a verdad, fue divertido mientras duró. La ópera bufa que empezó cuando Andrés López le ordenó a un desconocido que se comportara como títere, finalmente llegó a su fin. Y Rafael Acosta, mejor conocido como Juanito, ya ha pasado a engrosar la nutrida lista de figuras patéticas y folklóricas de nuestra degradada vida política.
Durante semanas, el mentado Juanito trajo en jaque a sus creadores, afirmando que no pensaba renunciar a ser el gobernante de la Delegación Iztapalapa, dado que él se lo había ganado a pulso y “el pueblo le pedía que se quedara”. Como su mentor, Juanito jugó con esa entelequia que todo lo justifica, todo lo legitima: el pueblo. Y, lo que sea de cada quien, se veía auténtico, eso sí. Dando machetazo a caballo de espadas, Juanito usó la retórica del Presidente Patito para hacerlo pasar muy malos ratos.
Y es que para Andrés López perder control de Iztapalapa sería una catástrofe: adiós a miles de millones de pesos de presupuesto con los que contaba para su próxima candidatura. Pero también quedaría muy mal ante sus cada vez más escasos seguidores, dada su incapacidad para hacerse obedecer por quien todo el mundo supuso un pelele… y que a la hora de la hora puso a sudar tinta a quienes, involuntariamente, lo convirtieron en figura mediática.
Ciertamente los medios estaban encantados con el espectáculo de un personaje de la calle creyéndose figura nacional y desafiando a poderes políticos establecidos. En ello había algo de esa fascinación nacional por los under-dogs, los héroes de barrio que salen de las calles sin pavimentar para convertirse en figuras más grandes que la vida real: el “Púas” Olivares, Cuauhtémoc Blanco, Juan Gabriel. El imaginario popular está lleno de ese tipo de personalidades. Y aunque sepamos que tarde o temprano van a caer víctimas del poder (o de sus propias incontinencias), mucha gente les echa porras mentalmente. Representan la esperanza de que, efectivamente, cualquiera puede tener fama y fortuna en este país. Aunque no sea por medios digamos… ortodoxos.
A fin de cuentas a Juanito lo alcanzó la realidad: no tenía un grupo que lo apoyara, las encuestas mostraban que la gente de Iztapalapa no estaba conforme con su aferramiento, y habían menudeado las amenazas, incluso contra su integridad. Y él sabía por experiencia propia cómo se las gastan los grupos de choque del PRD capitalino. Mejor bajó la testuz, se resignó a lo inevitable, y aventó el arpa frente al jefe de Gobierno Marcelo Ebrard.
Quien quizá sea el único ganador de toda esta farsa. Los perdedores son todos los demás: el Mesías Tropical, el Tribunal Electoral que empezó el proceso, los habitantes de Iztapalapa. Y el sistema político todo, que de esa forma evidenció su degradación, su lumpenización. Pero eso sí: fue divertido mientras duró.