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Gran depresión

JAQUE MATE

Sergio Sarmiento

"El hombre olvidado

Generalmente reza

William Graham Sumner

Tanto nos han repetido la historia que se ha convertido en dogma. El crecimiento económico de los Estados Unidos en la década de 1920 fue producto de la especulación. Cuando vino el crack de octubre de 1929, el Gobierno del republicano Herbert Hoover provocó la Gran Depresión al negarse a gastar dinero público para ayudar al pueblo. Franklin D. Roosevelt, electo en 1932, sacó al país adelante a través de un gasto público intenso y una vigorosa intervención del Gobierno en la economía, hasta que la Segunda Guerra Mundial proporcionó el impulso definitivo a la economía.

Sólo hay un problema con esta historia: es falsa.

Amity Shlaes, historiadora económica y columnista del servicio Bloomberg, ofrece una visión distinta en su libro The Forgotten Man: A New History of the Great Depression (2007; El hombre olvidado: una nueva historia de la Gran Depresión): "La gran pregunta sobre la depresión estadounidense no es si terminó por la guerra con Alemania y Japón. Es por qué la Depresión duró hasta la guerra." Su respuesta es: "Desde 1929 a 1940, desde Hoover hasta Roosevelt, la intervención del Gobierno hizo Grande la Depresión."

Shlaes muestra que Hoover, un gran ingeniero, no resistió la tentación de intervenir en la economía, como se ha pretendido para contrastarlo con Roosevelt. En noviembre de 1929, apenas unos días después del crack, impulsó un programa de gasto público de 423 millones de dólares, una fuerte suma para ese entonces. En 1930 respaldó y promulgó el Estatuto Smoot-Hawley, que elevó radicalmente los aranceles y provocó un colapso del comercio internacional. Éstas, y otras acciones de intervención gubernamental en la economía, lejos de promover una recuperación inhibieron la inversión y profundizaron el desplome. El desempleo, que había sido de 3.3 por ciento en 1927, se elevó a 17.4 por ciento en septiembre de 1931.

Roosevelt, electo presidente en noviembre de 1932, radicalizó los programas de Hoover. Duplicó el gasto público en cuatro años y llevó al Gobierno a un profundo déficit de presupuesto. Estableció empresas estatales de generación de electricidad, como la Tennessee Valley Authority, y las subsidió para competir injustamente con firmas privadas hasta obligar a los dueños de éstas a venderlas al Gobierno. Eliminó de manera retroactiva la validez de los contratos que establecían un vínculo del dólar con el oro, lo cual generó desconfianza sobre cualquier contrato firmado.

El Gobierno de Roosevelt también creó una amplia serie de reglamentos que volvieron incierta y burocrática la administración de los negocios. Elevó de manera radical el Impuesto sobre la Renta y llevó la tasa máxima de 25 a 83 por ciento. Creó el salario mínimo y promovió la sindicalización, lo cual hizo más cara y difícil la contratación de nuevos trabajadores. Promovió el establecimiento de granjas colectivas, que resultaron un fracaso, y subsidió el trabajo de escritores, artistas y fotógrafos, con el fin de generar un apoyo político a su persona. Mantuvo, además, políticas económicas volátiles y a menudo contradictorias.

Con la retórica de que los ricos y los empresarios eran personas malignas dedicadas a conspirar contra el bien común (aun cuando él mismo era rico y con frecuencia tomaba sus decisiones en travesías en su yate privado, el Potomac), llevó a cabo una cacería de brujas contra empresarios, algunos de ellos muy ricos, como el ex secretario del Tesoro, Andrew Mellon, dueño de la Aluminum Company of America. Otros eran pequeños empresarios, con ingresos inferiores a los de sus burócratas. Un caso sonado, con tintes antisemitas, fue el que impulsó contra los hermanos Schechter, procesadores y distribuidores de pollo kosher en Brooklin, Nueva York, a quienes se acusaba, entre otras cosas, ¡de vender pollo demasiado barato! en un momento en que la gente estaba desesperada por adquirir comida a un precio accesible.

Los empresarios fueron absueltos de las acusaciones; pero Roosevelt tuvo éxito en generar temor e incertidumbre entre los empresarios. La inversión privada se desplomó. Por eso la Gran Depresión duró tanto tiempo en Estados Unidos, cuando otros países industrializados salieron de ella a principios de los treinta. Roosevelt, de hecho, ocasionó el brutal desplome de 1936. En enero de 1938, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el desempleo se encontraba todavía en 17.4 por ciento, mientras que la Bolsa de Valores de Nueva York no recuperaría su nivel de 1929 sino hasta los años cincuenta.

Roosevelt no debe ser visto, según Shlaes, como el presidente que rescató a Estados Unidos de la Gran Depresión. Si acaso, fue el principal responsable de que esa tragedia económica haya durado toda una década en su país.

El secretario de Hacienda, Agustín Carstens, afirmó el viernes que seguirán las intervenciones de venta de dólares para impedir que siga cayendo el peso. Quizá esto sea inevitable, ante el daño que la devaluación está causando. Pero cabe preguntarse qué tan efectiva puede ser una intervención cuando el mercado se mueve en otra dirección. Aun cuando las autoridades afirman que las tasas de interés no tienen nada que ver con el tipo de cambio, yo sigo pensando que sería más sensato y barato subir los intereses para volver más atractivo al peso.

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