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Jesús

Diálogo

YAMIL DARWICH

En el año treinta, d.C., Poncio Pilatos, Prefecto de Roma, ordenó la ejecución de Jesús, a petición directa de los fariseos y saduceos, tribus hegemónicas que temían el rompimiento del orden social por la doctrina revolucionaria que éste predicaba.

Desde tiempo atrás, el pueblo judío esperaba la llegada del Mesías, que vendría a liberarlos de la opresión romana, según profecías leídas por los sacerdotes en el Deuteronomio y muchos líderes habían provocado diferentes revueltas. Entre ellos se encontraba un tal Teudas, que llevó a cuatrocientas personas al desierto, con la promesa que serían emancipados por el Señor; otro profeta, cuyo nombre quedó registrado para la historia como "El Egipcio", convenció a miles de ellos para que se reunieran en el Monte de los Olivos y organizaran una asonada, luego de que soldados romanos les habían provocado, ubicando una fortaleza militar junto al Templo.

Los historiadores bíblicos asientan varias de estas revueltas que, por lo general, eran sofocadas con violencia por las legiones romanas, apostadas en Oriente Medio, llegando a crucificar a miles de rebeldes, imponiendo el orden con la fuerza bruta.

Un poco antes de la aparición de Jesús, otro profeta llamado Juan y apodado el Bautista, quien probablemente fuera educado por un grupo de radicales conocidos como esenios, anunciaba la llegada del Reino de Dios y bautizaba en el Río Jordán, a los gentiles que creían en sus profecías, diciéndoles: "Viene tras mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado. Yo a la verdad os he bautizado con agua; pero él os bautizará con Espíritu Santo", palabras que muchos interpretaban como la próxima independencia de los judíos, cumpliéndose así la promesa de la tierra prometida, según las enseñanzas dejadas y aprendidas en el Antiguo testamento.

En ese tiempo, Barrabás, líder de la tribu de los Celotes -martillos- predicaba la revolución; la lucha armada contra los romanos y sus seguidores, entre ellos los cobradores de impuestos, prefectos y otros servidores públicos, declarándose enemigo de los fariseos y saduceos, quienes beneficiados con el sistema, buscaban mantener el orden para evitar diferencias con los invasores, consecuentemente, la pérdida del poder y control sobre los gentiles.

De todos era conocido el interés por la independencia, hasta el tráfico de armas que se daba entre los judíos, manteniéndose así un ambiente de intranquilidad, inconveniente para los responsables ante el César.

Entonces apareció Jesús, predicando; alguien que tan sólo unos años era desconocido y que a fuerza de sus conocimientos -tal vez con influencia esenia, contraria del fariseísmo- en poco tiempo ganaba respeto de muchos, que ahora le seguían escuchando sus esperanzadoras enseñanzas.

Él mismo era una amenaza para el sistema existente, particularmente para los fariseos -sacerdotes- y saduceos -ricos-, quienes mantenían el control y sometían al pueblo a sus intereses.

Su predicación era revolucionaria y esperanzadora, predicando con una autoridad que les ofendía, llegando a contestarles "tú lo has dicho", cuando le cuestionaron si hablaba por él o en nombre de Dios.

Aún más, declaraba que el hombre y sus necesidades estaban por encima de la práctica del Sabath y había justificado a sus seguidores por comer trigo ese día, recorrer mayor distancia de la permitida y curar enfermos en ese tiempo de ayuno, reposo y oración.

Además, se reunía con publicanos, prostitutas y extranjeros -considerados pecadores por los puritanos- y en respuesta a las críticas recibidas, les llamaba: "sepulcros blanqueados, que de fuera, a la verdad, se muestran hermosos, más de dentro están llenos de huesos de muertos y de toda suciedad".

No paraba ahí: también predicaba que el premio eterno era para todos los humanos y no sólo para los "elegidos", rompiendo así la exclusividad autoasignada por las autoridades sacerdotales, pregoneras de la Torá, administradoras del poder.

Por si fuera poco, quienes quisieran ser salvos no necesitaban convertirse al judaísmo y, el colmo: tampoco les obligaba la circuncisión, cirugía que les declaraba, hasta entonces, "derechosos" de gozar la gloria eterna como hijos de Dios; el monopolio celestial.

Por último, anunciaba que Él llegaba a complementar los mandatos de Dios y hasta humanizarlos; si antes la ley del Talión imperaba, ahora les hablaba de amor, ordenándoles: "cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra" o perdonar infinitamente, con aquello de "setenta veces siete". Siendo así: ¿cómo no planear su muerte?

De nuevo festejamos su arribo al mundo, con otra temporada navideña, que en vez de memoranza del Dios vivo, se ha transformado en oportunidad para vender y desencadenar la francachela y desenfado. Muy poco hemos avanzado.

Lo invito a disfrutar, sí, pero también a reflexionar en el hermoso ejemplo que recibimos y seguimos desoyendo; ese que nos lo recuerdan con un niño pobre, recostado en un pesebre.

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