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Frente a la influenza, excelente reacción inicial

JESÚS CANTÚ

El Gobierno Federal reaccionó "con prontitud y energía" (como señala el Wall Street Journal) frente a la epidemia de influenza, siguiendo fielmente el Plan Nacional de Respuesta ante una Pandemia de Influenza, elaborado en 2006, en coordinación con la Organización Mundial de la Salud, sin embargo, una vez que se conocen los alcances de la nueva cepa es conveniente revisar y replantear dicha estrategia.

Nuevamente el presidente Felipe Calderón mostró su capacidad de reacción rápida y su decisión para encarar frontalmente los problemas, por más críticos que éstos sean. Así, unos minutos después de que se enteró que el inusual brote de influenza, se debía a una cepa desconocida, aplicó fielmente el plan que se había trazado para combatir la largamente esperada pandemia de influenza.

Desde 2001 se anticipaba un brote de esta naturaleza antes de 2008 y ubicaban su aparición en los países asiáticos -como pasó con el SARS y la llamada gripe aviar-; la OMS se ha preparado largamente para la aparición de una pandemia de un nuevo tipo de influenza de consecuencias letales. Precisamente por ello, cuando los funcionarios del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) contactaron el 23 de abril -el mismo día que los canadienses informaron a los mexicanos- a Michele Ginsberg, directora de epidemiología de la comunidad en la Agencia de Salud y Servicios Humanos en San Diego, y le informaron que los dos niños de California se habían contagiado con un nuevo tipo de influenza, ella respondió: "Ésta podría ser la grande".

De ser ésta la pandemia esperada, los pronósticos fallaron en todo: por unos meses, en el momento de su aparición; por muchos kilómetros en el lugar de surgimiento; y, afortunadamente, diametralmente en la severidad del daño. Aunque todavía es información preliminar ya es posible establecer que el virus no es letal de necesidad, como se supuso en un primer momento, y que su severidad es mucho menor de lo imaginado inicialmente.

Un informe del CDC, emitido el pasado viernes 1 de mayo, señala: "El espectro clínico del virus influenza A H1N1 de origen porcino no está aún bien caracterizado en México. Sin embargo, la evidencia sugiere que la transmisión del virus de la influenza A H1N1 de origen porcino está aumentando y que es una enfermedad común menos severa (sin complicaciones)".

Indica además que la razón por la cual está provocando muertes únicamente en México, es porque aquí se conocen solamente los casos más severos, aunque podría haber muchos más que no buscan ayuda médica o la reciben en consultorios particulares, cuyos reportes no han llegado al sistema nacional de salud.

Aunque fueron cautelosos al señalar que se requieren mayores investigaciones "para evaluar el espectro clínico completo de la enfermedad en México, la proporción de pacientes que tiene síntomas severos y qué tan extendida está la transmisión de la enfermedad". Incluso, todo hace suponer, que la influenza estacionaria es más severa.

La pronta y enérgica reacción del Gobierno mexicano dio resultados: salvó vidas humanas; concientizó a la población mexicana del riesgo de una pandemia; evidenció las carencias de la cultura nacional: malos hábitos higiénicos y automedicación, entre los más evidentes; permitió conocer con mayor precisión los límites y alcances del sistema nacional de salud, pues puso al descubierto la carencia de laboratorios capaces de detectar este tipo de virus, así como lo poroso y débil del sistema de información nacional, pues todavía hoy no es posible empatar los datos y reportes; y, obviamente, el alto porcentaje de población que carece de cualquier servicio de salud.

Pero una vez superada la incertidumbre y la emergencia, es conveniente, pertinente e inteligente reorientar la estrategia, pues los daños colaterales que produce la actual son altísimos en varios ámbitos: educativo y económico, principalmente, y algunos serán irreparables.

La normalización de la actividad tiene que venir acompañada de una serie de políticas públicas directamente encaminadas a la prevención de este tipo de fenómenos, que empiezan desde la incorporación en los planes de estudio educativos (desde la básica hasta la media superior) de temas vinculados a la higiene y el cuidado de la salud; nuevas medidas e instalaciones particularmente en restaurantes, bares, antros y demás establecimientos donde se consumen alimentos y bebidas y/o hay concentraciones de personas por las más diversas razones; revisión del cuadro de medicamentos que se expenden sin receta, para evitar la automedicación; mejoramiento y reforzamiento del equipamiento de laboratorios, hospitales y clínicas; ampliación de la cobertura de los sistemas de salud, particularmente a los más desposeídos (una de las razones de que la mayor tasa de mortalidad se ubique en zonas urbanas puede ser la desatención, en los primeros momentos de la enfermedad, por no tener acceso a ningún sistema); la construcción de un sistema nacional de información médica; y, hasta la revisión de la legislación en la materia, para conformar una instancia nacional que responda a la nueva realidad, pues el Consejo de Salubridad General y las atribuciones omnímodas del secretario de Salud son una herencia del sistema autoritario.

El regreso a la actividad normal tiene que hacerse gradual y cuidadosamente, pues todavía hay dudas que despejar, pero (al menos por la información que se conoce públicamente) es momento de empezar a bajar el nivel de alarma, retomar el rumbo y sacar el mejor provecho de esta contingencia, que deja muchas lecciones y aprendizajes.

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