"La caridad es dañina a menos de que ayude al beneficiario a independizarse de ella."
John D. Rockefeller
El Gobierno de la República nos dice que es necesario subir los impuestos para combatir la pobreza. No extraña el escepticismo. Muy poco de lo que se obtiene de los impuestos en México se utiliza para combatir la pobreza. El mayor porcentaje ha sido empleado para construir una gran e ineficiente burocracia.
El escepticismo ante la propuesta de aumentar los impuestos para combatir la pobreza se ha vuelto especialmente marcado por el alza en los índices de pobreza de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) del INEGI entre el 2006 y el 2008. La pobreza general se elevó en estos dos años, ya en el Gobierno de Felipe Calderón, de 42.6 a 47.4 por ciento de los mexicanos; la pobreza extrema lo hizo de 13.8 a 18.2 por ciento.
Este aumento ha sido ampliamente señalado en los medios de comunicación y en los discursos de los políticos. El presidente Calderón y algunos de los miembros de su equipo han tratado de convencer que el fenómeno es producto de la crisis económica, sólo que ésta empezó en México a principios de 2009, después de la medición de la pobreza de 2008. El economista Luis de la Calle me llama la atención al hecho de que esta alza en la pobreza no es consecuencia de una baja en los ingresos monetarios de los más pobres sino de una caída de sus ingresos en especie.
Efectivamente, el comunicado 191/09 del INEGI del 16 de julio de 2009 señala que el ingreso monetario de los mexicanos no se redujo sino que aumentó 1.6 por ciento en términos reales entre 2006 y 2008. La caída en los ingresos procede de un desplome de las "transferencias en especie". En contraste con el aumento de los ingresos monetarios, estas transferencias tuvieron una fuerte caída de 21.7 por ciento real en estos dos años.
¿Qué pudo haber ocurrido entre el 2006 y el 2008 que hizo que bajaran de forma tan importante las transferencias en especie? Ni el INEGI ni el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) ofrecen una explicación.
No puede culparse de este descenso a una baja del gasto oficial gubernamental, que en el 2008 alcanzó su nivel más alto de la historia y que tuvo también el componente social más elevado de todos los tiempos. La única explicación que surge a la mente es que el 2006 fue un año electoral. No sólo hubo comicios para elegir al presidente de la República, sino también a 628 legisladores federales y a un numeroso grupo de gobernadores, presidentes municipales, regidores y diputados locales. Al parecer en el 2006 la práctica mexicana de compra del voto, a través de transferencias en especie, fue tan fuerte que produjo un espejismo de disminución de la pobreza.
Si comparamos las cifras de pobreza de 2008 no con las del 2006 sino con las del 2004 nos encontraremos con una razonable estabilidad. La pobreza generalizada aumentó en esos cuatro años sólo de 47.0 a 47.4 por ciento mientras que la miseria se mantuvo en 18.2. Esta estabilidad en las cifras de pobreza es congruente con el escaso crecimiento económico del país en el periodo.
Las cifras de pobreza parecen ratificar así que la clase política sigue comprando el voto de los más pobres. También nos señalan que las dádivas no combaten realmente la pobreza. Mientras no tengamos inversión y crecimiento que generen empleos productivos, los regalos de los políticos en tiempos de elecciones sólo servirán para ocultar la pobreza pero no para reducirla.
La subsecretaria de Relaciones Exteriores, Lourdes Aranda, rechazó el 18 de septiembre la opinión del Grupo Verde en el Parlamento Europeo contra la designación de Arturo Chávez Chávez como nuevo procurador de la República. Es una decisión interna del Gobierno de México, dijo. Pero si el Gobierno mexicano no reconoce las decisiones de las instituciones de Honduras, ¿por qué deberían los extranjeros abstenerse de intervenir en los asuntos de México?
