No se vislumbra solución fácil ni comienzo de compostura. Hablo en general de la situación del país, de la percepción colectiva de ingobernabilidad e inseguridad, del deterioro económico en todas las esferas. Enfrentamos una problemática de múltiples facetas. Una coyuntura vinculada estrechamente a nuestra peculiar historia y compleja diversidad; al anquilosado sistema clasista de favoritismos cuyas trazas van más allá de la Colonia. A mi parecer resulta claro que romper el desigual status quo es lo prioritario.
Como si fuera un relámpago, la avasallante modernidad lo descarriló todo, sacando a la luz la debilidad de nuestro Estado. Las instituciones han sido superadas en la contención de conductas humanas que terminaron apedreándolo. El debilitamiento en consecuencia de los marcos institucionales de referencia aceleró la descomposición. El desorden se generalizó por dondequiera, agravando y multiplicando las deficiencias, y nublando los puntos de partida para la reconstrucción. Sentada al fin en el trono la madre de los círculos viciosos.
Ante ese panorama, letras y gritos son el eterno quejarse de todos los días. Mas las quejas no deben quedar sólo en lamento. Su preámbulo debe ser reflexión, y ésta debe acompañarse de propuesta. Aunque la enmarañada madeja complique cualquier disección; aunque, desde una mirada aérea, lo agreste (intrincado) del camino dificulte encontrar la solución indicada. Se precisa buscarla (exigirla) desde lo individual y desde la participación ciudadana. Buscar llegar allí y no quedarnos. La prohibición única es callar, enmudecer; sucumbir a la percepción de que, ante una problemática que todo lo desborda, cualquier esfuerzo individual es estéril.
Mas el pesimismo flota en el aire. Surgen comentarios fatalistas en cualquier mesa. El discurso del derrotado. El brazo torcido contra fuerzas más grandes. La resignación de quien nada puede hacer. De aquel que prefiere cambiar hábitos, esconder centavos, aguantar al límite y en silencio que la olla a presión no explote. Incluso hay quienes con resignación dolorosa han decidido quemar las naves como única salida. Miles de mexicanos están dejando sus hogares, su tierra, sus cosas, resignados ante una compostura improbable. Su abandono alimenta también nuestro círculo vicioso.
Ante estas circunstancias no hay romanticismo que valga, ni justificación alguna que ose contener al pesimista. No más nacionalismo como opio tentador. El pragmatismo individualista se sobrepone: "podrá alguien arreglarlo, pero no seré yo, y si se compone la cosa, pues regreso". Una solidaridad que ya no suma; un "a la carga mis valientes" que no encuentra eco. Un desencanto inmenso. Panorama negro lleno de retos.
Acrecienta la problemática el comportamiento de quienes nos gobiernan. La clase política se muestra sin capacidad ni voluntad de buscar soluciones viables. Se presenta cual voraz jauría en persecución del beneficio propio; cacería de zorros. Son un grupo de tenedores de la institucionalidad sin capacidad para defenderla, de fortalecerla, sin ni siquiera conciencia de su importancia. Trepadores del hueso, tenedores de prebendas, dueños de la plata. Engordamiento del bolsillo mientras dure. La billetiza como fin último del puesto en turno.
La corrupción alimenta y conduce la forma de hacer política. La compra de liderazgos y dádivas. El pragmatismo atroz. La politización excesiva. Las campañas interminables. Los spots recurrentes. Aquel que vive de reelegirse. La posición óptima es la que da despensa para comprar simpatías. No me des, ponme donde hay. Un condón, una pena de muerte, una tonadita atractiva. La ausencia de propuesta integral y de respeto institucional. El desproporcionado apetito de la jauría devorando instituciones.
Todo aquello crece y convulsiona a un México que ha cambiado aceleradamente en las últimas décadas. Un México que ha crecido en infraestructura, en población y en intereses, que ha ensanchado sus diferencias, que ha experimentado cambio social y movilización, que ha dejado a tantos sin oportunidades. Un país cuyos cambios estructurales han hecho a un lado a las instituciones políticas, que no han podido adecuarse a las nuevas circunstancias y demandas. La huntingtoniana afirmación es espejo de lo que ocurre: "cuando son altos los índices de movilización social y de expansión de la participación política, y son bajos los niveles de organización e institucionalización política, el resultado es inestabilidad política y desorden".
Sólo controla su futuro quien organiza su política -decía Huntington. La institucionalidad es el sitio para procesar los acuerdos, para que el Gobierno gobierne. Entonces el fortalecer la institucionalidad en este país es imperante. Eso podría resultar claro. Mas ¿cómo hacerlo, si las jaurías las tienen coptadas?, ¿si son sólo piezas de ornato para saciar su apetito?
Pareciere entonces imposible reconstruir la política, si la política en sí por sus vicios se ha desprestigiado; si quienes conducen tienen intereses contrarios, y cualquier germen de contención institucional comprometería el sistema corrupto de prebendas que les da de comer. Hacerlo sería matar a su madre de círculos viciosos. Pareciere entonces claro que ese cuadrilátero no puede exigírseles. ¿Entonces cuál otro sería? ¿Desde qué otro sitio puede hacerse política efectiva? ¿Las candidaturas ciudadanas?
En realidad lo ignoro y por ello aquí termino. No sé cómo seguir. Pero por allí hay una hebra que deberíamos jalar.