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España: La nueva pobreza del ladrillo

AP

ALMERIA, España.- Un día al mes, desde hace seis meses, Antonio Montoya Soto acude a las oficinas públicas de empleo. Con paciencia resignada, hace una cola cada vez más larga de desempleados que esperan cobrar el dinero del subsidio o cazar alguna oferta de trabajo.

No hace mucho tiempo, Montoya, de 54 años, llevaba una vida muy diferente, casi de ensueño, como obrero de la construcción. Compró una casa, dos coches y prosperó.

Su hogar es el recuerdo de los buenos años. El salón es acogedor y un patio con mesas y sillas muy coqueto prolonga la estancia como alternativa ideal en los calurosos días de verano.

Pero Antonio perdió su empleo el pasado agosto y con él, por aquello de que las desgracias nunca vienen solas, su esposa y sus cuatro hijos también se quedaron sin trabajo. Ahora, sobreviven con 750 euros (unos mil dólares) al mes de la prestación y viajan en autobús para no gastar dinero en gasolina.

"A veces pasaba de largo por la oficina de empleo y me decía a mí mismo que nunca me vería en esta situación. Fíjate ahora...", comenta cabizbajo, como sin dar crédito a lo rápido que han empeorado las cosas para toda su familia.

Bienvenidos a Almería, una de las ciudades más golpeadas por la recesión y la crisis en España. Si en el país, el desempleo está en el 13.9%, en esta soleada provincia del sudeste andaluz la tasa es del 25%, según el Instituto Nacional de Estadística.

Con el consumo estancado y el grifo de los créditos cerrado a causa de las turbulencias financieras, el gobierno admite que el desempleo alcanzará el 16% en 2010, pero algunos organismos económicos internacionales elevan sus predicciones hasta el 19%, dibujando para toda España el mismo camino tortuoso por el que ya transita esta provincia.

Almería es el espejo del vertiginoso viaje a los infiernos de la economía española, asfixiada por el pinchazo de una burbuja inmobiliaria que ha derrumbado el resto del tejido productivo como si fuera un castillo de naipes.

A simple vista, es una ciudad viva. Ha cambiado mucho desde que en los años 60 Clint Eastwood rodara en estas tierras semidesérticas clásicos del spagueti western como "Por un puñado de dólares" o "Lo bueno, lo malo y lo feo".

Cines, bares y restaurantes bullen al atardecer de una actividad frenética. Sin embargo, una mirada profunda al corazón de sus calles revela las heridas que la crisis internacional ha abierto en España.

Los carteles de "se vende" salpican los exteriores de decenas de viviendas cuyos inquilinos no pueden afrontar los pagos de la hipoteca. Algunos comercios aparecen cerrados a cal y canto. Pero, sobre todo, llama la atención la cantidad de obras paralizadas.

El paradigma del final de los días de vino y rosas en Almería se llama "Pueblo de Luz". Como si fuera un monumento erigido por la ironía del destino, el esqueleto de cemento de este macroproyecto urbanístico de centenares de viviendas permanece en pie junto a enormes grúas en silencio, porque la promotora no tiene dinero para pagar.

La economía de esta provincia se ha sustentado tradicionalmente en dos industrias: las canteras naturales de mármol y la agricultura intensiva de los invernaderos. Durante los años de bonanza, la construcción de turismo residencial, es decir segunda vivienda, se sumó a la fiesta para cerrar un círculo poco virtuoso.

La costa se pobló de urbanizaciones de lujo y campos de golf. El turismo británico, con la libra en buena forma, no tardó en colonizar la zona. En junio de 2006, unas 85 mil personas trabajaban en la construcción en Almería. Hoy, de acuerdo con un estudio publicado por los sindicatos, no llegan a las 19 mil.

Antonio Rosal, de 32 años, natural de Almería, pertence a Comisiones Obreras, uno de los dos sindicatos mayoritarios de España. En los últimos meses, se multiplica para poder asistir a las decenas de reuniones para negociar despidos colectivos en las empresas.

"Aquí nos hemos tirado 10 años viviendo a todo tren y resulta que no había tanta clase media como pensábamos", reconoce. "Sinceramente, creo que jamás llegaremos a lo que hemos tenido".

Rosal considera que muchos trabajadores han vivido estos años por encima de sus posibilidades, sin pensar un sólo instante que podrían perder su empleo.

Así era la vida de Antonio Montoya cuando ganaba mil 200 euros al mes y sus cuatro hijos trabajaban en sectores relacionados con la construcción. En su casa, viven tres de sus hijos de entre 17 y 32 años y la novia de uno de ellos, todos sin empleo. Con los 750 euros que Montoya cobra del subsidio y 400 euros que el gobierno concede a familias en dificultades paga 500 euros de una hipoteca que no vence hasta 2017, alimenta seis bocas y costea las facturas.

"Son momentos difíciles", reconoce. "Ahora, trato de no conducir por no gastar en gasolina y a veces comemos las sobras de dos días para ahorrar".

Para frenar la sangría de desempleados, el Gobierno invirtió más de 11 mil millones de euros en un ambicioso plan de obras públicas para emplear de nuevo a los desocupados de la construcción. Pero muchos expertos estiman que ningún rescate será efectivo.

Montoya es uno de los rostros detrás de la fría estadística. Como él, más de 800 mil familias tienen a todos sus miembros desempleados, según cifras del Instituto Nacional de Estadística.

Son lo que algunos expertos han bautizado como los nuevos pobres del ladrillo. Familias enteras que prosperaron al ritmo de una construcción desmedida de centenares de miles de viviendas durante la última década y que ahora, en menos de dos años, han visto su modo de vida destruido a la misma velocidad con la que el sector inmobiliario se ha desplomado a causa de la crisis.

Es la nueva realidad de este país, el agotamiento de un modelo productivo excesivamente dependiente de la vivienda en opinión de muchos expertos.

"La construcción ha sido una locomotora que ha arrastrado todo lo que ha encontrado a su paso en la caída", dice el catedrático Sandalio Gómez, de la prestigiosa escuela de negocios IESE de Barcelona. "Llegaremos sin problemas a los 4 millones 500 mil desempleados, y la tasa del desempleo se elevará hasta el 20%".

La gran preocupación, según el profesor Gómez, es que la bolsa de nuevos desocupados procedentes de la construcción será difícil de colocar.

"Estamos hablando de unos años en los que todo el mundo tenía dos casas y hasta tres coches", comenta. "España es un país sólido y nuestra tasa de ocupación es similar al resto de Europa. Saldremos adelante seguro. El problema es esta generación del ladrillo. Son trabajadores sin apenas formación. No la necesitaban, en realidad".

De vuelta al salón de Antonio Montoya, parece que la esperanza es lo último que se pierde a pesar de las dificultades. El banco, falto de liquidez, le ha dicho que no puede ayudarle con el pago de la hipoteca y le ha amenazado con inscribirle en la lista de morosos si no cumple con los plazos.

"Seguimos luchando... Buscamos trabajo todos los días", afirma Montoya.

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