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Fiestas de la influenza

EL COMENTARIO DE HOY

FRANCISCO AMPARÁN

Buena parte de la histeria en relación con el brote de influenza A1H1 tiene que ver con el hecho de que, siendo una cepa nueva, nuestros organismos no han construido defensas inmunológicas contra el bicho. Un virus, mientras más novedoso, es más fácil que ataque y pegue duro.

Por supuesto, la mejor manera de evitar que ello ocurra es, precisamente, inmunizándose contra él. Pero ante la ausencia de una vacuna al alcance del público masivo, ésta no parece una solución viable al corto plazo.

Quizá por ello, en algunos foros de discusión de Internet, se ha salido con una propuesta novedosa y original: que las personas que padezcan el A1H1 organicen fiestas en las que sus conocidos puedan resultar infectados, incluso llevando a niños pequeños al mitote. El razonamiento es el siguiente: como la cepa presente del virus es relativamente poco letal, resulta mejor pescar la enfermedad de una vez, crear anticuerpos, y ya estar prevenidos para el otoño e invierno, cuando se prevé un nuevo coletazo del virus

No se aclara quién pagaría por los bastimentos de boca y guerra de las mentadas fiestas. O si como parte del protocolo haya que estornudar en la ponchera. Los médicos que han sabido de estas propuestas han advertido duramente contra semejantes conductas. Lo mejor, dicen ellos, es no contagiarse ni ahorita ni en los meses por venir. Y andar infectando a los niños a propósito es una irresponsabilidad.

Al parecer, el proponer hacer esas "fiestas de la influenza porcina" (así la siguen llamando en la Gran Bretaña) surge de un conocimiento empírico: que durante la última gran pandemia, la de la influenza española de 1918-19, quienes se contagiaron en verano pescaron una variedad más benigna, menos mortífera, del virus. Y cuando llegó lo pesado en el otoño-invierno, aquellas regiones que ya habían pasado por eso resultaron menos afectadas: buena parte de la población ya era inmune al microbio, que en la segunda oleada se llevó a millones de personas entre las patas.

Por supuesto, andar haciendo pachangas donde la cortesía obligue a toserle en la cara al vecino no parece algo muy civilizado en pleno siglo XXI. Pero ¿qué quieren? A grandes males, grandes remedios. O al menos así lo piensan muchos ciudadanos que, la verdad, ni aquí ni en ningún lado, confían mucho que digamos en sus gobiernos y sistemas de salud pública.

Por eso recurren a lo que la experiencia parece indicar que puede resultar más eficaz. Algo así como los remedios de la abuela.

¿Alguien los puede culpar?

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