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II.- Lajous y la devaluación de 1982...

Hora cero

ROBERTO OROZCO MELO

En la columna del jueves pasado rescatamos, del artículo "Historia de una devaluación" en el libro "Mi cuarto a espadas" de don Adrián Lajous, algunas notas introductivas al drama monetario del 17 de febrero de 1982 que condujo a la inútil estatización del sistema bancario mexicano por un decreto "ab oevo" que el presidente José López Portillo firmó el día primero de septiembre de ese año.

Hoy trataremos de sintetizar otros prolegómenos de dicha tragedia y lo sucedido en el desayuno tempranero de ese mismo día cuando JLP informó al Gabinete su decisión de estatizar, que provocó un fuerte "entripado" no sólo para los señores legisladores, gobernadores, secretarios de Estado propietarios de la banca, otros empresarios y la mayoría de los mexicanos. A mediados del mes de enero de 1982 acaeció la reunión reseñada por don Adrián Lajous; y nos quedamos en la seca respuesta de JLP a la ya conocida intervención del señor Lajous, a la que siguieron sendos discursos de los dos importantes colaboradores presidenciales en materia económica y financiera: Romero Kolbeck y David Ibarra. Leamos textualmente a don Adrián:

"Abusando de la confianza que tenía con Romero Kolbeck, director del Banco de México y David Ibarra, Secretario de Hacienda, les reclamé duramente sus actitudes: "Son un par de maricones. Se merecen que las finanzas se manejen desde Los Pinos y que el presidente se ensucie en ustedes todos los días".

"Ibarra respondió: ' Se lo he dicho muchas veces en privado, pero ya van tres veces que me rompe el hocico por plantear este tema en el Gabinete Económico. No tiene caso repetírselo en público a quien ya no quiere oír ni en privado' Entonces, le pregunté, "¿qué demonios haces en la Secretaría de Hacienda?" 'Estoy dando una batalla de retaguardia para defender la hacienda pública de las fuerzas del mal. Estoy tratando de conservar un mínimo de disciplina fiscal y preparándome para rescatar lo que se pueda de las finanzas públicas mexicanas cuando se venga la debacle".

"Romero Kolbeck me reviró: "Como David fingió demencia en su última intervención, tuve que entrar al quite para atajarte, aun cuando para ello me vi obligado a comer estiércol. Claro que tienes razón, ¿qué crees que soy penitente? Aún si lo crees hazme el honor de reconocer que aunque fuera sólo por mi puesto sé mejor que tú cuál es la situación del peso. Créeme también que tengo al corriente al presidente y constantemente le toco el tema. El que no entiende eres tú. No entiendes que no se puede arrinconar al Presidente de la República en público y menos aún en un asunto tan delicado.

"No sé ni quiénes son la mitad de los jóvenes que estuvieron en esta junta. Si López Portillo hubiera admitido discutir la paridad del peso quién sabe cuántos hubieran salido de aquí directamente a comprar dólares, y lo que es peor, a correr la voz. Se podría haber creado un pánico en el cual se produjera una devaluación incontrolable. No seas irresponsable. Ya que te sientes tan maldito ve a picarle la cresta a López Portillo; pero en privado, no en público".

"Un par de semanas después -prosigue el autor- tuvo lugar la llamada Reunión de la República, en Guadalajara, el 5 de febrero. Durante su curso, con frecuencia, los funcionarios y edecanes llevaban notas desde el asiento de Romero Kolbeck al del Presidente. Algunas semanas después supe que le estaban informando de la baja de reservas de la divisa, pues en esos días había una gran demanda de dólares. El último de los recados reiteraba la sugerencia de Romero Kolbeck en el sentido de que el Presidente no tocara el tema, que podría resultar contraproducente, como en efecto resultó. Haciendo caso omiso, al terminar los discursos previamente programados de los gobernadores y secretarios de Estado, el Presidente tomó el toro por los cuernos: apeló al pueblo para que tuviera fe en el peso. Por segunda vez ofreció defenderlo como un perro.

"(López Portillo) había iniciado su arenga quejándose amargamente de que cuando se acercaba el fin del régimen se empezaba a cuestionar al Presidente, incluso por algunos colaboradores. Aparente consideraba que ni siquiera el ya evidente desastre financiero que se venía justificaba que sus colaboradores tuvieran opiniones diferentes de las de él. Supuse que encabezaban su lista el secretario de Hacienda y el director del Banco de México. Estaba en lo justo: los destituyó a raíz de la devaluación un par de semanas después. ¡Qué ironía!: los que se habían estado resistiendo a su política manirrota fueron implícitamente culpados cuando se presentó el principio del desastre que ellos habían previsto.

El próximo jueves 25 seguiremos con la narración de don Adrián Lajous, señor de todos nuestros respetos en todos los sentidos. Mientras tanto, a ustedes, queridos lectores espero que tengan ese día la Feliz Navidad que merecemos los mexicanos por pacientes, aguantadores y buenas gentes: Y ¡Muy Feliz Año Nuevo!..

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