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La baba

No hay duda: vendía paletas y nieve, boleaba zapatos, servía a las mesas en un comedero, se hizo a base de esfuerzos propios, un hombre que tiene raigambres en el pueblo humilde, donde tantos como él luchan diariamente por el pan nuestro de cada día. Es un rostro en medio de la muchedumbre, de fisonomía semejantes, identificado con las clases populares de su barrio. Curtido en el trabajo diario, ese es Rafael Acosta, cuyo sobrenombre es “Juanito”. Su vida, no exenta de penurias, lo ha llevado a realizar labores de cuyo desempeño, en veces, no tiene la menor idea, pero que la necesidad poco a poco le hace entenderlas. Se dice luchador social sin saber bien a bien qué significa serlo.

Dice haber sido trabajador en una película “Las Perfumadas”, donde aprendió el arte de la simulación, que todo político que se respete desempeña a la perfección. Fingir es algo que se trae o no se trae en la sangre, por lo que no debe dudarse que como jefe delegacional en Iztapalapa puede que hiciera un papel decoroso. Su cara ovalada, nariz ancha, labios gruesos, pelo crespo, lo describen como un hombre común y corriente. La característica que lo pinta de cuerpo entero es la banda tricolor elástica que trae ajustada a la cabeza, síntoma de una acentuada egolatría, lo que refrenda al referirse a él mismo en tercera persona, como lo hacían los reyes en el trono de Versalles o los Papas en el Vaticano.

Lo que sí es, que su subida al columpio de la política parece no haberlo mareado. Su popularidad es real, opacando a los demás jefes electos de otras delegaciones. En el momento en que fue ungido como aspirante a la delegación aceptó levantando el brazo diciendo que sí, que competiría en los comicios sabedor de que los votos que lograra no reflejarían que los ciudadanos de Iztapalapa lo querrían a él como delegado, sino a otra persona. Una vez que obtuvo el triunfo, fríamente reculó diciendo que la gente votó por “Juanito” y la gente es la que decide. Es el pueblo el que manda, y con el pueblo todo, reitera, diciendo haber ganado él, sólo él, por decisión de los habitantes de Iztapalapa. Le hace una señal a su líder moral, acotando que AMLO puede opinar lo que guste, y que si le recomienda que no escuche el canto de las sirenas, en tal caso, el mismo Andrés Manuel podría ser una sirena, por lo que concluye: “Juanito tomará su propia decisión sin recibir órdenes de nadie”.

Hay personas interesadas en que Andrés Manuel llegue al más fenomenal de los ridículos. Es para eso que le habrían de proponer a “Juanito” dinero, futuro, gloria y de seguro el trineo de Santa Claus repleto de obsequios. Lo único que tendría que hacer es convertirse en el dueño de la delegación de Iztapalapa. Eso le ha dado la llave mediante la cual sólo debe cerrarle la puerta al lopezobradorismo, lo que le hizo exclamar “a mí nadie me da órdenes. Yo estoy peleando por lo mío, tengo derecho porque he trabajado 33 años en la delegación, defiendo lo que me pertenece”. Dice que son los propios vecinos quienes le han pedido que se quede. El próximo primero de octubre asumirá el cargo, a pesar de las amenazas que dice ha recibido. Doy por entendido que este tema ha sido ampliamente difundido por los medios.

Hasta aquí lo que parece una obra tragicomedia. Expuesto lo cual, diré que las estrofas de la canción “Se te olvida”, interpretada por Javier Solís, pareciera que se inspiró en el distanciamiento que se presume existe entre “Juanito” y AMLO. Esto que se ha convertido en una puesta en escena de cómicos de la legua, que se representa en un solo acto, causa risa por lo tonto de la trama. Escuchemos a Andrés Manuel: “Se te olvida que me quieres a pesar de lo que dices, pues llevamos en el alma cicatrices imposibles de borrar/ Se te olvida que hasta puedo hacerte mal si me decido pues tu amor lo tengo muy comprometido pero a fuerza no será/ y hoy resulta que no soy de la estatura de tu vida y al dejarme casi, casi se te olvida que hay un pacto entre los dos”. A lo que “Juanito” contestaría en esta bufonada: “por mi parte ni siquiera siento pena por dejarte/ que ese pacto no es con Dios”.

Hasta aquí lo que es un imaginario entremés, que hace a los malquerientes de Andrés Manuel frotarse las manos de gusto. Ahora bien, todo esto se reduce a una mise en scene, esto es, una estratagema, añagaza o artimaña para evitar que los enemigos le estorben a “Juanito” la asunción al puesto al que ha sido electo con la consigna de renunciar enseguida. Sería un final apoteósico que consagraría las dotes soberbias de actor que hasta ahora habían permanecido inéditas, que nos dejaría a todos con la baba de fuera.

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