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Hora de corregir

Barack Obama y Felipe Calderón podrían reencontrarse al menos tres veces en foros internacionales programados para este año. (Archivo)

Barack Obama y Felipe Calderón podrían reencontrarse al menos tres veces en foros internacionales programados para este año. (Archivo)

Jorge G. Castañeda Agencia Reforma

Con la llegada de Obama, el Gobierno tiene una espléndida oportunidad de rectificar lo esencial en su política exterior y definirse como parte de América del Norte.

No existe razón alguna para pensar que el nuevo Gobierno de Barack Obama le otorgue una especial atención a América Latina. Nada en su experiencia de vida, en su equipo de colaboradores, en su curiosidad intelectual o en su jerarquía de prioridades justifica un vaticinio de vocación latinoamericanista del presidente entrante. La retórica ocasional, plagada de lugares comunes y de buenas intenciones, se ve neutralizada por las audiencias de ratificación de sus secretarios de despacho y por la abrumadora cantidad de temas alternativos y de mayor urgencia o pertinencia para Estados Unidos.

Dos excepciones confirman la regla: Cuba y México. La primera no depende de Obama, sino de la salud de Fidel Castro y del aguante del pueblo cubano. El último deseo de Obama sería arrancar su Administración con una crisis cubana, como fue el caso de Kennedy, o más adelante en sus mandatos, de Carter y de Clinton. La segunda excepción se origina, sin embargo, en la misma realidad que impone sus fueros, y en la percepción de la gravedad de la situación mexicana que cada vez más impera en Estados Unidos.

Informamos ya de la celebración en diciembre de un seminario semisecreto en México sobre seguridad y narcotráfico. De ese cónclave, el ex zar de las drogas y ex jefe del Comando Sur de Estados Unidos, el general en retiro, Barry McCaffrey, extrajo una serie de conclusiones alarmistas -es decir exageradas, pero no carentes de verosimilitud- sobre la situación actual en México. Reflejaban, tanto lo que poco después afirmaría el National Drug Threat Assessment del Departamento de Justicia norteamericano, como los reportajes aparecidos en diversos medios de comunicación estadounidenses.

Posteriormente, el Comando de Fuerzas Conjuntas (Joint Forces Command) de Estados Unidos -que aglutina a las Fuerzas Armadas norteamericanas ubicadas en el territorio de nuestro vecino y que publica cada año un informe llamado Joint Operating Environment o Entorno de Operaciones Conjuntas– afirmó, como ya se ha citado, lo siguiente: “En términos de los peores escenarios para las Fuerzas Conjuntas, e incluso para el mundo entero, México y Pakistán deben ser objeto de consideración como dos grandes e importantes Estados susceptibles de un repentino y rápido colapso”. Dichos Estados, sostiene el estudio, “suelen presentar problemas crónicos de largo plazo que pueden ser superados con el tiempo. Pero el fenómeno escasamente estudiado del ‘colapso rápido’ tiende a aparecer como una sorpresa vertiginosa y presenta problemas agudos”.

En su publicación en línea, FLYPMedia, Alan Stoga, consultor de varias empresas mexicanas (Cemex, Maseca, Azteca, etcétera) y anteriormente del Gobierno de México, escribe otra nota aterradora: Al borde el abismo, basada en el texto de McCaffrey. El principal antimexicanista, Lou Dobbs, invitó a George Friedman, presidente de Stratfor, para hacer una comparación entre México y Pakistán.

Si ésta es la percepción, la realidad tampoco ayuda, aunque sea distinta. México no es un Estado fallido, pero según el propio Gobierno de Felipe Calderón encierra en su territorio zonas, ciudades e instituciones fallidas. Como lo dijo el archiconservador, pero perspicaz ex líder de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Newt Gingrich, México es un país en guerra. México es un país cuyo Estado, según su Gobierno, ha presenciado en los últimos años una penetración generalizada del crimen organizado, pero que no ha detenido a un solo presidente municipal, gobernador, diputado o senador, actual o anterior, por connivencia con el narcotráfico.

México posee una frontera de más de 3 mil kilómetros con Estados Unidos que, según el propio Gobierno de México, no puede ser asegurada ni de Norte a Sur (armas, químicos precursores, dinero, etcétera), ni de Sur a Norte (estupefacientes y migrantes). México es un país que se verá dramáticamente afectado por la crisis que azota a Estados Unidos, de la misma manera y por las mismas razones gracias a las cuales se vio favorecido por la bonanza norteamericana de los últimos quince años (con la excepción de 2001).

Y es, por último, un país cuyo crecimiento, en todos los ámbitos, ha sido raquítico y decepcionante a lo largo de los dos decenios y medio transcurridos desde la debacle de 1982, como lo demuestra de manera palmaria un libro de próxima aparición de Santiago Levy y Michael Walton, publicado por el Banco Mundial, No Growth Without Equity? Inequality, Interests and Competition in Mexico.

México no es Pakistán, pero Pakistán tampoco era Pakistán hace algunos años; era el mejor y más estable aliado de Estados Unidos en el Suroeste asiático. Y aquí es donde se complican verdaderamente las cosas porque, o bien México y sus problemas figuran entre las prioridades y los intereses de Estados Unidos y se encuentra al margen de la indiferencia y el carácter accesorio de América Latina para Obama, o bien pertenece a la región predilecta del chip priista y del panismo ultramontano, a la región subsumida bajo la esfera de influencia brasileña, y a la región menos transparente y más solitaria para Washington, a saber América Latina.

La pertenencia

a Norteamérica

La agenda estadounidense con México es conocida; según los relatos procedentes de la reunión Calderón-Obama, son los temas de siempre, quizá con una prelación diferente. La seguridad y el narcotráfico constituyen el primero; la migración, el segundo; la revisión (o no) del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el tercero, y el estado de la economía mexicana, el cuarto. De una manera u otra, estos asuntos han dominado la agenda desde la Presidencia de Carlos Salinas hasta la de Calderón. Durante el mandato del primero, el TLC fue lo esencial; durante el de Zedillo, la economía y el narco fueron preeminentes; con Fox fue la migración y la seguridad; con Calderón todos ocupan un lugar central para Washington.

Como se ve, ninguno de estos temas es realmente común al resto de la región, con la posible excepción del narco con Colombia, donde Álvaro Uribe ha realizado una verdadera hazaña al lograr que él y su país sean admirados y premiados por los sectores conservadores del mundo entero, a la vez que aumentó durante su Presidencia la siembra, producción y exportación de coca y de cocaína. La migración es importante para los países del Caribe, Centroamérica y el Ecuador, pero los flujos de sus nacionales hacia Estados Unidos, por desgracia, no lo son para ese país.

De tal suerte que México puede escoger: o prefiere recibir un trato especial (como decían los ingleses) de Estados Unidos (ser recibido primero por el presidente electo, ser primer destino de viaje, realizar la primera visita de Estado, contar con apoyo económico, figurar en la agenda, etcétera) y aceptar con resignación o entusiasmo su pertenencia a América del Norte; o definir su ubicación en el mundo por el folclor, la nostalgia, el confort zone de sus presidentes y la Doctrina. Gloria Estefan de relaciones internacionales: “Hablamos un mismo idioma”. Hoy menos que nunca son viables las dos opciones simultáneamente.

La idea según la cual México puede erigirse en puente, intermediario o mediador entre ambas regiones es tan falsa como aquella que pretende, sin relación alguna con los hechos, que nuestro país ha podido desempeñar esa función entre La Habana y Washington. Como lo muestra, a pesar suyo, el excelente relato histórico de Peter Kornbluh y William LeoGrande en la revista Proceso, todos los intentos de mediación, desde López Mateos hasta Fox, pasando por Carter, Salinas y López Portillo (en casa de mi padre, en 1981), fueron promovidos por México y fracasaron. Cuba y Estados Unidos jamás han necesitado de terceros para entenderse cuando han procurado hacerlo, salvo en la imaginación febril de los jefes de Estado mexicanos, o la realista-mágica de sus amigos literarios.

En cambio, si México no le puede “vender” su relación con el Sur al Norte, porque el Norte no nos necesita para ello, de lo poco que podemos venderle al Sur es, justamente, nuestra relación “especial” con el Norte. Dicho de otro modo, en algunas ocasiones podemos utilizar la relación privilegiada de México con Estados Unidos, si se mantiene, se consolida y se fortalece, para ayudar países que no suelen contar con los accesos o los canales de comunicación con Washington de los que disponemos nosotros.

Pero todo esto requeriría una visión diferente en Los Pinos y en la Cancillería. El mejor deslinde, bueno, bonito y barato de Calderón con Fox resultó ser, a sus ojos, el de la política exterior.

Si la reunión del Instituto Cultural en Washington le permitió a Felipe Calderón rectificar asuntos puntuales de gran importancia (ya no se buscó “desmigratizar” la agenda; ya no se le dieron consejos a Obama sobre por qué no le conviene revisar el TLCAN; se le tomó la palabra para formular una agenda de revisión mexicana), también puede representar una espléndida oportunidad para corregir lo esencial: la definición presidencial de la ubicación de México en el mundo. Nos tratan distinto a las “hermanas repúblicas” porque somos distintos; y somos distintos porque estamos al lado. Desgracia o privilegio: cada quien puede opinar, pero ante una realidad inamovible, las opiniones no cuentan.

Cambios al TLC: poco realista

Para renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte hay que hacer coincidir la opinión tanto de los mandatarios de Estados Unidos, México y Canadá, como de sus respectivos congresos, lo cual es poco probable en estos momentos, considera Jaime Zabludovsky.

Subsecretario de Negociaciones Comerciales Internacionales y negociador del TLCAN a inicios de los noventa –junto al entonces secretario de Comercio y Fomento Industrial, Herminio Blanco–, Zabludovsky considera que no existen condiciones para renegociar los acuerdos en materia laboral y ambiental, como pretende hacerlo el presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama. Durante su campaña, Obama expresó su intención de renegociar esos aspectos del tratado firmado entre los tres países en 1993 y que entró en vigor hace 15 años. Los sectores obreros del vecino país han insistido en esta necesidad y, en la reunión con el presidente de México, Felipe Calderón, el lunes pasado, el ex senador por Illinois reiteró su pretensión, según su próximo secretario de Prensa, Robert Gibbs.

Calderón dijo al día siguiente que México estaba en disposición de revisar algunos aspectos del tratado, pero aclaró que no se habló de ninguna negociación en concreto ni de su reapertura.

“No hay nada técnico que imposibilite la renegociación, pero es muy poco probable que se den las condiciones para que coincidan y se alineen las estrellas, no sólo en los ejecutivos de los tres países, sino en los congresos de los tres países. Que todo el mundo coincida en que lo que le vamos a cambiar lo vamos a cambiar los tres países de manera idéntica es muy poco realista, dadas las condiciones políticas, no sólo en México, también en Estados Unidos y Canadá.

“Por eso es tan valioso el TLC, es un mecanismo que obliga a las tres partes con una gran permanencia y con una gran estabilidad. Es la característica más valiosa del TLC”, explica Zabludovsky, hoy presidente del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales.

El consenso que se logró con el TLCAN después de casi tres años de negociaciones es difícil de repetir, señala el también economista por el ITAM, aunque el mismo tratado contemple la posibilidad.

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Escrito en: CALDERON Y OBAMA

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