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EL CIRCO

Ha sido ampliamente comentada la licencia solicitada por Eduardo Olmos (y aprobada por la diputación permanente del Congreso local de Coahuila) a la curul de diputado local, después de tan sólo trece días de haber tomado posesión.

Las explicaciones vertidas sobre esta decisión del casi nonato diputado local han sido de las más variadas, pero la que más se ha reiterado es que las condiciones prevalecientes en el momento de buscar la diputación, son muy distintas a las de ahora y para explicar esto el recurso de cantinflear no falla.

Al menos en este caso se agregó algo novedoso y me refiero a la explicación de que los votantes lo hicieron por una fórmula, es decir por el propietario y el suplente y ahora este último, según don Lalo Olmos, es el que estará velando por los intereses de sus representados, enhorabuena.

Muchas voces hablan de que esta acción es un fraude a los electores o cuando menos una falta de respeto. En lo personal creo que esta situación se presenta cuando existe un tercero ofendido, pero en este caso considero que a la sociedad en general poco le importa si un diputado asume su cargo, cómo lo desempeña o si asiste a las sesiones.

Lamentablemente en los últimos tiempos estos personajes han pasado sin pena ni gloria por su falta de autonomía; los diputados federales, antes subordinados a la voluntad del presidente de la República, ahora dependen de su líder de bancada o del presidente del partido y, los diputados locales, ahora y siempre entregados al gobernador en turno.

Pero no crea que esta situación les afecta a tales personajes, no, ellos sin el menor rubor transitan por la vida, algunos hasta con cierto orgullo y la mayoría de ellos recogiendo los frutos de sus gestiones desde su curul, pues como es sabido los negocios y contratos forman parte de esta agobiante función.

Finalmente queda una sombra de duda en este caso pues qué tal si, como se especula, este movimiento no se debe del todo a la aspiración de estar cerca de la contienda por la presidencia municipal de Torreón. Qué tal si a don Lalo no le cuadró la posición que iba a tener en el Congreso local, pues si hubiera sido ungido como presidente del Congreso, desde ahí hubiera tenido una posición inmejorable para sus aspiraciones.

Por eso nuestra sabia sociedad ha definido a nuestra clase política como un circo donde se mueven payasos, maromeros, alambristas, trapecistas y hasta domadores, en una, dos y hasta tres pistas, dependiendo de la importancia del circo.

Jorge Hernández Espino

Gómez Palacio, Durango.

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