Aún no se agota el tema de las pasadas elecciones intermedias. A pesar de los pronósticos y las encuestas, el resultado causó sorpresas y para todos los sectores hubo importantes lecciones que deberán asimilarse. Sin embargo, mucha gente se siente defraudada, derrotada y resentida.
El hartazgo dio para que los suficientes mexicanos, que no son tan inconscientes después de todo como se cree, se presentaran ante las urnas con su credencial de elector y su convicción de ejercer un derecho. Aunque los que votaron hayan sido menos de la mitad de los mexicanos registrados en el padrón electoral, ésos no se dejaron convencer por pleitistas, pendencieros, loquitos populistas o por los indiferentes y anulistas. Una sorpresa fue que ese porcentaje de votantes envió un mensaje bastante claro, y que por supuesto, los analistas y expertos han descifrado ya de mil maneras, presentando y acomodando los resultados a la conveniencia de sus causas e ideologías, pero el residuo, a final de cuentas, fue darse cuenta y admitir que el voto, de la cantidad que sea, es la voz colectiva de una parte importante de la sociedad.
Así funciona la democracia: no importa si votan muchos o votan pocos, importa lo que expresan sus votos. Los partidos políticos harán bien en darse cuenta de que ya no pueden ignorar olímpicamente esa voz colectiva que cada vez exigirá más atención y respeto. Y para todos los derrotistas, a los que no se les da gusto con nada, es bueno que sepan que ya quedaron atrás los días en que en México se daba todo por sentado. En esta ocasión, nueve años después de que se diera el primer gran cambio, un buen porcentaje de mexicanos siente ahora que no basta con cambiar de partido. En política, prometer y no cumplir sí aniquila, si no de golpe, paulatinamente. El mensaje principal para la clase política fue "ya no puedes hacer lo que te dé la gana sin ninguna consecuencia; empieza a darte cuenta de que los que deciden quién sigue y quién se va somos nosotros."
Lo que más duele a una sociedad, además de sentirse inseguro y con el bolsillo vacío, es que se le engañe, que se le haya hecho creer que las cosas serían diferentes. Queda claro pues que las promesas no bastan: los resultados o la falta de ésos es lo que mueve a los votantes.
La semana pasada apareció en este diario una carta en el "Foro del lector", denunciando con tristeza el fracaso de las elecciones y en un tono de desencanto se pregunta: "¿Ganamos?"
En la misma carta, el lector compara a México con Costa Rica, país cuyo sólo nombre evoca la palabra democracia. La comparación se refiere al número de diputados en la Asamblea Legislativa de Costa Rica: 57 contra 500 en nuestro país. Claro que lo de Costa Rica resulta envidiable, no sólo por la cantidad de representantes sino por muchos otros motivos; pero no es una comparación equitativa. En primer lugar, los sistemas de Gobierno en los dos países son diferentes. Territorialmente, Costa Rica se divide en siete provincias; nosotros somos una federación de 31 estados y un Distrito Federal. La población de México suma alrededor de 107 millones de habitantes; la de Costa Rica 4.5 millones. Nuestro Congreso consta de dos cámaras, diputados y senadores, y cada estado tiene un congreso local, contra una sola cámara legislativa de 57 representantes.
Costa Rica es una de las democracias más consolidadas de América. Ha mantenido una buena estabilidad política a pesar del deterioro económico y social de los últimos 25 años. Su índice de desarrollo humano es el quinto mejor de América Latina. Ganó reconocimiento mundial al haber sido el primer país en abolir el ejército desde 1948. Ocupa el primer lugar de América Latina en competitividad turística y a nivel mundial el quinto lugar de desempeño ambiental. La enseñanza general básica es obligatoria y gratuita; la cobertura en primaria es prácticamente universal mientras que en secundaria está en un 70%. La tasa de alfabetización es una de las más altas de América: 97.5%
Sin embargo, la entrada del país al siglo XXI se ha visto marcada por un cuestionamiento de su modelo democrático. El motivo son las causas judiciales por corrupción y enriquecimiento ilícito que se le siguen a tres expresidentes, dos de los cuales fueron apresados a fines de 2004: Rafael Calderón Fournier y Miguel Ángel Rodríguez Echeverría; el tercero, José María Figueres Olsen, radica en algún país europeo donde no hay tratado de extradición con Costa Rica. Al menos dos están en la cárcel, y en cuanto a origen partidista, el último es de Liberación Nacional, y los primeros de la Oposición.
El sistema bipartidista en Costa Rica comenzó a decaer en 2002 y han empezado a surgir nuevas opciones políticas. Uno de los dos partidos grandes, Liberación Nacional, (al que pertenece el actual presidente Óscar Arias) quizá el más tradicional de ideología liberal, ha venido perdiendo apoyo electoral desde 1998; se mantuvo fuera del poder por 8 años y aunque ganó las elecciones de 2006, fue con el margen más estrecho en la historia del país: menos del 1%, obteniendo el 25% del padrón electoral total, en unas elecciones con un abstencionismo del 30 %.
En la población existe una apatía y un descontento generalizado debido al desempeño de las instituciones públicas, razón por la cual se han fortalecido otros partidos políticos no tradicionales. Sin embargo, en una encuesta reciente, el 85% de los "ticos" se siente feliz con su vida.
Si todo esto está ocurriendo en una de las más sólidas democracias del continente, ¿por qué dudar de que en México, paso a paso estamos construyendo también una democracia? ¿Por qué no reconocer que la del pasado 5 de julio fue una buena lección?
A los mexicanos aún nos falta reconocer que la alternancia funciona de ida y de vuelta; que significa "oportunidad" no permanencia voluntaria.