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Influenza: hay que controlar el pánico y aprovechar la oportunidad

JESÚS CANTÚ

El pasado abril la influenza A H1N1 tomó al país por sorpresa y provocó una reacción rápida y enérgica de las autoridades ante la presencia de un virus desconocido y largamente esperado. Hoy sus alcances y características son conocidas y atendibles, por lo mismo no se puede actuar igual que en aquel momento y, mucho menos, cuando las medidas adoptadas en aquel entonces tuvieron funestas consecuencias particularmente para la economía, pero también afectaron otros ámbitos de la vida nacional.

Desde 2001 la comunidad médica mundial espera la aparición de una nueva cepa del virus de la influenza tan letal como la de que en 1918 mató a más de 20 millones de personas en menos de un año. El virus, que hoy todo indica que no empezó en México, como era esperable se extendió a otros países y, particularmente, causó estragos en los países del cono sur, que en ese momento vivían su temporada invernal. En ninguno de ellos se tomaron las medidas extremas que se adoptaron en México, precisamente porque para ese momento ya no era desconocido y, por lo mismo, se actuó con mayores elementos de juicio.

Hoy se sabe que este nueva cepa es muy parecida a la llamada influenza estacional, incluso su tasa de mortalidad es ligeramente menor: 1.2% de los infectados contra 1.3%, en el caso de la estacional. Y su gran diferencia es a la población que afecta, pues la estacional afecta principalmente a los adultos mayores de 60 años; y la A H1N1, a los menores de 19 años.

De los 26 mil 403 afectados por la influenza A H1N1 en México, casi el 58% se encuentra entre los 0 y 19 años de edad; otro 20% está entre los 19 y 29 años; otro 21, entre 30 y 60; y, escasamente, el 1.7, arriba de los 60 años.

La diferencia no es menor, pues tiene muy diversas implicaciones en la forma de enfrentarlo, particularmente cuando no se cuenta con una vacuna que permita prevenirlo y con una población joven como la mexicana, donde más del 40% tiene menos de 19 años y, por lo tanto, se sitúa dentro del grupo más vulnerable; casi el 17% está entre los 19 y los 29; el 32, entre los 30 y 59; y, únicamente, el 11, tiene más de 60 años.

Pero más allá de la distribución porcentual de las edades, las prácticas y costumbres de cada uno de estos grupos poblacionales es muy distinta, pues los menores son más propensos a pasar una buena parte de su vida en grupo y, por lo tanto, son más vulnerables a todo tipo de gripes e influenzas. Y, por lo mismo, hay que afrontarlo de diferente manera.

Aunque siempre cabe la posibilidad de que el virus sufra mutaciones y, por lo mismo, pueda cambiar sus formas de transmisión, hoy se tiene la certeza que el virus se transmite por contacto directo a través de las mucosas, es decir, se difunde o adquiere a través de la saliva o las mucosas nasales u oculares, directa o indirectamente, es decir, de saliva a saliva, a través de un beso, o por contacto con cualquier tipo de superficie que previamente haya sido contaminada por cualquiera de estas mucosas, directa o indirectamente, a través de un estornudo o la colocación de un pañuelo infectado. Por lo mismo se vuelve clave la higiene y manejo de las manos y, en gran parte, la posibilidad de adquirirlo depende de uno mismo y sus hábitos de higiene.

El principal problema es cultural, lo que se tiene que lograr es evitar el contacto de las manos o cualquier otro objeto de cuya higiene no haya plena certeza con boca, nariz y ojos. Obviamente, hay muchas medidas adicionales que contribuyen a evitar el contagio: lavado frecuente de las manos, al estornudar o toser taparse la boca con el antebrazo, la higiene de cualquier tipo de superficie, el uso de pañuelos desechables y otras más que contribuyen a contenerlo.

Aquí es precisamente donde surge la principal oportunidad, pues hay que aprovechar el pánico inicial para transformarlo en energía que permita impulsar el cambio hacia hábitos más higiénicos, que son las únicas acciones realmente preventivas aplicables en estos momentos, pues el cierre de salones de clase, escuelas o lugares de reunión en realidad son reacciones, que probablemente eviten una mayor diseminación del virus, pero que siempre llegan tarde, pues se toman cuando se percibe la presencia de un enfermo y normalmente si no se aplicaron previamente las medidas preventivas antes señaladas, ya hubo otros contagiados que manifestaran los síntomas posteriormente; en cambio, si las medidas ya están en vigor, el cierre es innecesario.

Obvio el cambio empieza en el hogar, sigue en la escuela y tiene que prolongarse a centros de trabajo y cualquier lugar público, particularmente aquellos que implican la ingesta de alimentos y bebidas, por ejemplo colocar recipientes con gel antibacterial en cada mesa; cambiar la forma de compartir botanas y platos al centro, que en muchas ocasiones implica formas de contacto directo de manos y utensilios utilizados por diversos comensales; en fin, sí implica un cambio cultural que siempre son los más difíciles; pero la otra opción, el cierre de escuelas, centros de trabajo, restaurantes, antros, lugares de esparcimiento y demás, es más sencillo de aplicar, pero mucho más costoso, especialmente para una economía tan deprimida como la mexicana.

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