Para Richy, con cariño
¿No sé por qué escribo de esto, ahora? ¿Será porque se cumple un año de que nos dejaste? ¿O es que te he traído en la mente más que otras veces?
No lo sé, sólo sé que te pienso y repienso en tu paso por esta vida y todo cuanto nos enseñaste.
Tú fuiste el primero en la línea de sucesión, el primero entre los nietos de mis padres y ellos te adoraban.
Mi padre hablaba de ti, como quizás nunca lo hizo de ninguno de nosotros. Pero eso no nos importaba, porque todos hablábamos igual de ti, siempre con mucho cariño y orgullo.
Fuiste un niño rebelde y aguerrido, al que nunca le gustó la escuela. ¿A quién le gustaba?
Tus metas siempre fueron otras, abrirte al mundo y volar cuanto antes. Te urgía vivir, como si supieras que tu tiempo estaría limitado.
Te casaste muy joven y comenzaste a vivir fuera del hogar, muy pronto. Fundaste una familia que te adora y les diste cuanto estaba a tu alcance.
Tal vez fue entonces cuando advertí en ti un don que pocos tenemos. El don de la como-di-dad.
Así como Dios te daba, tú también dabas a los tuyos y a otros.
Pronto aprendiste esa lección de la como-di-dad.
Las cosas no duraban mucho tiempo en tus manos, siempre iban a parar a las de otros.
Te pasaste la vida luchando, echado para adelante, jamás retrocedías ante nada, ni te arredraban los peligros. Pero eras un hombre noble; orgulloso de su origen y sin limitaciones.
Nunca te hizo falta la escuela. Sabías bien que los trabajos se aprenden mejor en la calle y que los títulos, sólo indican que pasamos por las aulas, mas no que somos aptos para desarrollar una profesión.
Solidario, como lo fuiste siempre, estuviste con nosotros en las buenas y en las malas, más en estas últimas que en las otras, porque los triunfos los disfrutabas de lejos, pero invariablemente te hacías presente en las adversidades.
Había que calmarte, cuando reaccionabas impulsivamente frente a las injusticias, lo cual no era fácil. Pero como eras gente de razón, finalmente acababas por ceder a nuestros consejos.
Te gustaba la buena vida y la viviste a plenitud.
Fuiste un buen hijo, excelente hermano y magnífico padre.
¿Quién tiene la calidad moral para hablar de los defectos de otros si todos los tenemos?
Tu partida nos sorprendió a todos. Tuve que acompañar a tus padres a pasar ese trago amargo, muy amargo.
Toda la familia quedó en silencio, cada cual tratando de digerir a su manera ese duro momento.
Te extrañamos cada día y tu ausencia duele, lo he dicho, duele mucho. Tratamos de compensarla con otros afectos, pero todo es en vano.
Tus padres han dicho públicamente, que perdonan a quienes te asesinaron, pero sabes, yo no puedo, mi fe no me da para tanto. Creo que se tiene que hacer justicia y un acto así no puede quedar sin castigo.
No quiero ciclarme en los malos recuerdos, sino en los buenos. En los momentos hermosos que vivimos juntos. En el nacimiento de tus hijos y las fiestas de Navidad que pasaste con nosotros.
Aunque te lo hice sentir, no recuerdo haberte dicho cuánto te quería, pero al igual que tú a mí, siempre te tendí la mano cuando lo necesitaste.
Te sentías orgulloso de trabajar en un cargo similar al que ocupara tu abuelo, antes de morir; y conservabas su última credencial de identificación como un preciado recuerdo.
Luego, la vida te llevó por otros caminos, pero te sentías satisfecho, porque desempeñabas tu trabajo en forma correcta y eficiente.
La vida nos va quitando cosas y personas, güero, y en el camino, vamos dejando pedazos del alma que se van junto con nuestros seres queridos.
Contigo se fue una parte muy hermosa de mi his toria personal.
Extraño tu gran sentido del humor y esas anécdotas casi grotescas, de tus cacerías y del rancho.
Gracias por todo cuanto nos diste y hoy como siempre: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de su mano".
