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Exclusión

Diálogo

YAMIL DARWICH

Uno de los signos de la pobreza extrema es la exclusión, término elegante que se refiere a lo más profundo de la misma, lo muy doloroso: mendicidad, que se propaga en calles y cruceros de La Laguna y se acentúa cada invierno.

Es un proceso de lenta agonía que puede llevar muchos años; en el lapso, deteriora al ser humano hasta perder la autoestima.

Se manifiesta de dos maneras:

Interna: inicia con caída del ego, depreciación de la persona, desaparición de ilusiones y esperanzas, hasta llegar al total abandono y muerte. Externa: en la que se muestra grave descuido de la apariencia y aseo individual como lo más evidente, profundizando poco a poco, reflejándose en lo social con pérdida de la habilidad para relacionarse, llegando al choque y agresión a familiares, recibiendo como respuesta más rechazo, terminando por hundirse en la desgracia personal.

Un mísero-mendigo, carece de los soportes que permiten desear, planear soñar; muchos de ellos, al no contar con un techo que les guarezca, pierden la energía recibida con el afecto de sus familiares o al identificarse con su grupo comunitario, el barrio, por pobre que éste sea.

Es en el hogar donde construimos nuestra identidad como personas y nos fortalecemos para relacionarnos con los demás. Aquellos que viven en la calle, no tienen oportunidades para desarrollar sus capacidades humanas; por eso rompen con nosotros "los normales" y nos ven como ajenos -así nos comportamos con ellos- y hasta con recelo. ¿Qué podemos envidiarle al otro, más allá de su salud o la oportunidad de llevar una vida digna y decorosa?

La impotencia para atender las necesidades básicas los lleva a idear formas ilícitas para alcanzar los mínimos: comida, vestido, salud. Los que tienen oportunidad y pueden hacerlo roban, máxime cuando ese resentimiento social justifica sus actitudes de agresión y ruptura con el orden establecido; lo más lamentable: ellos mismos dimensionan su deterioro y en eso estriba la caída de la autoestima y respeto; alcoholizarse o drogarse es paliativo a la triste existencia, porque el descanso anímico que les provoca el estado de inconsciencia u obnubilación de la misma, les da fuerza y justificación para hacerlo; se dicen: al fin y al cabo ¿quién se preocupa por mí?

La desesperación, por no ser capaz de atenderse dignamente genera culpa; sentimiento morboso que provoca en la mente de los pordioseros sensación de fracaso, mezclada con desesperanza y hasta desprecio de sí mismo. El estado deplorable se va profundizando.

Habría que conocer toda esta postura teórica de la exclusión para poder entender sus causas, atacarlas y trabajar en atenderlas eficientemente.

La mendicidad, como reflejo social de la exclusión de esas personas, es un síntoma de una seria patología social que padecemos todos, aunque de inicio afecte al ser humano en desgracia, pero que igualmente tiene enferma a la comunidad que es incapaz de atenderla: nosotros y las autoridades que elegimos.

Todos estamos incluidos en esa triste enfermedad social y no es suficiente, de hecho es contraproducente, dar una limosna que tan sólo aturde la conciencia y sí complica y profundiza el problema.

Hacer un análisis de la realidad que viven estas personas sin hogar, despersonalizadas, desestimadas y desvalorizadas por sí mismas y por los demás, con pérdida de la esperanza de recuperar niveles de vida que pueda incluir los mínimos soportes de condición humana, es compromiso de aquellos conscientes que sienten haber cumplido con su propia satisfacción y comodidad.

Nadie puede disfrutar lo que tiene -algunos desperdiciar- olvidando a que a otros todo les falta. Hasta atenderlos por conveniencia es ganar seguridad para nosotros y nuestros cercanos.

Al ver en los cruceros de las calles a las mujeres indígenas con el niño cargado a la espalda -muchas explotadas por otros más hábiles-; descubrir al menor que pide una moneda con cara triste -quien ha desarrollado actitudes histriónicas-; esperar el cambio del semáforo en una bocacalle, invadida por vendedores de chicles, frutas u otras mercancías sin conmovernos, nos hace cómplices de la exclusión que por ineficiencia y hasta corrupción, sociedad y gobierno no hemos atendido en tiempo y forma. Algunos de nosotros, ante la frustración damos "limosnas", que de fondo son "aspirinas" para la conciencia propia.

Tampoco nos liberamos de la responsabilidad al bajar el vidrio de la ventanilla del auto y ofrecer algunas monedas de poco valor que abandonamos días atrás en el cenicero. Le pido que nos sumemos a la atención del problema social con acciones efectivas y coordinadas: usted elija que organización le parece la mejor para apoyarla.

Es con nuestro verdadero apoyo a las ONGs dedicadas a combatir el mal y exigiéndole al Gobierno su participación efectiva, como podremos atacar y sofocar, al menos disminuir un poco, la grave enfermedad de la exclusión social. ¿Acepta pensarlo?

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