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La bofísima crisis

LOS DÍAS, LOS HOMBRES, LAS IDEAS

Francisco José Amparán

Los más… digamos… experimentados de mis lectores recordarán cómo, en el año de 1971, nos enteramos de la existencia de la palabra (y en qué consiste, que es lo peor) inflación, cuando se abandonó el control de precios del azúcar y ésta aumentó… con lo que empezaron a subir los precios de todo. Ello nos agarró desprevenidos a los hijos del Desarrollo Estabilizador (1952-70), modelito que había mantenido a México con inflaciones debajo del 3% y un dólar a $12.50 perpetuo. Y nos intrigaba cómo se formaba la maldita cadena de pérdida del valor de la moneda, que empezó a abarcar todo. Una vieja anécdota del colega Catón ilustra el punto: cuenta él que llegó un día a un puesto de tacos del que era cliente frecuente, y se encontró con que éstos costaban más que la vez anterior en que los había consumido. Preguntó al taquero el porqué del aumento. Éste le respondió: “Es que subió el azúcar”. Catón replicó: “¡Pero los tacos no llevan azúcar!”. El taquero, sabio como ha de ser quien pasa carne de Firuláis como si fuera de res, afirmó contundente: “No, pero mi cafecito sí lleva”. A buen entendedor, pocas palabras.

El caso es que, según recuerdo, desde principios del Echeverriato empezó a manejarse el concepto de “crisis” para referirse a las disfuncionalidades del Estado y la sociedad de México (y eso que entonces aspirábamos a ser líderes del Tercer Mundo). La palabreja se enseñoreó, y tuvo una concreción muy sólida en 1976, cuando ahí sí se nos vino el mundo encima, el peso se devaluó por primera vez en dos décadas y estuvimos al borde del Golpe de Estado.

La cuestión es que desde entonces no se ha dejado de manejar ese concepto para describir el estado material, mental, emocional y hasta futbolístico de este país. Recuerdo que por allá de los ochenta, una pareja de amigos puso una miscelánea que se llamaba, precisamente, “La Crisis”, como si fuera tan normal como las tradicionales “Lupita” o “Las Quince letras”. Así que, según la conseja popular, llevamos por ahí de siete lustros de crisis. Y lo peor es que ahora se maneja la noción de que se nos viene encima una peor. O sea que éramos muchos y parió la abuela. O bien, al paciente que ha estado años en terapia intensiva lo van a pasar a hacer antesala en Serna. ¿O de qué rayos se trata?

Claro que las cosas se ven duras hoy, y ha habido en el pasado tiempos realmente difíciles, gracias a la inteligencia y sentido de la responsabilidad de nuestros políticos, como ocurriera en 1982, 1987 y 1995, cuando uno podía oír (sin guardar silencio) cómo tronaba la patria. Pero, ¿es lícito (o lógico) hablar de un período permanente de crisis? ¿Que este país ya lleva tres décadas y media en estado crítico?

Habría que aclarar el concepto para ver si nos entendemos… y lo entendemos. Se supone que una crisis es, por definición, un estado temporal: hay una fractura del orden (natural, político, fisiológico), por cambios no previstos y abruptos. Y luego que esos cambios se asimilan (por reparación, adaptación o muerte, a escoger), el período de crisis termina. Así pues, una crisis que dura 35 años (y que se nos vaticina se va a prolongar hasta que el Infierno se congele) es una contradicción en los términos. Más bien, es una vacilada, sobre todo si se ve en el contexto de lo que usted y yo, amigo lector, hemos vivido en ese lapso.

Porque desde 1970 México no ha vivido una dictadura militar como las que constituyeron una plaga en Sudamérica; ni hemos entrado en ningún conflicto bélico. La mayoría de la población no ha sufrido los azotes de la naturaleza ni ha perdido su patrimonio. Cierto, hay muchos pobres… como hace cuarenta años, cuando el PRI campeaba por sus fueros y no quiso o no pudo abatir esa lacra. De hecho, en el presente siglo encontramos el mayor crecimiento de la clase media desde tiempos del Porfiriato. Más gente dejó de ser pobre (o de sentirse como tal, según lo que le dicen a las encuestadoras) desde el año 2000 que en cualquier período semejante del siglo XX. Y eso que estamos en crisis, ¿no?

Con otra: se dice que nuestros retoños son “Hijos de la Crisis”… y los muy desgraciados han tenido acceso a mil veces más cosas (Internet, Xbox, laptops, VCR’s, DVD’s y vaya uno a saber qué otros engendros de nombres exóticos o siglas indiscernibles) que nosotros cuando tuvimos su edad. Han viajado mucho más que uno. Exigen carro en la adolescencia como si ello estuviera consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU. Tienen una expectativa de vida cinco o seis años superior a la nuestra, quizá porque no han tenido que beber los mismos rones y brandis matarratas que nosotros. Pueden entrar a ver películas de adultos sin que les exijan cartilla, y no tienen que esperar dos o tres años a que lleguen los estrenos del extranjero. Y jamás han sabido lo que es echarle más agua a los frijoles para que rindan. ¡Bonitos Hijos de la Crisis! Ya quisiera uno haber vivido así, antes de que se deshiciera aquel sueño de que México era una cornucopia.

El caso es que, ahora que sí nos va a llegar la lumbre a los aparejos (como al resto del planeta, bendito sea mi Padre Dios), el hablar de crisis suena redundante: ¿Qué no es el estado natural del mexicano? ¿No hemos estado viviendo en ella durante décadas? La mayoría de la población mexicana del Siglo XXI ¿no ha nacido, crecido, se ha nutrido y se ha multiplicado (por desgracia con tesón) en una crisis? Por lo tanto, ¿no habremos desgastado tanto el término, que ya esa amenaza se presenta, vilmente, como simple petate del muerto? La cuestión es que se ha sobredimensionado el concepto y ya lo hemos choteado tanto, que ha perdido su valor. Por supuesto que hemos pasado tiempos difíciles, quizá peores que los que se nos vienen encima. Pero todos los hemos solventado hasta con cierto donaire. Tenemos una de las peores, más mezquinas, más cortas de miras y más irresponsables clases políticas que tiene que padecer un país grande, y pese a eso salimos avante. A este país lo han tronado media docena de veces y seguimos como el preclaro señor Johnny Walker, tan campantes. Claro que ha ayudado esa válvula de escape que es la migración a los Estados Unidos. Pero ¿cuántos pueden decir que su nivel de vida ha ido declinando cada año? ¿Saben lo que pasa en Somalia? Ésa sí es crisis permanente, para que vean.

El caso es que, cuando nos dicen que la crisis nos va a alcanzar en 2009, yo lo pongo en tela de duda. La crisis nos ha venido correteando desde hace tanto tiempo, que ya ha de andar bofísima. Y lo más probable es que, con trabajo, dedicación y prudencia, una vez más la dejemos atrás… aunque pisándonos los talones, de acuerdo. Pero creo que todavía tenemos más aire que ella. Consejo no pedido para que la crisis de los cuarenta le dé a los sesenta: Vea “El huevo de la serpiente”, de Ingmar Bergman, sobre una sociedad (ésa sí) en crisis terminal, como era la Alemania de Weimar. Provecho. Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

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