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FAMILIA SIRVIENDO A LA VIDA

GERMÁN DE LA CRUZ CARRIZALES

[continuación De Ayer] Para los Santos Padres estaba claro que el amor a la humanidad era una marca propia de la naturaleza divina (San Gregorio de Nisa Or. Cat. XV, PG 45, 47ª), por ello consideran que la razón de la presencia de Dios entre los hombres (el Emmanuel) se debe al amor de Dios por ellos. 2. El misterio de Cristo. La concepción virginal del Señor conduce la mirada al misterio de Cristo. La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana. El "Emmanuel", es Dios con nosotros, es Dios mismo quien se reviste de carne humana para poder salvarnos de la muerte y del pecado. Él ha sido concebido en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. En Cristo se tiene la plenitud de la revelación. En Cristo se cumplen todas las promesas y se revela el misterio escondido del que habla San Pablo. El vaticano II afirma: "La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación". Y confirma: "Jesucristo, el Verbo hecho carne, → hombre enviado a los hombres, habla palabras de Dios (Jn 3,34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió (cf. Jn 5,36; 17,4). Por tanto, Jesucristo, con su total presencia y manifestación, con palabras y obras, señales y milagros, sobre todo con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, y finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con el testimonio divino. La economía cristiana, como la alianza nueva y definitiva, nunca cesará; y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tm 6,14; Tit 2,13)". (Conc. Ecum Vat. II, Const. dogm. Dei verbum, 2). Estas verdades fundamentales hacen sólida nuestra fe y nos ayudan a comprender la riqueza de nuestra vocación cristiana de frente a tantas otras propuestas y creencias de salvación. 3. María y José: servidores fieles del plan de Dios. En este domingo aparece también la figura de María, fiel esclava del Señor, en quien se cumple el plan salvífico. Ella es la verdadera "arca de la alianza" en cuyo seno virginal se encarna el Verbo divino. Ella brilla por su disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo. Este fiat de María "Hágase en mí" ha decidido, desde el punto de vista humano, la realización del misterio divino. Se da una plena consonancia con las palabras del Hijo, que, según la carta a los hebreos, al venir al mundo dice al Padre: "Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo... He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad". (Hb 10, 5-7). El misterio de la Encarnación se ha realizado en el momento en el cual María ha pronunciado su fiat: "Hágase en mí según tu palabra", haciendo posible, en cuanto concernía a ella según el designio divino, el cumplimiento del deseo de su Hijo". (Redemptoris Mater 14). ¡Qué modelo de obediencia de fe a las palabras divinas! Aquello que había sido anudado por la virgen Eva, ha sido desatado por la Virgen María. Aquel abandono de fe que no supo dar el rey Acaz, se ve fielmente realizado en María que dio su pleno consentimiento a la acción de Dios. Por otra parte aparece José. El Evangelio nos dice que es el hombre justo. Conviene tomar esta expresión en su sentido bíblico. Justo es el hombre que teme a Dios, el hombre piadoso, profundamente religioso; el justo es el hombre siempre atento a cumplir en todo la voluntad de Dios. José advierte que en María se está cumpliendo algo extraordinario, comprende la acción del Altísimo, su cercanía y su santidad. Experimenta el temor reverencial de la presencia de Dios, la indignidad de estar en la presencia de Dios. Es la misma experiencia de Moisés, de Isaías, de Jeremías, de Ezequiel. El ángel lo conforta, lo confirma en su misión de custodio de la Sagrada Familia, le habla de la grandeza del Hijo que nacerá de María. Y José acepta con sencillez la revelación de Dios y se somete filialmente aunque no comprende todo el plan de Dios. Se confió en las manos de Dios. 1. La amistad de Dios. Este domingo es una cordial invitación para renovar los lazos de amor y de amistad con Dios Nuestro Señor. "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a Su Hijo como propiciación por nuestro pecados". (1 Jn 4, 10). Al contemplar cómo Dios nos ama y nos busca y nos envía a su Hijo, debería nacer en nuestro corazón un sentimiento de gratitud y confianza. El Señor nos ama con un amor indefectible. Hoy en día hay muchas personas que sufren desesperación, depresión, abatimiento; han perdido la razón de su vida, situaciones matrimoniales inconciliables, rupturas familiares, vidas abandonadas en el pecado. De frente a esta realidad humana con su terrible realismo y dureza, de frente al misterio del pecado del hombre y de frente al misterio de la muerte, está el amor de Dios que es más grande que todo mal. El amor de Dios es eterno y su misericordia es eterna. Hagamos una experiencia profunda del amor de Dios. Sintamos que nuestras vidas, aunque heridas por el pecado y múltiples contradicciones, están en las manos de Dios y que lo bueno para nosotros es "estar junto a Dios". 2. El amor a la voluntad de Dios. La voluntad de Dios se manifiesta de mil maneras en nuestra existencia. Es voluntad de Dios nuestra creación y el don inconmensurable de la fe. Es voluntad de Dios mi salvación. Es voluntad de Dios mi pertenencia a la Iglesia Católica. Es voluntad de Dios mi misión en esta vida, mi familia, mis deberes cotidianos. También es voluntad de Dios mi salud y los avatares, a veces difíciles, de nuestra vida. Dios me va revelando esta voluntad progresivamente y es necesario tener la capacidad de leer todo esto en la fe. Lo verdaderamente importante es conformar la propia voluntad con la voluntad de Dios como lo hizo María, como lo hizo José. Sólo quien sabe renunciar a su propio egoísmo para acoger la voluntad de Dios puede ser verdaderamente feliz. En una oración atribuida a Clemente IX se recoge una bella expresión del amor a la Voluntad de Dios: "Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, ayúdame a pensar en ti; te ofrezco mis palabras, ayúdame a hablar de ti; te ofrezco mis obras, ayúdame a cumplir tu voluntad; te ofrezco mis penas, ayúdame a sufrir por ti. Todo aquello que quieres Tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque lo quieres tú, como tú lo quieras y durante todo el tiempo que lo quieras".

Espero que estas palabras nos permitan sentirlas a la luz de nuestras familias, pues decía Jesús, "No me digas que me amas, dime cómo vives". Estamos como siempre a sus órdenes en la dirección electrónica: despertar_es@live.com. Lo invito a visitar mi blog en donde encontrará más artículos de tu interés: www.familia.blogsiglo.com

"QUIEN NO VIVE PARA SERVIR, NO SIRVE PARA VIVIR".

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