A lo largo de la historia, los poderosos se han aprovechado de los débiles. En todo caso, lo que hemos conseguido mal que bien, es que los poderosos al menos intenten guardar las apariencias, y no le hagan tan fuerte manita de puerco a los débiles.
Claro que hay de maneras a maneras. Algunas potencias han convertido en todo un arte la capacidad de influir sobre países que no se les pueden poner al brinco. Pero hay otras que no esconden su enojo y deseos de venganza en caso de que alguien se les salga del huacal.
La República Popular China es uno de esos países que por su poderío y peso específico a nivel mundial, a veces se pasan de rosca a la hora de hacer saber qué les gusta y qué no. Y como los chinos son relativamente nuevos en eso de las relaciones internacionales, no son muy sutiles que digamos.
Uno de los temas que más hacen enojar a los chinos es lo relacionado con la autonomía del Tíbet, el trato que les dan a los tibetanos y las protestas contra el culturicidio que los chinos vienen realizando en ese altiplano desde hace medio siglo. Y lo que de plano hace que los chinos se paren de pestañas del puro coraje, es la atención que el mundo le pone al líder espiritual de los tibetanos, el Dalai Lama.
China hace lo posible por aislar y silenciar al Dalai Lama. Con algunos países les funciona, con otros no. Hay aquellos que necesitan el comercio chino para mantener su planta productiva, o para tener acceso a la nutrida "piratería" de ese origen. Y ésos suelen no buscarle tres pies al gato, y le sacan la vuelta a todo lo que tenga que ver con el buen monje, quien ganara el Premio Nobel de la Paz por tratar de liberar a su pueblo por las buenas.
Pero lo que hizo Sudáfrica en estos días, sencillamente no tiene nombre.
Resulta que en ese país se va a realizar una conferencia mundial sobre la paz y el deporte, como preludio a la serie de eventos que culminarán con la Copa del Mundo del próximo año. La conferencia iba a reunir a numerosas personalidades defensoras de los derechos humanos y promotoras del arreglo pacífico de los conflictos. Por supuesto, a un acontecimiento de este tipo no podía faltar el Dalai Lama.
Pero resulta que Sudáfrica se negó a darle la visa, alegando que ello iba en contra de los intereses del país. Traduciendo: le zacateamos a represalias de los chinos si lo dejamos entrar y hablar. Por supuesto, ceder al chantaje de tan pérfida manera fue muy mal recibido: algunos participantes de renombre decidieron cancelar su visita, en protesta por una censura tan burda al Dalai Lama. El Comité Nobel estaba considerando si asistir o no.
La verdad, ¡qué manera tan lamentable de enseñar el cobre! Y de ceder a presiones de un país situado al otro lado del planeta.