Los tres alquimistas
Y la estrella los guió hasta el castillo del nuevo rey, y se postraron a adorarle. Baltasar le entregó todo el oro que había logrado transmutar en sus incesantes purificaciones internas; sabía Baltasar que el verdadero alquimista es el que transforma el plomo grosero de la personalidad en el oro puro del espíritu. Siguió Gaspar y le entregó los pensamientos puros que da el incienso y que son necesarios para realizar la gran obra y luego Melchor le entregó la mirra, símbolo de la justicia divina, con el que las santas mujeres preparan el cuerpo del maestro para el ascenso de las tres montañas, muerte, resurrección y ascensión.
El incienso es una resina extraída del árbol de olibano, usado como perfume en los templos de todas las religiones, ya que se conoce su propiedad de controlar la mente y prepararla para la oración. La mirra, gomorresina que se usa especialmente en los rituales funerarios, por estar ligado a la ley divina, ambas especias de mucho valor en la antigüedad y que se utilizaban como monedas de intercambio.
Y del oro todos conocemos el valor por su pureza. Alquimia es alta química. No puede un científico transformar el plomo en oro, porque es un problema sexual. Sólo el hombre que ama con pensamientos puros y elimina de su psiquis los egos o pecados capitales, puede transmutar la personalidad egoísta en la pureza del ser. Los falsos alquimistas de la antigüedad intentaron con métodos prácticos y científicos transformar metales viles y groseros en sustancias puras y no lo consiguieron.
Sólo los verdaderos alquimistas, los gnósticos, que con pureza de corazón, humildad, férrea voluntad, e infinito amor han podido ver nacer en la intimidad de su corazón al niño de oro de la alquimia. Sin embargo, la búsqueda incesante de los falsos alquimistas en la industrialización del oro, los llevó a darle forma a la química científica que nos ha hecho más fácil la vida.
Lavoisier en esa búsqueda dio un gran adelanto a la ingeniería química. Pero también nombra la historia a verdaderos alquimistas que sí alcanzaron la piedra filosofal: Saint Germain, Nicolás Flamel, Fulcanelli, Samael Aun Weor que siguieron los pasos de Baltasar, Gaspar y Melchor y de un cuarto mago que era pobre y llevó una hermosa flor, un regalo digno de la paloma más pura del espíritu.
En la antigüedad, el equinoccio de Primavera se celebraba con una gran fiesta, el 21 de marzo quedaba preñada la madre naturaleza por el padre eterno, para que a los nueve meses -si los hombres habían practicado el amor consciente- naciera en una humilde morada el niño de oro, esos tres alquimistas partieron en equinoccio y en el solsticio de Invierno nació el Mesías. Ellos erróneamente buscaron al rey Herodes, el anticristo, para luego enderezar el rumbo y días después llegar hasta el Mesías.
En un páramo de los andes suramericanos se reúnen los alquimistas de la actualidad desde Suiza hasta la Patagonia, a rendirle tributo al niño Dios. Vienen científicos, religiosos, artistas y filósofos a entregarle pensamientos puros, justicia y todo el oro transmutado al hijo del hombre que mora en sus corazones. La verdadera felicidad es tener a Dios adentro. Se ha dicho que la alquimia se logra amando a una sola mujer sin pasión y sin lujuria y sin perder la simiente. Se ha dicho también que el Cristo se desdobla en el Cristo íntimo particular de cada ser cuando ha honrado a su padre y a su madre divina para darle forma al hijo del hombre. Quiera Dios que este seis de enero tengamos todos muchos presentes para entregarle y nos prosternemos en la intimidad de nuestro corazón ante el hijo del hombre que acaba de nacer.
William Palencia.
Torreón Coahuila