La maestra de la escuela primaria, antes del inicio del ciclo escolar, se reunió con los padres de familia y después de entregarles la lista de los útiles requeridos para el año escolar les preguntó:
--¿Qué quieren ustedes que sean sus hijos cuando sean grandes?
--Yo -respondió Amebiano-, quiero que sea doctor, esos ganan harto dinero.
--Pues yo -dijo Simpliana-, quiero que sea ingeniero, en las obras que hacen les va requetebién.
--No, yo -dijo Audomaro-, quiero que estudie en el Tec de Monterrey, ahí van los hijos de los hombres más ricos y se hará amigo de ellos y tendrá asegurada su chamba. Uno a uno los padres de familia fueron diciendo lo que querían que sus hijos fuesen, una vez que hubiesen egresado de la escuela de Güémez.
Por la tarde, cuando el Filósofo se encontró con la maestra, ésta le contó sorprendida la historia y comentó:
--Nadie dijo: ¡yo quiero que mi hijo sea feliz!
Conforme pasa el tiempo me he dado cuenta que en esta vida venimos a ser felices... lo demás llega por añadidura. La felicidad es el tema sustantivo en la vida del Filósofo de Güémez, un campesino que sin más escuela que la que la vida le da, vibra en sintonía con el universo y a través del poderoso sentido del humor se conecta con su divinidad, haciendo que cada hora de su día sea espectacular.
Este viejo campesino, en la búsqueda de su felicidad, se da el permiso de equivocarse y seguir adelante, porque sabe que es la mejor manera de crecer, vivo mi vida segundo a segundo con la plenitud del sol.
¡Ahhh!, y no olvido amar mi cuerpo, porque sé que es el compañero que habrá de estar conmigo hasta el final de mis días, lo alimento amorosamente y lo lleno de humor, ese que me colma cada instante de la magia del amor y me recuerda que no estoy aquí por casualidad, sino con un propósito de vida: ¡ser feliz!
Las historias y frases que cuento son como el humor: universales, si las escucho o las leo y me parece que están preñadas del ingenio popular las adapto al Filósofo y pongo a su disposición, siempre con el deseo de agradar... nunca de agraviar, permítame contarle la siguiente historia:
El Filósofo se encontraba en la plaza, cuando llegó ante él un joven que venía en su busca.
--Buenas tardes, Filósofo, me llamo Audomaro y vengo de parte de Tino Sáenz... has de saber que estoy preparando mi tesis doctoral en astronomía y quiero que me des algunas reflexiones sobre el cosmos desde la óptica de la sabiduría popular para enriquecer mi protocolo doctoral.
--Claro, estoy pa' servirte... -respondió cortésmente el Filósofo. Acto seguido se dirigieron a acampar a los hermosos parajes de Güémez, allá por "Los San Pedro". El aspirante a doctor instaló una enorme casa de campaña, inmediatamente preparó exquisita carne asada acompañada de dos botellas de tequila chinaco y una cajetilla de cigarros que fue aderezada por una sabia y larga plática del Filósofo.
Las horas fueron minutos para el aspirante a doctor, por la ágil y amena charla del versado campesino. Posteriormente se metieron a la casa de campaña, quedándose profundamente dormidos. Horas más tarde, el Filósofo se despertó, respiró profundamente y codeó al aspirante a doctor, diciéndole:
--¡Eit!... doctor... doctor ¡Audomaro!... -éste entreabrió los ojos, inmediatamente el Filósofo le dijo-: mira el cielo y dime ¿qué ves?
--¿Que qué veo? -contestó el astrónomo y adoptando su mejor pose de académico, continuó-: veo millones y millones de estrellas...
--Y eso, ¿qué te dice?
--Astronómicamente me dice que hay millones de galaxias... y potencialmente billones de planetas... que somos una insignificancia ante la majestuosidad del universo...
--¿Y qué más te dice?
--Me dice que astrológicamente Saturno está en Leo... que cronológicamente son aproximadamente las tres y diez de la madrugada.... que meteorológicamente tendremos un espléndido amanecer... teológicamente, puedo ver que Dios es todopoderoso y que somos pequeños e insignificantes... Y a ti, Filósofo, ¿qué te dice?
--A mí me dice que eres muy pendejo... ¡¡nos chingaron la casa de campaña!!