La semana pasada hablamos en esta columna sobre las tecnologías que se vienen generando por la comunidad agronómica local, haciendo referencia a aquellas innovaciones obtenidas en la nutrición animal aplicables a los bovinos de leche con la finalidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que este tipo de ganado incorpora a la atmósfera, particularmente CO2 y metano.
Destacamos la importancia que esto tiene en virtud de la producción agropecuaria genera el 20% del total de GEI en el planeta, siendo una de las principales fuentes contaminantes del aire que han provocado el cambio climático global.
En la Comarca Lagunera este problema se acentúa en la medida que la concentración de ganado por unidad de superficies es significativa comparada con otras partes del país, ya que la suma del hato bovino lechero y de carne así como los caprinos, es casi igual a la población residente en esta región, sin contar otras especies nada despreciables como las aves, equinos y porcinos, explotados tanto en forma comercial como doméstica.
Ciertamente, vista esta actividad como cadena productiva forrajero-lechero-láctea ha resultado económicamente rentable y por consecuencia exitosa, tanto por las inversiones que se aplican en ella, los empleos que genera en el campo y la ciudad, el valor de su producción y su aportación en el PIB regional, la producción misma de 7 millones de litros de leche diarios que como cuenca lechera contribuye en un ramo deficitario en la medida que México es el primer importador mundial de leche en polvo descremada, le convierte en uno de los pilares de la economía lagunera con un alto grado de integración vertical y horizontal, que a la vez presenta un concentración acentuada en un segmento reducido de la población.
Sin embargo, el manejo actual de la producción de alfalfa y leche no es considerada sostenible y constituye una de las formas en que se ejerce una fuerte presión sobre los recursos naturales, no sólo sobre el aire sino también en el agua y de alguna manera el suelo.
Es inevitable reconocer los daños colaterales o derivados de estas actividades que han alcanzado la salud pública como sucede con el hidroarsenicismo producto de la sobreexplotación del acuífero principal.
En este contexto, la iniciativa que están tomando algunos productores agropecuarios de modificar el manejo de sus explotaciones o de agregar nuevas tecnologías que permitan reducir o mitigar esos impactos ambientales constituye una decisión acertada. Tal es el caso de la creación de biodigestores en los ranchos como una tecnología novedosa de manejo de los estiércoles que genera el ganado y como fuente alterna de energía, contribuyendo en la reducción de GEI, iniciativa que forma parte de una estrategia hacia la creación de un "establo verde".
En esta actividad desarrollada por los empresarios agroganaderos de la región, como en cualquier otra que implique una presión antrópica sobre el ambiente, es fundamental el involucramiento de los dueños o concesionarios del recurso sujeto a deterioro en los procesos que conduzcan a reducir el impacto ambiental y social que tienen las actividades que realizan, como lo es también la de los organismos reguladores de éstas.
Aplicar estas tecnologías significa un reconocimiento de los problemas que están provocando en el ambiente o en la salud pública, como es el caso, que aunado a los beneficios obtenidos también se acepte la responsabilidad y necesidad de contribuir en las soluciones.