Era un secreto a voces. Barack Obama es un brillante político, un reconocido abogado y un líder por demás carismático.
Pero de economía y de finanzas sabe lo que usted y yo conocemos sobre la creación del planeta Marte.
En poco más de dos meses de su Gobierno la economía norteamericana sigue en picada, prácticamente en una caída libre.
Los planes financieros de rescate, tanto para la economía en general como de algunos sectores en lo particular, no han convencido a nadie.
Cada vez que se aprueba un plan de estímulos o de rescate la bolsa de Nueva York registra nuevas pérdidas.
Obama dijo antes de tomar el poder que la economía habría de empeorar para después iniciar su recuperación de una manera lenta, pero consistente.
Lamentablemente nadie imaginó que ese empeoramiento llegaría a niveles tan dramáticos.
El desempleo es cada día más pavoroso, sólo en California la tasa de personas sin trabajo superó en febrero el 10 por ciento, la más alta en los últimos veinte años.
En la depresión de 2009 el desempleo superó el 40 por ciento, estamos lejos todavía de llegar a tales niveles, pero un 10 por ciento tampoco es para estar muy tranquilo.
Lo más preocupante son las críticas de expertos en contra de varias de las acciones oficiales que por cierto, han sido ignoradas olímpicamente.
Algo parecido a lo que ocurrió durante el Gobierno de George W. Bush tanto en la tragedia del huracán Katrina como en los atentados terroristas de 2001.
Son varios los expertos en finanzas que han aconsejado a Obama detener esos planes de rescate porque han resultado contraproducentes.
Quizá en el sector bancario se justifica "meter dinero al malo" para evitar una contaminación de la crisis y provocar un estallido del sistema financiero.
Pero en otras áreas inyectar recursos es una actitud paternalista además de antieconómica.
El sistema norteamericano cuenta con mecanismos muy concretos que han demostrado su efectividad a lo largo de la historia.
La quiebra de General Motors e incluso de la Ford es preferible a meterle recursos que no alcanzarán a cubrir los adeudos como tampoco los grandes salarios de los directivos así como los beneficios de una casta obrera que ha exprimido a la industria automotriz.
La quiebra en GM como en otras automotrices les permitiría detener por el momento el alud de pagos de sus pasivos. Al mismo tiempo los obligaría a reducir personal, los beneficios sindicales y reestructurar a fondo dicho sector.
La debacle en los mercados bursátiles que se ha traducido en desempleo, en desplome de inversiones y en un clima de desánimo, deberá combatirse con estrategias integrales y no sólo con la inyección de dólares. Obama y su equipo tienen la palabra.
Por cierto, México se contagió de este grave virus para generar una devaluación del peso de casi un 50 por ciento y una drástica caída en la bolsa de valores.
Las autoridades mexicanas tampoco han actuado con la celeridad y eficiencia deseadas tal como si esperaran a que el peso se recupere por mandato divino.
A estas alturas es muy importante proteger las reservas en dólares que tantos años y esfuerzo han costado. Que los especuladores paguen un dólar caro y que los sectores productivos puedan importar insumos y maquinaria a través de un dólar preferencial.
El presidente Calderón y el secretario Carstens tienen la responsabilidad de frenar la severa golpiza sufrida por el peso. Las consecuencias pueden ser terribles. Envía tus comentarios a: