Crecen robos. En julio de 2004, dos comunidades pertenecientes al Municipio de Santa Clara, Ocoyucan, en Puebla fueron víctimas del saqueo de arte en sus iglesias. EL UNIVERSAL
La madrugada del 15 diciembre de 1989 los poblanos dormían a pierna suelta mientras un comando saqueaba la catedral. Un grupo de hombres bien adiestrados trepó por una pared del edificio colonial, rompió un vitral del siglo XIX y descendió con cuidado por la parte interna del muro. Después, con ayuda de un gato hidráulico, los hombres levantaron una reja y se deslizaron hacia la nave mayor para apoderarse de dos valiosas figuras de marfil y mutilaron tres antiguos libros de coro para llevarse varias capitulares pintadas por Luis Lagarto en el siglo XVII.
Ese fue uno de los robos de arte sacro más sofisticados de las últimas décadas y un ejemplo más de una realidad que desde hace años rebasa a las instituciones culturales, a las corporaciones policiales, a las autoridades eclesiásticas y asociaciones civiles: la pérdida del patrimonio cultural en las iglesias del país.
Nadie sabe cuánto se ha perdido en México ni siquiera en los últimos 25 años. Éste es un grave problema histórico que crece en lugar de disminuir. "En los últimos 15 años hemos visto un incremento de este problema y es importante que los países de América Latina y el Caribe tomen conciencia de que les es común y de que es urgente implementar medidas para enfrentarlo en cooperación. Eso es lo que estamos haciendo ahora", explica Hermann van Hooff, director de la Oficina Regional de la UNESCO, quien hace unos días estuvo en México para participar en el taller "Protección y salvaguarda de los bienes culturales patrimoniales de la Iglesia en América Latina y el Caribe", convocado por la organización donde trabaja. El taller se llevó a cabo en los institutos de investigaciones Estéticas, Bibliográficas y Jurídicas de la UNAM.
La reunión, a la que acudieron especialistas en temas de patrimonio de instituciones culturales de Argentina, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Paraguay, Perú, República Dominicana y México, así como representantes de la Iglesia Católica de varias naciones de la región y policías europeos, fue una oportunidad inusual para conocer datos reales y frescos sobre el robo y tráfico de arte sacro en el continente latinoamericano, tema en el que muchos países aún están en pañales.
MÉXICO, EL PAÍS MÁS AFECTADO
El robo de arte sacro no es un problema que sólo afecte a iglesias poco concurridas en pueblos recónditos. En julio pasado se dio a conocer que la Procuraduría General de la República recibió nueve denuncias por robo de arte sacro en plena Ciudad de México. Templos de las delegaciones Gustavo A. Madero y Cuauhtémoc fueron los más afectados.
En el resto del país es probable que los robos hayan sido muchos más, con una importante merma al patrimonio cultural de la nación. Sin embargo, en 2008, la central de Interpol en Francia apenas recibió 25 denuncias desde México; en 2007 se registraron 29.
"Pero hay que tener mucho cuidado con las cifras porque muchos incidentes no son notificados a la policía", dice Jean Pierre Jouanny, agente de la Secretaría General de Interpol en Lyon. Jouanny, que parece y habla como un académico universitario más que como un policía de campo, no deja de advertir sobre la imprecisión de las cifras en este tema. Él desecha incluso un dato que ya es un lugar común al hablar del robo de arte sacro: "el tráfico ilícito no es el tercer tráfico en importancia en el mundo después de las drogas y de las armas porque no hay cifras que lo demuestren", revela pero de inmediato matiza: "esto no quiere decir que no sea un problema muy grave, no sólo en América Latina sino en todo el mundo". Y Jouanny tiene una larga trayectoria sobre el terreno desde los años 70, primero en la Policía francesa y luego en la Interpol, para saber de qué habla en relación con el robo a iglesias.
Aunque el agente es cuidadoso para no mencionar las deficiencias que hay en México para afrontar el problema, indirectamente da una perspectiva de la situación mexicana al referirse a lo que ha visto en otras naciones de la región: "Sólo en Argentina hay una Policía capacitada que trabaja muy bien en el asunto, y en Colombia ahora hacen un buen esfuerzo por mejorar (
A pesar de todo, de acuerdo con las cifras de Interpol, México es el país de la región que envía más casos de robo de patrimonio cultural eclesiástico. Sin embargo, en la base de datos de la institución apenas hay 274 registros de obras de arte mexicanas boletinadas de un total de 34 mil a nivel mundial.
En realidad, la lista que manda la oficina mexicana de Interpol es muy incompleta frente a lo que realmente se pierde. Un ejemplo: las obras de Luis Lagarto robadas en Puebla en aquella madrugada de diciembre de 1989 no están en esa base de datos de uso restringido. Sin embargo, Interpol-México, que trabaja en coordinación con la AFI, sólo concentra y envía a Lyon las denuncias presentadas en el ministerio público.
Pero aun cuando la parte afectada quiera denunciar, no puede hacerlo porque es incapaz de mostrar incluso una buena foto del objeto hurtado de la iglesia. Y no es raro que esto le ocurra incluso al Instituto Nacional de Antropología e Historia, la entidad responsable de la protección del patrimonio cultural de la nación, según la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos.
Responsabilidades de la Iglesia
La calidad de la información que envían las policías latinoamericanas a la Central General de Interpol muchas veces es lamentable. Eso quedó claro en la exposición de Jean Pierre Jouanny, agente de la Secretaría General de Interpol en Lyon, en el taller convocado por la UNESCO. Para que sus preciados objetos patrimoniales sean buscados y recuperados, los países latinoamericanos suelen enviar fotografías fuera de foco, imágenes con escenas de fiestas populares en donde apenas si se ve la pieza robada e incluso ennegrecidas fotografías faxeadas.
En las recomendaciones finales del taller, a la Iglesia se le recomendó, entre otras cosas, que "propicie la sensibilización y capacitación del clero y los laicos en el conocimiento, valoración, defensa y protección del patrimonio cultural eclesiástico y que incorpore esta temática a sus programas de formación de religiosos y religiosas", que colabore, a demás, con los Estados en la elaboración de inventarios, una tarea en la que la mayoría de los países ha avanzado, pero es el gran pendiente. No se puede proteger el patrimonio que se desconoce.