El presidente Felipe Calderón ha operado el séptimo cambio en su equipo de trabajo. Más de una tercera parte del Gabinete original ha dejado de formar parte de la Administración.
La cercanía de los nuevos secretarios de Estado con el mandatario hace pensar que Felipe Calderón se ha fortalecido, pero no necesariamente, que el presidente de la República se ha consolidado en el ejercicio del poder.
En todo caso, esos cambios -operados durante el último año y medio: de finales de septiembre de 2007 a principios de este mes- revelan datos interesantes en relación con el Ejecutivo: la manifiesta intención de consolidar un grupo político leal, pero no necesariamente hábil y la ampliación de su margen de maniobra sin que ello suponga liberarse de la presión de factores reales de poder que lo atenazan.
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La mayor parte de esos ajustes alienta la idea de que, final, pero no totalmente, Felipe Calderón sale de compromisos adquiridos con quienes favorecieron, pero también condicionaron su postulación como candidato y su ascenso al Poder Ejecutivo.
En esa tesitura, pareciera que el mandatario se fortalece y amplía su margen de maniobra. Suelta el lastre y suma a su equipo a quienes, quizá, desde un principio hubiera querido tener en el Gabinete o en la dirigencia de su partido.
La salida de Germán Martínez del Gabinete, en septiembre de 2007, y su regreso a las lides partidistas, en diciembre de ese año, concretaron el propósito de recuperar el control del partido de manos de la ultraderecha que, vía Manuel Espino, presionaba al Gobierno. Antes de cumplir un año en la Administración, Martínez se fue a encabezar el partido para alinearlo al Gobierno y, luego, para diseñar la estrategia electoral fincada, hasta ahora, en la reposición de "la guerra sucia" aunque ahora enfocando sus baterías contra el priismo.
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El traslado de Germán Martínez, de seguro, se enmarcó en una operación de mayor alcance.
Ese movimiento estuvo estratégicamente vinculado con dos cambios más que tuvieron registro al finalizar la primera quincena de enero del año pasado, justo unos días después de asegurar la presidencia de Acción Nacional. Esos cambios se significaron en la sustitución de Beatriz Zavala por Ernesto Cordero en la Secretaría de Desarrollo Social, y de Francisco Ramírez Acuña por Juan Camilo Mouriño en Gobernación.
Con esos relevos se concretó una jugada de tres bandas. De entrada, el mandatario abrió el candado impuesto por la cuota de género en el equipo de Gobierno, derivado en cierta medida por la oferta lopezobradorista de campaña de integrar medio Gabinete con mujeres; y, a la vez, la ineficacia mostrada por Francisco Ramírez Acuña en su desempeño le permitió dar por saldada la deuda con quien "lo destapó" como candidato. De salida, el mandatario colocó a tres calderonistas de cepa en posiciones clave.
El centro de esa operación no era otro sino el de constituir el trípode de la campaña electoral de este año. Germán Martínez, Ernesto Cordero y Juan Camilo Mouriño deberían coordinar, sintonizar y sincronizar las políticas partidista, interior y social en la perspectiva de la elección intermedia.
Esa operación, sin embargo, sufrió un accidente. El primero de carácter político: la brutal neutralización de Juan Camilo Mouriño realizada por el lopezobradorismo; el segundo de carácter fatal, el desplome del avión en que viajaba el entonces secretario de Gobernación y que le costó la vida. Como quiera la obligada sustitución de Mouriño con Fernando Gómez Mont dejó ver que el mandatario jugaba con sus propias cartas. Seguía, así, recogiendo o recuperando posiciones cedidas en razón del complicado proceso electoral que culminó con su accidentada llegada a la residencia oficial de Los Pinos.
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En la dirección de consolidar ese grupo de leales se inscribió la salida de Eduardo Sojo de la Secretaría de Economía, a donde llegó Gerardo Ruiz Mateos en agosto pasado.
El mandatario ratificó en ese relevo el propósito de poner en juego directo a cuadros que operaban como cuñas de secretarios de Estado no panistas o que operaban desde y bajo el cobijo de Los Pinos. Hacía más suyo el Gabinete aunque, como ahora se advierte, no siempre el valor de la incondicionalidad o la lealtad garantizaba la habilidad y la capacidad para llevar las riendas de una Secretaría de Estado. Hay gente suya, pero no necesariamente mejor que la que había.
Si Sojo era un emisario del foxismo, Ruiz Mateos lo es del calderonismo pero, en ambos casos, la eficacia no constituye una diferencia.
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Los otros cambios operados a principios del mes pasado y a principios de éste -el de Luis Téllez y el de Josefina Vázquez Mota- dejan la duda de si fueron producto de una decisión libre o impuesta por factores reales de poder. De ser lo segundo, revelan que el político se fortalece, pero el presidente de la República aún no se consolida. Las presiones y exigencias de grupos poderosos, gremiales o sindicales pesan cuando no determinan las decisiones presidenciales.
Más allá de esa especulación, los cuadros relevistas tanto en Comunicaciones y Transportes como en Educación Pública ratifican la intención, por un lado, de salir de aquellos colaboradores sin credencial calderonista y, por otro lado, de dar juego mayor a quienes -en este caso, Juan Molinar Horcasitas y Alonso Lujambio- cuentan con esa credencial. Cuadros en condiciones de integrarse a ese grupo político que manifiestamente el mandatario quiere configurar y que, quizá, esté relacionado con la sucesión presidencial.
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Esos ajustes revelan varias cuestiones que, a partir del resultado de la elección intermedia, dejarán ver sus efectos. Destacan entre ellas, las siguientes.
Como político, Felipe Calderón ha ampliado su margen de maniobra, pero no ha consolidado al presidente de la República. El discurso presidencial, plagado de reconocimientos y agradecimientos a quienes echa, es un contrasentido: se van muy buenos funcionarios, pero no llegan mejores; se van los compañeros de viaje y permanecen nomás los leales.
Esos cambios revelan también que el mandatario está decidido a jugar con sus propias cartas, pero le faltan cartas porque para muchas otras posiciones clave del Gobierno no tiene baraja. Aun limitado en el número de cuadros de que dispone, el Ejecutivo quiere integrar un grupo político sólido que, si gana la apuesta, se perfile más allá de su propio sexenio.
Hay en esos cambios una apuesta cuyo resultado está por verse.