En plena temporada melonera, podemos ver a los agricultores laguneros intentar vender sus productos; nos es frecuente descubrirlos ofreciéndolos en los cruceros de la ciudad, luchando contra el tiempo y sus inclemencias que amenazan corromper su producto. Ellos son una imagen que debiera conmovernos.
Ya en otras ocasiones han tirado su cosecha, protestando por el bajo precio de compra que les ofrecen los insaciables acaparadores; igual sucede con los productores independientes de leche, que han llegado a desparramar producto frente a oficinas gubernamentales.
La destrucción de cereales y/o hortalizas -entre otros productos agropecuarios- es frecuente, a pesar del hambre que existe en el mundo, inmerso en un sistema económico deshumanizante.
Tal realidad es suficiente para motivarnos a repensar que algo irracional está sucediendo, cuando algunos destruyen alimento y otros mueren de hambre; seguramente hay mejores opciones en el mundo moderno con el desarrollo de la ciencia y la técnica; tal vez, lo que nos ha faltado, es aplicar los conceptos básicos del humanismo y sobreponer el bien común a los intereses financieros de los pocos.
Le ofrezco más datos: a lo largo del mundo, en el primer semestre de 2008, los agricultores cosecharon 2,300 millones de toneladas de cereales; al mismo tiempo, los precios del petróleo cayeron abaratando la producción y consecuentemente los fletes, habiendo más que comer en el planeta; a medida que la oferta de comida se disparó y la demanda, golpeada por la recesión se estancó, vino el desequilibro. Desde su punto más alto, en julio, hasta el más bajo, en diciembre de 2008, el índice de costo de los alimentos cayó 40%, según The Economic.
Entre diciembre de 2008 y mediados de junio de 2009, el valor a la compra subió un tercio, pese a que la cosecha de cereales es enorme; la FAO, estima que se situará en 2.200 millones de toneladas, pero los precios de la soya y el azúcar crecieron casi 50%. ¿Le sorprende?
Los alimentos se encarecen en tiempos de abundancia y los países pobres padecen los efectos de manera alarmante.
Las explicaciones son varias; entre otras: el crecimiento poblacional y el arribo de las economías orientales al consumo de granos y carne. No descarte las hipótesis catastrofistas que hablan de complot.
El índice de crecimiento poblacional marca que, para 2050, seremos 9,000 millones de habitantes; cada año nacen millones de nuevos seres que requieren un incremento del 70% de comida disponible.
La hambruna parece inevitable y el jefe del Instituto Internacional de Investigación y Política de Alimentos, Joachim von Braun, advierte: "el apetito por las tierras de los pobres será mayor" y "volveremos a tener guerras".
Alexander Mueller, experto de la FAO, recomienda como medida urgente, que se encuentren y apliquen mecanismos efectivos para que los agricultores de los países pobres aumenten su productividad. Baste escribir que en África, los rendimientos de cereales son de alrededor de una tonelada por hectárea; en Europa, de tres a cuatro.
Abdolreza Abbasian, otro experto de la FAO, denuncia que el aumento de los vínculos entre la agricultura y otros sectores -petrolero y transporte, por ejemplo- hace más difícil para los agricultores calcular por anticipado las ganancias que generará su cosecha y, consecuentemente, limitan la planeación efectiva.
Por lo pronto, el anuncio de la FAO es deprimente: "Este año, el mundo alcanzará una cifra récord de 1,020,000,000 personas que pasarán hambre". En palabras de Kanayo Nwanze, presidente del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), "muchos de los que sufren pobreza y hambre en el mundo son pequeños campesinos en los países en desarrollo"; incluya a nuestros ejidatarios laguneros. Invertir en los pequeños agricultores, supone crear la red de productividad más sostenible, en especial en tiempos de crisis y, al parecer, sólo los ricos están apoyando a sus productores con instituciones y créditos financieros accesibles. Casi todo el incremento de la producción de cereales, en 2008, provino de los países desarrollados; la cosecha, en esas naciones aumentó 11% y en los estados en vías de desarrollo fue de apenas 1%.
Si se excluye a China, India y Brasil, la producción de granos cayó en los países pobres; por tanto, los costos de la crisis alimentaria recayeron pesadamente sobre el tercer mundo y los beneficios se canalizaron más hacia los agricultores de las naciones industrializadas.
Nwanze, enfatizó: "no existe ninguna duda de que invertir en los pequeños agricultores supone crear la red de seguridad más sostenible, en especial en tiempos de crisis económica mundial"; luego agregó: "encontrar soluciones viables para confrontar el hambre en el mundo, implica darle medios suficientes a la agricultura". En México, no hacemos los esfuerzos suficientes, aunque sí habremos de mencionar algunos, de organizaciones gubernamentales que, a pesar de todo, viven agobiadas por la burocracia y hasta corrupción. Aún queda mucho por hacer.