Es uno de esos mitos que de alguna manera se van perpetuando, haya sido cual haya sido su origen real. Y que se prestan a convertirse en parte del mundo de la trivia, ese cuerpo de conocimientos no muy útiles, pero que pueden resultar interesantes, y hasta servir de tema de conversación con la "desconocida morenaza de no malos bigotes que merodea por la fiesta copa en mano", como diría el colega Catón.
La cuestión es que, durante la Segunda Guerra Mundial (antes no, básicamente porque aún no existía el gremio), cuando los paracaidistas norteamericanos se lanzaban al vacío desde la puerta de los aviones Dakota, solían entonar un grito de batalla: "¡Gerónimooooo!" Por supuesto, en esas condiciones no mucha gente los oía. Pero no importaba: era una especie de rito de iniciación en tan peligrosa actividad.
Según la leyenda, el grito nació cuando los reclutas de las fuerzas aerotransportadas, en su campo de entrenamiento, vieron una película del Oeste en la que un indio se lanzaba desde una cascada o acantilado (algo así) gritando el nombre de su jefe: Gerónimo, el líder de los apaches chiricahuas (no confundir con los apaches mescaleros, ni mucho menos con los cheyennes, cherokees u otros con nombre de pick-up).
Gerónimo fue de los últimos jefes indios en darle guerra al ejército norteamericano, como parte de la fútil resistencia aborigen a la ocupación de sus tierras. Cuando refugiarse en México resultó imposible (debido a la derrota de Vitorio por las fuerzas chihuahuenses de don Luis Terrazas en Tres Castillos, entre otros factores), tuvo que darse por vencido. Fue enviado como prisionero a Fort Sills, Oklahoma, en donde murió y fue sepultado en 1909.
¿A qué viene esta vieja e intrincada historia? Pues a que el jefe indio volvió a ser noticia en estos días cuando su tataranieto, un tal Harlyn Geronimo, demandó a la Universidad de Yale y a varias agencias del Gobierno de los Estados Unidos (incluido el Pentágono), reclamando "la liberación de los restos, los objetos funerarios y el espíritu" de su ancestro. Me encantó eso de liberar su espíritu.
¿Qué pitos toca en esto la Universidad de Yale? Bueno, que desde hace tiempo se sospecha que una asociación secreta de alumnos ricos de esa institución, la llamada Calaveras y Huesos (Skulls and bones), tiene los restos de Gerónimo. ¿Por qué? En parte porque uno de los rituales de esa asociación consiste en robarse objetos valiosos (de preferencia osamentas, por aquello del nombre) y guardarlos como trofeos. El grupo que haga más "hazañas" de este tipo se supone que adquiere mayor fama y reputación.
Y además porque en 2006 un investigador encontró, dentro de un libro en la biblioteca de esa universidad, una carta de un Huesudo (llamémosles así) a otro, escrita en 1918, en donde afirma que los restos de Gerónimo fueron robados en ese año por miembros de Calaveras y Huesos, y llevados a la sede de la asociación, donde estarían hasta la fecha. Eso pasa por andar dejando mugreros en libros que se regresan a la biblioteca. Por otro lado, supongo que ese texto no ha de ser muy apasionante: si nadie lo había sacado desde entonces
Pero aquí viene lo interesante: ¿a que no saben quién fue uno de los violadores de tumbas, según la carta descubierta? Ni más ni menos que Prescott Bush, abuelo de George W. Bush, el débil mental que acaba de evacuar la Casa Blanca. O sea que lo estúpido y rapaz le viene de familia. Y sí: tanto George H. W. Bush como el recién descharchado fueron miembros de la misma fraternidad.
Yale se ha deslindado de lo que hace la asociación. Y Calaveras y Huesos no ha dicho esta boca es mía. Lo cual no es de extrañar: ese tipo de sociedades secretas estudiantiles, en donde se cultivan relaciones y contactos que luego decidirán quién queda en qué gobierno, no están abiertas al escrutinio de la chusma; y menos cuando se trata de cuestiones tan sensibles como andar saqueando sepulcros. Actividad que, por otra parte, ha venido ocurriendo desde hace siglos
Por ejemplo, que yo sepa nadie se ha molestado en Egipto por que Tutankamen fue retirado de su eterno descanso por Carter y sus cachanchanes; ni hay manifestaciones de protesta afuera del Museo de Antropología e Historia, demandando servicios funerarios para el Hombre de Tepexpan por parte de sus descendientes putativos. Pensándolo bien, creo que es la única excusa que no se ha usado para desquiciar el tráfico en la capital. O a lo mejor los manifestantes no han podido realizar su protesta
En cambio, desde hace tiempo, numerosas naciones indígenas de Norteamérica han solicitado de diversas maneras que cesen las excavaciones en sitios funerarios de sus ancestros. Y que momias, esqueletos y otros restos que hoy reposan en museos, les sean devueltos a sus respectivas naciones, para darles un enterramiento respetuoso y de acuerdo a sus costumbres, en vez de ser exhibidos en vitrinas polvorientas.
Algunos estados norteamericanos y provincias canadienses han emitido leyes al respecto, procurando perturbar lo menos posible la paz de los sepulcros antiguos, sin por ello limitar la investigación científica en el campo. El asunto se presenta particularmente espinoso para aquellos pueblos que tienen la piel muy sensible en cuanto a la preservación de sus costumbres y herencia cultural. Después de todo, ¿a quién le gustaría que el Abuelo Nacho terminara en un museo, expuesto a la mirada burlona de groseros chiquillos de primaria?
(De acuerdo, de acuerdo: depende de lo codo que haya sido el Abuelo Nacho en esos aburridísimos domingos estivales de su infancia).
De cualquier modo, esperamos que las acciones del tataranieto de Gerónimo culminen con éxito
Consejo no pedido para que sus nietos pongan sus cenizas en un reloj de arena (y al fin sirva para algo): Vea "The Skulls" (2000; no sé cómo le pusieron aquí), sobre una siniestra hermandad universitaria elitista