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Familias

PLAZA PÚBLICA

Miguel Ángel Granados Chapa

Desprovisto del glamour de la presencia papal, hoy comienza en México el Sexto Encuentro Mundial de las Familias, una magna reunión de siete mil personas bajo el lema “La familia formadora en los valores humanos y cristianos”. Más que el acontecimiento en sí mismo, la posibilidad de que el Papa Benedicto XVI viajara por primera vez a nuestro país había suscitado amplio interés en el catolicismo mexicano y en patrocinadores que participarían de los costos del encuentro a cambio de derechos para su difusión. El chasco que significó para unos y otros el anuncio de que el Papa se limitará a enviar un mensaje se tradujo en ausentismo. Televisa no favorecerá la transmisión de los actos centrales que ni siquiera se realizarán en el Estadio Azteca, y el número previsto de asistentes se redujo a la mitad.

El ahora Siervo de Dios –así se debe llamar a quienes serán canonizados—Juan Pablo II creó estos encuentros, el primero de los cuales ocurrió en Roma, en 1994; y después las sedes fueron, cada tres años, Río de Janeiro, Roma de nuevo, Manila y Valencia. Cuando en enero pasado comenzaron los preparativos para la reunión que hoy se abre, fueron explícitas dos motivaciones. Por un lado “promover una recta conciencia moral que fortalecida por la gracia de Dios ayude a acatar fielmente su voluntad, que nos ha revelado por medio de Jesucristo y se ha sembrado en lo más íntimo del corazón de cada persona”. Y se añadió que “esto debe trascender al ámbito social para buscar una conciencia entre fe y vida y una adecuada promoción de leyes a favor de la vida y de los más pobres”.

Con pleno derecho, la Iglesia Católica hace bien en fortalecer las implicaciones morales de su credo, en este caso respecto de las familias. A ese deber y conveniencia corresponde la primera motivación enunciada. Pero la segunda propone un programa político, de promoción de leyes. Y en esa perspectiva el sexto encuentro se sitúa en la perspectiva de la discusión pública.

En tal sentido, la Iglesia no puede pretender que su concepción religiosa en general, y la familiar en general se conviertan en ley que obligue a todos, aun a quienes no son sus adeptos. Para evitarlo es preciso reafirmar los valores de la república laica, uno de cuyos pilares en la preeminencia del orden jurídico sobre órdenes morales particulares, por valiosos que sean y por más que los profese una mayoría. Los católicos que viven en sociedades donde su práctica religiosa es minoritaria saben bien de las cuitas que les asesta una hegemonía de la fe que, expresamente o en los hechos busca anular sus derechos a creer. Esas vivencias deberían ser difundidas en toda nación donde el catolicismo pretenda trato privilegiado en función de su número, de ser presunta o realmente mayoría.

Hay pues, dos dimensiones en el encuentro que hoy comienza y terminará el sábado, aunque haya una secuela que se extiende al sábado y el domingo. La primera, propiamente moral y eclesiástica, y la segunda de orden sociológico y político. En esta perspectiva se inscribe el debate sobre la naturaleza de la agrupación social que conocemos como familia, estática y rígida mirada desde la Iglesia jerárquica, cada vez más sujeta al cambio según la definen grupos y personas fuera de esa institución y aun dentro de ella, confiadas en su libertad de disentir en todo asunto que no sea dogmático.

La realidad demográfica da sustento a la afirmación de que no hay un solo modelo familiar, el compuesto por padre (como jefe), madre e hijos. Según datos del Instituto nacional de Estadística y Geografía, que conserva su sigla de INEGI, el número de familias con esa integración tradicional pasó de ser el 75 por ciento del total a fines de los ochenta, a ser el 68 por ciento en 2005. Esa disminución se refleja por contraste en el incremento del número de familias monoparentales que entre 2000 y 2005 creció de 14.5 por ciento a 16 por ciento. También van al alza otras formas de integración familiar, como las surgidas de la unión libre o el emparejamiento entre personas del mismo género, y el número de personas quienes viven solas, cuya familia son ellas mismas.

Ante esa realidad cobra sentido el llamado que un grupo de pastoras y teólogas, sobre todo de iglesias cristianas no católicas así como profesantes del catolicismo, bajo el título “En la diversidad familiar y religiosa se encuentra Dios”. Tras dar la bienvenida a los asistentes al VI Encuentro y valorar sus esfuerzos por mejorar la vida familiar proponen reflexionar sobre “la pluralidad familiar en clave de esperanza, confianza y respeto hacia todas aquellas personas que se esfuerzan por crear espacios de afecto, respeto, intimidad, apoyo y seguridad en sus hogares, independientemente del modelo familiar que estén experimentando”. Afirman, incluyéndose en la recomendación, que “las religiones necesitamos actitudes más misericordiosas y asertivas para buscar lo mejor de las distintas expresiones familiares en las que Dios está habitando y se está manifestando”.

Argumentan también que “no hay un modelo de familia cristiana. El mismo Jesús no se casó, no tuvo hijos y cuando le preguntaron por su familia, respondió que era ‘quien cumpla la voluntad de Dios (Mc, 3,35”. Por eso se inclinan por favorecer, más allá de un modelo familiar, “la compañía, el acompañamiento, la escucha, el diálogo, la negociación, la confianza, el respeto, el cuidado, la amistad, la equidad, la libertad informada y responsable y el respeto a los derechos humanos”.

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