Ya no era un cachorro cuando llegué a tu casa puesto que fui abandonado en el camino de la vida. Mi andar me enseñó que mi destino era ser un vagabundo. Los recuerdos que tenía hasta ese instante fueron sólo dolor y pena; tristeza y soledad, frío, lluvia y al final la muerte. Aun recuerdo el débil brillo de luz a lo lejos de tu coche. Bajaste y con tus manos me envolviste entre tus brazos. Dormí por un rato pensando que había llegado mi final; y no fue así.
En tu corazón, en tu hogar, con tu familia encontré un hogar. Curaste mi cuerpo, mis heridas y me devolviste la fe en los humanos. Me diste un nuevo comienzo, una nueva oportunidad para ser feliz y una familia que sí me quería.
Gracias porque todos los días teníamos una cena agradable, muchas carias, abrazos y después a jugar. Gracias porque siempre fui uno más de la familia y me hiciste sentir como tal. Y muchas gracias, porque cuando mis ojos se marchitaron y mi corazón se debilitó me abrazaste fuerte mientras lágrimas salían de tus ojos. ¡Nos dijimos adiós! Y aunque no podíamos pasar más tiempo corriendo, jugando y saltando ten por seguro que estaré esperándote al final de tu trayecto. Ahí estaré hasta que vea esas manos gentiles nuevamente y nunca más tengamos que decirnos adiós. Gracias por hacerte cargo de mí cuando mis otros amos me abandonaron, y gracias por demostrarme que aún existe bondad en los humanos.