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En un principio fue el Verbo

ADELA CELORIO

En este año Darwiniano y evolucionista, no faltará quién ponga en duda aquello de que en un principio fue el Verbo, pero como yo sigo siendo hija de María, insisto en creer en el prodigio de que a la sola mención de las palabras: "Hágase la luz," la luz se hizo y el Señor la nombró día y a las tinieblas noche.

Con su sola palabra ordenó el caos, pobló la tierra y creo al hombre: "macho y hembra los creó" y para hacer a la parejita a su imagen y semejanza y darle sentido a su estancia en la tierra, les otorgó el Don de la palabra.

Asombrados ante la paradisiaca belleza, comenzaron a balbucear palabras como alegría, amanecer, agua, cielo, flor, amor

Así fue como el mundo giró por mucho tiempo de una manera más o menos presentable, hasta que el hombre comenzó a decir palabrotas como celos, traición, enemigo, guerra, muerte.

Para contrarrestar el daño, dijo también justicia, leyes, y fraternidad, aunque a esas buenas palabras las siguieron jerarquía, obediencia, sometimiento, penitencia; y con ellas quedó maniatada la libertad.

Todavía cuando yo era una chiquilla, hablar era cosa de hacerlo con cuidado porque uno se jugaba los dientes. "Para servir a usted" me enseñaron a decir, y en lugar del ¿qué? desafiante con que responden los chiquillos postmodernos, los niños antiguos debíamos responder con un respetuoso "mande usted".

"Con permiso y buen provecho" decíamos antes de retirarnos de la mesa, y ¡salud! cuando alguien estornudaba. ¡Saluda niña! y yo, más que empequeñecida ante los grandotes, balbuceaba tímidamente: ¡hola!

Despedir a papá cuando salía por las mañanas con un: "Que Dios te acompañe" era un ritual que no se cuestionaba.

Y como las buenas palabras generan casi siempre buenos modos, la tierra fue por muchos años un planeta acogedor.

Claro que también caímos en el barroquismo al decir cosas como "pase usted a su humilde casa", pero aún eso era mejor que los policías con metralleta que nos reciben hoy en cualquier parte.

Alguien que sabía mucho pero que no recuerdo quién fue, advirtió: "Cuida tus palabras porque se volverán actos.

Cuida tus actos porque se volverán costumbres, cuida tus costumbres porque forjarán tu carácter, cuida tu carácter porque formará tu destino, y tu destino será tu vida".

Pero resulta que no las cuidamos sino que por el contrario, comenzamos a acuñar palabras como consumo, banca, crédito, usura y codicia que con el tiempo generaron violencia e impusieron nuevas costumbres y oscuros destinos que sólo pueden expresarse con lenguaje sucio como contaminación, corrupción, narcotráfico, diputados o gordillo; sin que nadie después de pronunciarlas pueda evitar sentir asco o al menos la necesidad de desinfectarse la boca. "Y tu destino será tu vida".

La clave de la incomunicación en la que hoy vivimos es el recelo y la confusión. "No puede ser casual que las nuevas expresiones de afecto sean ultrajes reciclados.

No puedo reproducir aquí todos los elogios que escuché a una angelical estudiante de 16 años. Me limito a uno: -ese güe... es un buen ped..." nos cuenta el escritor Juanito Villoro; y yo siento una desaforada curiosidad por saber cómo será el mundo que se está forjando con expresiones como: "está de pelos" "no mam..." o "¿te cái?"; que reflejan claramente el desprecio de los jóvenes por el lenguaje que les hemos heredado.

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