"El que está fuera del poder,
Siempre parece mejor."
Will Rogers
Cuando Felipe Calderón asumió la Presidencia de la República el 1ro de diciembre de 2006, en medio de un tumulto en el Palacio Legislativo de San Lázaro, parecía que se iniciaba un gobierno cuya legitimidad sería constantemente cuestionada. No ocurrió eso. Muy poco tiempo después Calderón era ya ampliamente aceptado como presidente no sólo constitucional sino legítimo incluso por muchos de quienes votaron por Andrés Manuel López Obrador. Sólo un grupo pequeño de activistas, encabezado por el hoy diputado del PT Gerardo Fernández Noroña, ha mantenido las protestas contra el presidente.
Lo que nadie esperaba, sin embargo, es que a mitad de sexenio se registrara no sólo una nueva crisis económica sino una incluso superior en intensidad que la de 1995.
La popularidad personal del presidente se ha mantenido a pesar de esta crisis. La encuesta mensual del periódico Reforma mostraba ayer una aprobación del mandatario de 68 por ciento, apenas un punto porcentual menos que en junio y seis puntos arriba de lo registrado en septiembre de 2008. El que un presidente pueda mantener estos niveles de popularidad en un año de enorme violencia y después de una contracción económica de 9 por ciento en el primer semestre es poco menos que milagroso. El deficiente desempeño electoral del PAN en los comicios del 5 de julio, sin embargo, nos ha demostrado una vez más que la popularidad personal del presidente no se traslada fácilmente al partido en el poder.
Conforme a las nuevas reglas del juego político, el presidente ha aprovechado estos días para someter al país a una verdadera avalancha de anuncios que buscan convencer a los mexicanos de las virtudes de su gobierno. La propaganda no se ha limitado a la radio y la televisión. Se están realizando llamadas a teléfonos de línea y a celulares. La técnica es arriesgada, ya que mucha gente se siente molesta ante un gobierno que importuna incluso por teléfono.
En términos de avances reales, estos tres primeros años de gobierno han sido mixtos. El gobierno ha concentrado buena parte de su atención y recursos en la lucha contra al narcotráfico. Los presupuestos del Ejército, la Marina y las policías han aumentado de manera muy importante. Las detenciones y los decomisos han sido más numerosos que nunca, pero no hay indicios de que se hayan reducido los flujos de droga. De hecho, el consumo de enervantes en México se ha elevado, mientras que la violencia del narco ha alcanzado niveles inusitados.
El presidente Calderón logró al principio de su gobierno, con el apoyo de los legisladores del PRI, una importante reforma en las pensiones del ISSSTE, que puede terminar siendo la más importante de su sexenio. Las reformas fiscal y energética resultaron mucho más limitadas, aunque como consecuencia de las decisiones de los legisladores del PRI. La reforma electoral fue en cambio, a mi juicio, un lamentable retroceso.
La crisis económica ha afectado todos los demás esfuerzos del gobierno. Si bien el gasto social ha aumentado, la pobreza se ha disparado. El que debió haber sido el presidente del empleo ha presidido el país en un período de destrucción de puestos de trabajo. Los proyectos de infraestructura más importantes, como los nuevos aeropuertos y el puerto industrial de Punta Colonet, se han detenido.
El presidente no es culpable de todo lo que le ocurre al país. Los mexicanos parecen darse cuenta de esta realidad, lo que explica que le den un alto grado de aprobación al tiempo que consideran que el país está en problemas. La buena noticia para el presidente es que las circunstancias de este 2009 han sido tan difíciles que el camino en los tres años que faltan debería ser más fácil.
Todo huracán trae tragedias, pero también dones. Jimena, que ayer por la noche golpeó las costas de Baja California Sur, ha bañado en lluvia la costa del Pacífico de nuestro país. Son lluvias que la tierra sedienta exigía.