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Juguetes violentos

JAQUE MATE

Sergio Sarmiento

“Del niño los juguetes y del viejo las razones

son los frutos de ambas estaciones”.

William Blake

Pertenezco a una generación de hombres que jugó con pistolas y soldaditos durante toda la niñez. No teníamos nada de especial. Simplemente participábamos en un comportamiento colectivo que ha sido considerado normal a lo largo de milenios. Ni yo ni ninguno de los amigos que jugaban conmigo hemos tenido nunca -que yo sepa- algún comportamiento inusitado de violencia. Somos, de hecho, la generación de “paz y amor”.

A lo largo de las últimas décadas, sin embargo, algunos académicos y funcionarios públicos han realizado constantes campañas en contra de los juguetes que consideran violentos. Así, ofrecen advertencias a los padres de que deben abstenerse de comprar a los niños juguetes bélicos o imitaciones de armas. Estas mismas buenas conciencias se pronuncian en contra de los juegos electrónicos o de los programas de televisión que muestran escenas de violencia. La Procuraduría Federal del Consumidor de nuestro país se ha unido a este coro de recomendaciones y ha pedido a los Reyes Magos en esta temporada que no compren armas o juguetes bélicos o violentos.

Hay, efectivamente, una amplia literatura académica que sugiere que los juguetes bélicos, los juegos electrónicos o los programas de televisión con violencia promueven comportamientos agresivos en los niños. Sin embargo, cuando uno examina los estudios con algún detalle es difícil dejar de pensar que los investigadores simplemente están tratando de ratificar una conclusión previamente definida sólo por el hecho de que es políticamente correcta.

Es verdad, como lo señalan estos estudios, que muchas de las personas que hoy son condenadas en los tribunales por haber cometido crímenes violentos jugaron cuando niños con pistolas y con soldaditos. Quizá vieron también series como “Los intocables” en la televisión o se entretuvieron con algún juego electrónico. Pero también lo hicieron quienes nunca han tenido ningún comportamiento violento alguno.

No cuento con investigaciones sesudas que demuestren o rechacen el vínculo entre ciertos tipos de juguetes y la violencia, pero sí tengo sentido común. Quienes jugaron en los años cuarenta, cincuenta y sesenta con pistolas de juguete se hicieron hombres en un tiempo de relativa tranquilidad y poco crimen, por lo menos en las ciudades de la República Mexicana. En cambio, los niños que han crecido posteriormente, en un ambiente en el que ya se veía con malos ojos que los niños se divirtieran con pistolas o con soldaditos, han tenido que sobrevivir en lo que parece ser el ambiente más violento en la historia de nuestro país.

Muchos factores inciden en la violencia de los niños cuando crecen, pero los juguetes o los programas de televisión parecen ser insignificantes. El entorno familiar bien puede ser el factor más relevante. Cuando hay violencia en la familia es muy difícil que el niño no sea violento. La impunidad es también un caldo de cultivo ideal para la violencia: si yo veo que un conocido roba y agrede sin que nada le pase, es probable que piense que éste es un comportamiento aceptable y redituable.

Es muy común que en una sola ciudad –como el Distrito Federal o Los Ángeles— ciertos barrios sean particularmente violentos mientras que otros se mantienen siempre tranquilos. Pero los niños de unos y otros jugaron con los mismos juguetes y vieron los mismos programas de televisión.

Los chicos de Toronto, Canadá, tienen los mismos juguetes que los de Buffalo, Estados Unidos, una ciudad cercana en distancia y también en población; pero la violencia en la ciudad estadounidense es muchas veces superior a la de la canadiense. Japón, por otra parte, ha sido tradicionalmente La Meca de los juegos electrónicos y programa de televisión violentos; y, sin embargo, sus índices de violencia callejera se cuentan entre los más bajos del mundo. El hecho de que Japón cuenta con uno de los niveles de impunidad más bajos del mundo parece pesar mucho más en esta situación que los juguetes que emplearon los niños japoneses hace 15 años.

Los gobiernos del mundo siempre están en busca de alguien a quien culpar por los problemas que son su responsabilidad. La violencia es uno de ellos. Si la autoridad responsabiliza a la televisión o a las pistolas de juguete por la violencia, ya no tiene que explicar por qué no controla los factores, como la impunidad, que realmente provocan el problema. Qué fácil manera de lavarse las manos.

MICROBUSEROS

Me escribe Luisa Enriqueta Sánchez Olmedo sobre el artículo “El microbusero” del 1 de enero de 2009: “Hoy leí su artículo sobre el cierre de una calle con motivo de los 15 años de la hija de un microbusero. Pero eso que hizo este señor, lo hace la misma Policía cada vez que hay un evento en el Estadio Cruz Azul o en la Plaza de Toros (de la Ciudad de México). Soy una torturada habitante de la calle Maximinio Ávila Camacho, exactamente frente a la puerta 8. No importa que tenga un comprobante de que allí vivo. Si no tengo conmigo mi credencial de elector con el domicilio exacto, no me dejan pasar a mi propia casa. El ruido y los cientos de policías, los puestos de comida, el absurdo cierre de las calles desde la mañana para un evento que se llevará a cabo en la tarde o noche, lo convierten en una situación absolutamente kafkiana.”

www.sergiosarmiento.com

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