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En defensa de la piel urbana

Las laguneras opinan...

LAURA ORELLANA TRINIDAD

 T Orreón estuvo de fiesta esta semana con dos grandes eventos: uno para los apasionados del futbol, otro para los entusiastas de la cultura. Para mi fortuna, pude asistir aunque brevemente al Intercom 2009, una celebración en la que se encontraron personas de todo el mundo vinculadas al quehacer museístico.

Con el tema Museos: trabajando en colaboración, se puso en relieve la importancia de la comunidad en sus diferentes papeles: como gestor, como público o con el que se hacen alianzas estratégicas y se forman redes. Seguramente en las próximas semanas se publicarán reseñas de las ponencias presentadas, pero hoy quisiera destacar un aspecto que parece repetirse en numerosos lugares del mundo y que normalmente contribuye como un detonador en la búsqueda de identidad de los habitantes de un pueblo y es la defensa de la arquitectura, de la piel urbana. Además, muchos de los edificios que se defienden y se recuperan, normalmente pasan a albergar algún museo.

Por supuesto, ese movimiento ha estado presente en la sociedad lagunera. Recordé nuevamente la lucha de diversos actores de nuestra comunidad en la recuperación del Teatro Martínez y de la famosa Casa Morisca o Alhambra. Me parecen dos casos emblemáticos en los que la comunidad lagunera, de manera decisiva, participó: en la primera con éxito; con la segunda no hubo posibilidad: la casa fue demolida, hoy sólo la recordamos quienes en algún momento la evocamos entre brumas en una esquina de la Colón.

Me volví a sorprender por las dudas con que la comunidad lagunera defendía los edificios de los que hoy nos enorgullecemos, de la manera en que se fue configurando aquello que se consideramos valioso, digno de protección para las generaciones futuras.

Ya muchos saben que a mediados de los años setenta, se conformó un grupo amplio de personas interesadas en rescatar el Teatro Isauro Martínez. Ese movimiento derivó, para nuestra fortuna, en un patronato que se ha hecho cargo de su mantenimiento y desarrollo desde los años ochenta. Al inicio de este proceso, un pequeño grupo de estudiantes de la UAC buscó al entonces dueño del Teatro Martínez, Manuel Espinosa Yglesias y se aportaron afuera de sus oficinas en la Ciudad de México. No tuvo más remedio que recibirlos. Para el libro El Teatro Martínez: patrimonio de los mexicanos, recogimos mediante entrevista, la interesante conversación que sostuvieron y que da cuenta de la lucha por preservar un edificio significativo:

Espinosa Yglesias les dijo a los estudiantes lo siguiente: "En primer lugar ese teatro no es una obra de arte ni es ningún monumento histórico (...) un monumento histórico es algo que tiene cientos de años (...) no puede ser una obra de arte, porque el Teatro Martínez no es ningún arte, tiene una mescolanza de art noveau, de art déco, de arte morisco, no tiene nada definido: lo hicieron de chile, tomate y manteca (...) Lo que deben hacer ustedes, en una ciudad moderna como Torreón, es darle paso a la modernidad. Vamos a hacer un cine moderno con vidrios, con cristales, elegante, que sea digno de una ciudad como la de Torreón" (sic).

Los jóvenes respondieron: "Para los laguneros, el Teatro Martínez es lo más antiguo que tenemos; para los torreonenses, es lo más histórico que tenemos y además el edificio está bonito. Torreón no tiene muchos edificios bonitos y dentro de los inicios, como todo. lo que inicia, esa es nuestra historia (...) En cuanto al arte, a nosotros el Teatro Martínez se nos hace muy artístico, se nos hace algo fuera de serie porque no hay otra obra de arte en un edificio más bonito que el que tenemos ahí (...) es lo único que tenemos, no tenemos más, y ese es el valor que le damos al Teatro Martínez". (sic).

Unos años más tarde, don Emilio Herrera expresó en su columna Mirajes, un sentir parecido con respecto a la demolición de la Alhambra.

"¡Qué están derribando la Alhambra! ...son miles de torreonenses los angustiados y confusos que quisieran hacer algo para salvar de la demolición el singular edificio, saber qué hacer, a quién recurrir; que sienten que ese inmueble es patrimonio de la ciudad y que, como tal, debe ser preservado para la posteridad (...) Puede ser bonito o feo, gustar o no gustar, funcional o no, encajar en este estilo arquitectónico o en aquél o en ninguno, pero, por encima de todo, habla del carácter de nuestros hombres en la época en que fue construido (...) Todo torreonense, amante de su ciudad, todo Club de Servicio, toda Cámara, todo Grupo de Profesionistas, todo Sindicato, todo Partido Político, todo mundo debe oponerse a que este acto destructivo se consume!".

De alguna manera, estas protestas y toma de conciencia histórica de lo que poco que poseíamos como comunidad, fueron el antecedente para valorar todos los edificios que se han recuperado y en los que hoy habitan museos. Junto a la recuperación del patrimonio arquitectónico, se transitó a la reflexión sobre los elementos que nos hacen únicos: el casco de la hacienda del Torreón, las antiguas oficinas de Peñoles y los talleres de carpintería y herrería de los Ferrocarriles Nacionales de México hospedan tres museos de elementos que nos pusieron en la mira nacional e internacional: el algodón, los metales y el ferrocarril, respectivamente; los migrantes, nacionales y extranjeros, contribuyeron a que nuestra sociedad fuera multicultural, antes de que se pusiera el término de moda y una manera de recobrar esta influencia se manifiesta en la Casa del Cerro; la Revolución fue lagunera antes que mexicana y por ello es importante destinarle un espacio de reflexión adecuado: no hay uno mejor que la Quinta Lim. El edificio Arocena y el Casino de La Laguna, han sido un espacio privilegiado para el desarrollo del Museo Arocena. Este último nos abre al goce, al disfrute: inaugura en la región la mirada hacia el exterior, lo que nos complementa.

Me parece que la celebración de este congreso, permite señalar un nuevo rumbo para Torreón. Una ciudad abierta, que en estos días recibió las experiencias del mundo.

Lorellanatrinidad@yahoo.com.mx

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