos-jets serían cosa del pasado.
Pero el número del récord como que no sonaba bien. ¿1,223? Puesto en millas estaba peor: 763 millas por hora. Así que un equipo norteamericano de voluntarios animosos, encabezado por otros tales Ed Shadle y Keith Sanghi se aventaron la puntada de adquirir un motor que alguna vez perteneció a un Lockheed F-104 Starfighter, el avión de caza interceptor estrella de los cincuenta y sesenta, se lo adaptaron a un chasis aerodinámico, y han empezado a hacer planes de batir el récord para el próximo año. ¿La meta? Alcanzar las 800 millas por hora en tierra. Algo así como 1,283 kilómetros por hora. Lo que es vivir en el error de trabajar sin el sistema métrico decimal
El bólido en proceso de mejoramiento, como decíamos, es el producto del esfuerzo e ingenio de voluntarios. Por ejemplo, el paracaídas para frenarlo es impulsado por dispositivos de desecho de los que abren las bolsas de aire en los automóviles. Fueron comprados en un yonke a $25 dólares la pieza.
Y así va todo el proyecto. Como decía, ese tipo de esfuerzos tienen mi bendición. Al menos le ponen pimienta a la vida, y reviven el espíritu aventurero que fue el que, en realidad, construyó este mundo. No los financieros y banqueros, los apoltronados en sus escritorios; sino gente como los intrépidos reparadores de bicicletas llamados Orville y Wilbur Wright.