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Hubris (II): El vuelo AF447

EL COMENTARIO DE HOY

FRANCISCO AMPARÁN

Ayer comentábamos cómo la bancarrota de la General Motors constituyó la crónica de una muerte anunciada, por la manera soberbia en que el gigante automotriz respondió a las llamadas de alerta y focos rojos encendidos que eran notables desde hace por lo menos dos décadas. GM no quiso ver que el mundo cambiaba, se aferró a sus caprichitos y forma de hacer las cosas, y finalmente siguió el camino de los inadaptados: como los dinosaurios.

Pero hay otro tipo de hubris, de soberbia, que también quedó de manifiesto en estos días. Y que nos pone a pensar qué tanto aprendimos del siglo en que nacimos, que después de todo resultó el más sangriento de la historia.

La información empezó a fluir a cuentagotas desde el lunes a mediodía: el vuelo AF447 de Air France, de Río de Janeiro a París, había desaparecido de las pantallas de radar en algún lugar del Océano Atlántico, a la altura de las Latitudes del Caballo

Rápidamente se armó un operativo de búsqueda por parte de la Fuerza Aérea Brasileña (la más eficiente y experimentada de Latinoamérica) y equipos de rescate franceses. Para el martes se habían encontrado restos en un área del Atlántico por la que hubiera pasado la trayectoria del avión. Al parecer la búsqueda de la aeronave había terminado

En cuanto se dio a conocer la noticia de la desaparición del AF447, los expertos hicieron notar que la aeronave, un Airbus A330-200, era el avión más avanzado que se pudiera encontrar para vuelos trasatlánticos. Que tenía elementos sofisticadísimos, sistemas aviónicos de última generación y quién sabe cuántas salvaguardas redundantes. Que el avión hubiera sido tumbado por un rayo era considerado como fuera de la cuestión: cualquier aeronave moderna aguanta eso y más. Que una simple tormenta eléctrica hubiera derribado a una maravilla de la tecnología del siglo XXI era visto como sumamente improbable. Al menos eso era lo que se podía colegir leyendo las desconcertadas declaraciones de los expertos.

Pero, ¿y la naturaleza? ¿A nadie se le ocurrió pensar que la naturaleza tiene sus caprichos, y no siempre se adapta a la previsión de los humanos, que en nuestra soberbia creemos estar preparados para lo que nos eche encima nuestro maltratado planeta? ¿Por qué ese afán de creer que la tecnología puede desafiar (o peor aún, domeñar) a fuerzas que siempre nos hacen ver chiquitos-chiquitos?

Sí: en esas primeras declaraciones sobre el A330 se coló la hubris tecnológica que tanto daño nos hizo el siglo pasado. Y de la que al parecer no es fácil curarse.

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