“Me gustan los sueños del futuro más que la historia del pasado.”
Thomas Jefferson
Este 15 de enero George W. Bush ofreció su último discurso como presidente de los Estados Unidos. Fue una presentación hecha para la televisión, desde la Casa Blanca, con un público formado por colaboradores y parientes. La emotividad del momento emergía constantemente en el tono de voz.
Del recuerdo de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, “la primera noche que me dirigí a ustedes desde esta casa” tras “el peor ataque sobre los Estados Unidos desde Pearl Harbor”, el presidente Bush pasó a defender sus acciones de respuesta. Habló de la creación de un nuevo Departamento de Seguridad Interior, de un Afganistán que “ha pasado de ser una nación donde el Talibán albergaba a Al-Qaeda y lapidaba a las mujeres en las calles a una joven democracia que está luchando contra el terrorismo y promoviendo que las niñas vayan a la escuela”, de un “Irak que de ser una brutal dictadura y un enemigo jurado de los Estados Unidos se convirtió en una democracia árabe en el corazón del Oriente Medio y un amigo de los Estados Unidos”.
“Puede haber un debate legítimo sobre muchas de estas decisiones –dijo el presidente—, pero no sobre los resultados: han pasado más de siete años sin que se registre otro ataque terrorista en nuestra tierra”.
Al tema económico, el presidente Bush le dedicó mucho menos tiempo en su discurso. “Una nueva prestación para medicamentos de receta –señaló— ha traído tranquilidad a los mayores y discapacitados. Todos los contribuyentes pagan menos impuesto sobre la renta… Al enfrentar la posibilidad de un colapso financiero, tomamos medidas decisivas para salvaguardar nuestra economía. Estos son tiempos difíciles para las familias trabajadoras, pero el sufrimiento sería mucho mayor si no hubiéramos actuado.”
Mi opinión, sin embargo, es mucho más negativa. Si bien quizá los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 eran inevitables, el ex jefe de la lucha contra el terrorismo en la Casa Blanca, Richard Clarke, autor del libro Against All Enemies, ha revelado que la obsesión del presidente Bush y el vicepresidente Dick Cheney con Irak hizo que se bajara la guardia ante Al-Qaeda, que era el verdadero peligro.
Puede argumentarse que la invasión de Afganistán era justificada, ya que el régimen de los Talibán, efectivamente, daba albergue y apoyo a Al-Qaeda, pero la intervención en Irak no tenía razón de ser. El régimen de Saddam Hussein ni proporcionaba apoyo a Al-Qaeda ni tenía armas de destrucción masiva, como argumentaba el presidente Bush. Hussein era un dictador sanguinario, como muchos otros en el mundo, pero su derrocamiento generó mayor violencia que la que él ejercía y creó un hueco de autoridad en Irak que hasta la fecha no se ha podido llenar. Es verdad, por otra parte, que no ha habido nuevos actos terroristas en territorio estadounidense, pero los brutales ataques en Madrid y Londres tienen mucho que ver con las acciones militares que Estados Unidos y sus aliados llevaron a cabo en Afganistán e Irak.
En materia económica, la actuación del presidente Bush ha sido a mi juicio desastrosa. En el último ejercicio fiscal completo de Bill Clinton (octubre 1999-septiembre 2000) el Gobierno de Estados Unidos generó un superávit fiscal de 236 mil millones de dólares, el cual se mantuvo todavía en el año fiscal 2000-2001 (en que el Gobierno de Clinton hizo el presupuesto, pero el de Bush ejerció una parte importante del gasto) a 127 mil millones de dólares. En sus ocho años de Gobierno Clinton registró un superávit acumulado de 559 mil millones de dólares, según la Oficina de Presupuesto del Congreso.
Bush transformó este superávit en un déficit que sólo en el año fiscal 2008 alcanzó 438 mil millones de dólares y que se espera llegue a 1.2 billones (millones de millones) de dólares en este 2009. Por lo menos una parte de la actual crisis económica, la más severa desde la Gran Depresión, es producto de la irresponsabilidad fiscal.
Quizá la parte más optimista del discurso del presidente fue la que tuvo que ver con la entrega del poder a “un hombre cuya historia refleja la perenne promesa de nuestra tierra. Este es un momento de esperanza y orgullo para toda nuestra nación –dijo—. Y me uno a todos los estadounidenses al ofrecer mis mejores deseos al presidente electo Obama, su esposa Michelle y sus dos hermosas hijas”.
Como el emotivo discurso en el que John McCain aceptó su derrota el 4 de noviembre pasado, Bush nos ha ofrecido también una comprobación de por qué la democracia estadounidense, con todos sus defectos, sigue siendo tan vigorosa. Es la aceptación por los participantes de las reglas del juego, de las derrotas tanto como de los triunfos, lo que da solidez al sistema político de Estados Unidos. Por eso éste sigue siendo un ejemplo para un país como México en que los políticos son incapaces de ofrecer una palabra positiva sobre sus rivales.
APROBACIÓN
Bill Clinton terminó su período de Gobierno con una aprobación de 66 por ciento (about.com), la mayor desde cuando menos Dwight Eisenhower. Según Consulta Mitofsky, George W. Bush está terminando su mandato con 27 por ciento, que sería la cifra más baja desde Richard Nixon. Barack Obama registra un 56 por ciento antes de asumir el poder.
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