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¡Fuera burkas!

EL COMENTARIO DE HOY

FRANCISCO AMPARÁN

Cuando uno piensa en los Talibán, esos energúmenos medievales que pretendieron gobernar Afganistán con una versión extremadamente rígida e intransigente del Islam, lo primero que se viene a la mente es una mujer totalmente entrapajada, sin mostrar un centímetro de piel, haciendo milagros para poder ver por dónde va a través de una rendija sobre los ojos y caminar sin tropezarse con su propia ropa. Ese atavío, que mientras duró ese régimen feudal era obligatorio para toda fémina después de los 12 años, es llamado burka.

En la mayor parte del mundo musulmán, el burka no es obligatorio ni mucho menos. Sin embargo, hay fieles que desean atenerse a versiones más duras y fundamentalistas de su religión, y hacen del burka una muestra de esa devoción. Y por tanto usan (o hacen usar a sus mujeres e hijas) tan incómodo vestuario.

Sin embargo, precisamente por ser una manifestación muy notoria de una creencia religiosa, la V República Francesa se halla estudiando la posibilidad de prohibir el uso público del burka.

Además, desde el punto de vista de muchos cristianos y no creyentes (que se supone que abundan en Francia), el burka es un emblema de sumisión e inferioridad femeninas, que envilece y degrada a la mujer. En la cuna de La Ilustración y los Derechos Humanos, que una mujer tenga que andar cargando una tienda de campaña portátil para que no recibir las libidinosas miradas del cartero, es una negación del espíritu galo mismo.

Además, la V República Francesa (como todas sus anteriores encarnaciones) hace del laicismo una de sus piedras de toque. Se supone que la religión debe quedar circunscrita a templos, sinagogas y mezquitas, y no debe aparecer para nada en las funciones públicas propias de la nación y el Estado de los franceses. De hecho, en 2004 se armó un jaleo cuando la Asamblea Nacional emitió un decreto prohibiendo a las muchachas musulmanas el acudir a las escuelas públicas portando pañoleta para cubrirse la cabeza. Según los legisladores franchutes, esa manifestación religiosa atentaba contra el laicismo de la educación pagada por los impuestos de todos los ciudadanos. Asimismo se prohibió el llevar crucifijos ostentosos y la gorrita que utilizan los judíos ortodoxos. O todos coludos o todos rabones. A fin de cuentas, las protestas de algunos musulmanes corajudos no llevaron a ninguna parte, y hasta donde sabemos esa norma procedió sin mayores problemas.

El prohibir el burka puede resultar más sencillo: son pocas las francesas musulmanas que lo portan; y hay muchos musulmanes que ven el atuendo como un rancio resabio de un pasado ya dejado atrás. Además de las cuestiones de seguridad: una mujer con burka puede fácilmente terminar atropellada por un auto que no vio, o desnucada al caerse de una escalera que, por la ropa, presenta más dificultades para utilizarse que una cuerda floja del Atayde.

Los legisladores darán su parecer antes de que termine el año. Y algo nos dice que para entonces el burka, al menos en Francia, quedará donde le corresponde: en los libros de historia… feudal.

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