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Errores de traducción

EL COMENTARIO DE HOY

FRANCISCO AMPARÁN

Un viejo chiste del mundillo político de Estados Unidos asegura que el mejor empleo del mundo es el de vicepresidente; quien ocupa ese cargo se la pasa cachetonamente, no tiene responsabilidades importantes, viaja a donde le da la gana y el único requisito es tener un traje oscuro, para ir a los funerales de Estado. Ah, y poner cara de compujamiento.

En cambio, la peor chamba es la de expresidente. De pronto parece que el mundo se acabó: todo el poder que un día se tuvo en las manos deja de pertenecerle, y ha de enfrentar el juicio de la historia diez, veinte años, treinta antes de pasar a mejor vida. Lo único que les queda a los expresidentes es meterse en el circuito de conferencistas, escribir sus memorias y hacerse loco con la organización de la biblioteca presidencial, que tradicionalmente construyen como una especie de herencia histórica.

Otra alternativa de empleo es hacerla de embajadores de buena voluntad. Es a lo que se ha dedicado Jimmy Carter, sirviendo de observador para elecciones y supervisando procesos democráticos en muy distintos países… razón por la cual obtuvo el Premio Nobel de la Paz.

Y ¡oh, sorpresa!, es la nueva faceta que presenta el casquivano Bill Clinton… lo que tiene sus bemoles.

Hace una semana, Bill Clinton viajó a Corea del Norte para negociar con la paranoica dirigencia de ese país la libertad de dos periodistas norteamericanas, condenadas a prisión por andar cruzando la frontera sin permiso.

¿Por qué Bill? Bueno, en parte porque los norcoreanos lo respetan, dado que les dio su lugar mientras estuvo en la Casa Blanca. En esos extraños lares, Bill cuenta con buen cartel. Además, las periodistas trabajaban para el canal de televisión fundado por Al Gore, el antiguo vicepresidente de Clinton. Había un nexo personal por ahí.

El caso es que las lenguas viperinas de siempre sacaron a relucir que Bill había hecho lo que no hizo su mujer como Secretaria de Estado: defender los intereses de dos ciudadanas norteamericanas.

Parece que esos chismes le calaron a Hilary, porque anda medio eriza en lo referente a sus habilidades comparadas con las de su marido… quien no tiene ningún puesto oficial.

Hace un par de días, durante una ronda de preguntas por parte de estudiantes en una universidad del Congo, un muchacho preguntó (en francés) qué pensaba Obama sobre la injerencia china en el Centro de África. El traductor se equivocó y Hilary escuchó que la pregunta era qué pensaba… Bill Clinton. Hilaria se puso hecha un basilisco, diciendo que ella era la Secretaria de Estado, no su marido, y que ella era quien conducía las relaciones exteriores del Imperio. El pobre chavo se quedó de a seis, sin entender qué había pasado.

Luego se aclaró que había ocurrido un error de traducción. Pero el exabrupto de Hilary nos dice que la competencia entre los cónyuges toca una fibra sensible de quien perdiera la candidatura demócrata hace apenas un año. Así se hubiera puesto con la Mónica…

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