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¡Felicidades!

ADELA CELORIO

 A Pesar de la presión social para que seamos austeros, para que no comamos ni bebemos en exceso en estas fiestas y para que nadie despilfarre su aguinaldo por aquello de la crisis... la euforia general es contagiosa, y alborotada la chica material que llevo dentro, como y compro sin control.

Amigos que no he visto en mucho tiempo se hacen presente y las invitaciones me llevan de aquí para allá. Acabo por integrarme al jolgorio y después de los brindis, abrazo al mundo y reparto sonrisas; aunque siempre llega el momento en que a solas y en silencio, mi corazón me dice que algo falta, que no es así, que estos días merecen por lo menos un poco de reflexión, de recogimiento, de humildad.

Se diría que el mensaje de "Paz a los hombres de buena voluntad" se desliza entre el ruido y las luces, me arrincona en la realidad, y por breves momentos ¡milagro navideño! me da por pensar. Y pienso que sí, que Dios existe y que felizmente no es el severo juzgador que nos observa constantemente para contabilizar nuestros pecados, ni exige a los hombres pelear en su nombre guerras santas.

Que no nos prueba con crueldades tan extremas como nos dicen que hizo con Abraham pidiéndole sacrificar a su hijo para demostrar su fidelidad. Pienso -decía- que el Dios que nos creo es único y sus designios inimaginables para nuestro escaso entendimiento; por lo que lo único que nos queda es respetar su obra y su infinita diversidad.

Pienso que todos los caminos son buenos para llegar a Él, que todos parten del inicial asombro, de la necesidad de buscar refugio para nuestro desamparo en la Tierra, de la conciencia de la muerte, del misterio insondable ante la cúpula celeste, la inmensidad del mar, o de una mirada que al coincidir con la nuestra nos revela una epifanía.

De la apabullante aparición de la primavera, o más sencillamente de la constancia y la puntualidad con que las flores de Nochebuena anuncian cada año la llegada de la Navidad, que hoy, vacía de contenido religioso hasta para la mayoría de los católicos, es ya una fiesta universal.

¡Hanukka! dicen los judíos y festejan encendiendo sus luces. Los musulmanes (por supuesto sin mencionar el nacimiento de niño Jesús) celebran y obsequian a sus niños; y hasta en China y en Japón donde sólo el 1% de la población es cristiana, en esta fecha se preparan copiosas cenas, se despilfarra el dinero, y desde luego se participa del mensaje de Buena Voluntad que arropa al mundo, y que nada tiene qué ver con la arrogancia de pensar que sólo los católicos somos el pueblo elegido, los únicos dueños de la verdad, y por lo tanto el eje del universo.

Nada más lejos de las lecciones de humildad que el Nacimiento de Jesús viene a recordarnos. Creo que el amor por el prójimo y la paz entre nosotros, cualquiera que sea la forma que hayamos encontrado para orar, es el verdadero contenido de esta celebración; aunque yo por mi parte, me quedo con mi Niño Jesús, que con su nacimiento me recuerda la obligación (siempre transferida, lo reconozco) de hacer cada día hasta donde me corresponde, de este mundo un espacio justo y acogedor.

Y así, pensando en estas cosas, pienso también que a pesar de el universal jolgorio; la tolerancia y el amor por el prójimo no están al alza, y que la consigna esencial del cristianismo y de otras religiones; que es el respeto al otro, aunque ese otro no sea como nosotros, no ha calado lo suficiente en las mentes y en el ánimo de los humanos. Bienvenida pues la Navidad para recordarnos que al renovarse, la vida nos ofrece siempre una nueva oportunidad.

¡Felicidades!

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