En estos días de holganza, que deberían ser de recogimiento y meditación espiritual para los seres humanos, nos olvidamos de que hace poco más de 2000 años que un hombre fue llevado al Cerro del Calvario donde sería crucificado después de ser brutalmente flagelado y caminado por la vía dolorosa cargando su propia cruz. ¿Qué ha sido de la humanidad de entonces a ahora? Un bebé que nació en un humilde pesebre iluminaría con su paso sobre la faz de la Tierra a las naciones del mundo, que trajo un mensaje de paz y de amor. ¿Habrá de nacer una y otra vez y seguiremos necios destruyéndonos, en una ciega y encarnizada lucha contra nosotros mismos? ¿Se repetirá por toda una eternidad el suplicio sin que hagamos caso? Será llevado de Herodes a Pilatos entre gritos de la chusma ansiosa de verle colgando de los clavos que perforan la piel de brazos y pies. Volverá a representarse el drama en un tiempo en que la humanidad no ha entendido qué significa eso de "amaos los unos a los otros". Estamos ciegos por atesorar riquezas sin siquiera voltear a ver a nuestros semejantes que viven en condiciones deplorables, en medio de la indigencia.
Las veo pasar avanzando con chiquillos cogidos de la mano, matronas que acuden a recibir una limosna conservando su status de pordioseras como si el escaso dinero que les reparten no fuera suyo, producto del esfuerzo de otros mexicanos más afortunados. Una dádiva en vez de un empleo, una caridad en vez de un reparto justo de la riqueza nacional. Un regalo disfrazado de buena voluntad del Gobierno que les escatima el acceso a una felicidad compartida. Los villancicos a todo lo que dan sin importarles que esta no sea una Nochebuena para millones de seres que recibirán al Niño Dios con hambre de justicia. El Niño Dios ha nacido en Belén, quiere nacer en nosotros también/ sólo los pobres y humildes le ven, sólo el amor nos conduce hasta Él/ hay en los cielos mensaje de paz, para los hombres de fe y de buena voluntad. Este villancico es un canto de júbilo para alabar a Dios, pero conserva la carga de generaciones de pobres que descubren con ojos azorados que la Navidad es para los que cuentan con recursos económicos.
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En Monterrey se están perdiendo las formalidades y el respeto que se merecen entre sí los partidos políticos. En una dura reconvención la bancada del PRI en el Congreso del Estado de Nuevo León, le dice a los del PAN que los diputados están para trabajar no para hacer payasadas. Luego los conmina a que se pongan a trabajar, y que si desean hacer teatro de comedia se trasladen al Teatro Blanquita. Por un lado los moteja de caricatos para luego calificar su actuación en el cuerpo colegiado como gente socarrona que actúa con astucia, acompañados de una burla encubierta. La postura priista, dice la nota, surgió luego de que el viernes pasado la bancada panista escribió su carta a Santa Claus, pegando un letrero, adornado con motivos de la temporada decembrina, en los accesos a sus oficinas junto al arbolito, que dice "queremos de Navidad un gobernador", adornado con la fotografía del mandatario estatal Rodrigo Medina con gorrito navideño. Palabras muy duras en un dirigente político dirigidas a compañeros de curul.
Lo que calentó al pastor priista para que soltara sus desatinos, fue que los panistas se levantan de la mesa de diálogo donde se está discutiendo el presupuesto para la entidad, pero su admonición lo llevó a hacer afirmaciones que ojalá y fueran ciertas, pues dijo muy orondo que mientras el PAN pretende dividir, la bancada del PRI está pensando en las necesidades de los ciudadanos. ¡Recorcholis! no se midió este diputado neolonés. No se sabe, de la información de los hechos que se dieron a los lectores en los periódicos, si la molestia del dirigente del PRI es por que no le aprueban el presupuesto, lo que dio origen a que dijera cosas fuera de lugar, o el hecho de que los panistas pidan como regalo a Santa Claus, personaje creado por la mercadotecnia, un gobernador. En cualquiera de esas hipótesis, nos parece exagerado se propase el congresista de la manera como lo hace donde sólo faltó que les diera de palmetazos en el dorso de las manos. Las reglas de cortesía, entre iguales, sin duda pueden romperse llegándose a usar un lenguaje áspero, pero llamarles bufones es expresar un sentimiento carente del mínimo respeto que se merecen sus colegisladores. A menos que las reprimendas sean comúnmente en ese tenor y ya se hayan acostumbrado a ser regañados. En cuyo caso, esperemos que llegue un momento en que como castigo los paren en un rincón con orejas de burro cual si se tratara de párvulos de un kínder garden.