De nuevo llegamos al comienzo, o al fin, como se quiera ver, del ciclo principal que se vive en el cristianismo y por lo tanto en occidente. Un ciclo que se representa año con año y que da inicio con la navidad y se continua con otras fiestas, como la epifanía , y la semana Santa. Este ciclo que se extiende incluye otras fiestas que no son religiosas, como todos los días de algo que festejamos y las fechas cívicas, en nuestro caso como esenciales, independencia y Revolución.
El ciclo es la representación total de la existencia. En las antiguas civilizaciones que apreciaban mucho más su relación con su principal actividad económica, las que les daba de comer y los mantenía con vida, las fiestas estaban relacionadas con los ciclos vitales de la naturaleza, sobre todo con los tiempos de la siembra y de la cosecha. Las religiones politeístas tenían dioses a los que había que complacer, o para tener lluvias, o para tener las condiciones apropiadas para la cosecha. En nuestra religión, acudimos a los santos, o al mismo Cristo o a la virgen en sus diferentes acepciones, y los relacionamos con lo que sucede en la naturaleza, pidiendo que intercedan por nosotros para conseguir cosas que nos beneficien.
Pensar en los ciclos es creer que nuestra vida tiene un sentido; o sea, una dirección. Que hay un objetivo que conseguir o una meta que alcanzar, eso es lo que produce el movimiento. Alcanzada la meta, entonces viene el triunfo. Si conseguimos la buena relación con la naturaleza, esta nos proveerá de sus frutos y la sociedad podrá sobrevivir, pero no solamente sobrevivir, sino disfrutar lo que el trabajo y la buena relación con la tierra o con aquello que producimos, nos proporciona.
Los buenos tiempos de La Laguna era cuando el algodón se convertía en oro blanco capaz de producir el bienestar necesario en esta región. Por ahí he escuchado, que cuando el río no se comportaba como debiera de ser, iban a sus márgenes a pegarle o a llamarle la atención; o si no llovía, se celebraban misas en su lecho seco para que la naturaleza cumpliese con su parte.
Los ciclos se significan con las fiestas. En las culturas que conservan sus tradiciones, aún mantienen las mayordomías; o aquella persona que durante todo el año se prepara para hacer una celebración determinada invitando a todo el pueblo a ella. En nuestro caso existen las reliquias, que es una manera de compartir los bienes recibidos, o que quisiéramos recibir, con aquellos que nos rodean. Es una convivencia comunitaria donde se trata de dar; recordar, tal vez, las primeras comunidades del cristianismo donde todo se compartía.
Con los ciclos anuales alimentamos nuestro sentido de ser. Si comparamos una obra dramática con estos ciclos encontraremos que en ambos existe la acción y eso es lo que importa, y que esa acción tiene un objetivo, obtener un bien o evitar un mal. Aquí no hay lugar para puntos intermedios.
La acción, en ambos casos, es producido por un conflicto; en el caso de el teatro son muchos los tipos de conflictos, en el caso de los ciclos sociales por lo general lo que se representa es esta lucha entre el bien y el mal, o resolver de alguna manera u otra el caos. El conflicto humano es un símil del conflicto cósmico. Todo viene a reducirse a lo mismo, que sentido tiene la existencia y cuales son las cosas que tengo que ejecutar o vencer para lograr el triunfar, de llegar a la meta, de resolver el conflicto, de obtener la salvación.
Cada año venimos a representar las mismas cosas. La Navidad es algo más que el nacimiento de alguien; es el nacimiento de un salvador que viene a resolver el conflicto de la muerte física y a convertirla en vida espiritual. La crucifixión es la otra parte que viene a completar el sentido, junto con la resurrección. Si n o existiera esto último, entonces, según el pensamiento cristiano nada de esto tendría sentido porque no habría ninguna parte a la cual llegar.
El sentido trágico de la vida, la tragedia griega, en ello se basta. No hay salvación; porque el hombre no puede intervenir en su destino que ya está escrito. En el caso del cristianismo si la hay y el hombre lo forja con su libertad; por eso el hombre intenta relacionarse con la naturaleza de diferentes formas, puesto que esto es lo que subraya sus sentidos. Lo obtenga o no en un año , lo intentará en el otro; si no lo hace así, entonces habría que enfrentar no sólo al caos, sino a la inutilidad de la vida, o a la inutilidad de ser consciente de la vida, puesto que no habría sentido alguno, dirección alguna la cual seguir. V ida/muerte bien/mal, la lucha de los contrarios, el conflicto, el movimiento, las cosas que nos están llenando de razones para proseguir , para intentar conseguir la presea final. El ciclo me lo recuerda.
Cuando se acaba el conflicto se acaba la acción y cuando no hay acción, es inútil contar nada. Lo más aburrido del mundo es leer un cuento donde no pasa nada, donde no hay acción , donde no hay conflicto. Dios al hacer al mundo lo hizo conflictivo, por ello evoluciona. Si no lo huera querido hacer así, entonces lo hubiese hecho estático, sin movimiento alguno, sin conflicto, sin conciencia. En cualquier texto que usted lea de la antigüedad, mitológico o religioso siempre la referencia es la misma; lo que existía era el caos y la existencia comenzó a partir del caos, el desorden, el conflicto sin solución y la vida es un continuo darle solución a lo caótico pretendiendo llegar, a la armonía perfecta donde el conflicto desaparezca, y por ende la vida y por ende nuestra existencia que ya no va a ser digna de ser contada.
Bendito Dios que cíclicamente vivimos, tejiendo y resolviendo constantemente nuestros conflictos. Habrá que prepararnos de nuevo para vivir la Navidad.