Es imposible evitar la nostalgia al transitar por las Carolinas y ver cómo poco a poco van demoliendo el Estadio Corona. Cada ladrillo que cae representa un "pedazo" de la historia del futbol en la Comarca Lagunera, pero sobre todo, esas ruinas de concreto encierran muchas historias de aficionados que cada domingo religiosamente acudían al coso de las Carolinas.
En ese lugar se escribieron miles de historias llenas de alegrías y tristezas. Historias que no sólo tienen que ver con los campeonatos obtenidos por el Santos o con los goles que alguna vez ahí anotaron Juan Flores, Borguetti y Vuoso, sino con recuerdos que marcaron muchos momentos de familias y amigos.
En lo personal, fue a inicios de la década de los ochenta cuando por primera vez entré al estadio, que por ese entonces se llamaba Moctezuma. No recuerdo cuál fue el primer juego que presencié, seguramente habrá sido un partido de exhibición entre veteranos del Laguna y el Torreón.
Incluso antes de que llegara el futbol profesional fui en varias ocasiones al Corona para presenciar espectaculares funciones de Lucha Libre con las estrellas del Toreo de Cuatro Caminos y la Arena Coliseo.
Fue en 1983, yo tenía 9 años, cuando el futbol profesional regresó a la región con la participación de un modesto equipo que llevaba como nombre Santos Laguna IMSS. Fue también la primera vez que no alcancé boleto cuando el equipo albiverde disputó la final para ascender a la Segunda División A. En ese entonces el máximo goleador del equipo era José Luis Rodríguez "El Puma". Recuerdo la frustración de haberme quedado en compañía de mi señor padre (q.e.p.d.) fuera del estadio mientras los aficionados coreaban los goles.
Cómo olvidar los clásicos cuando se enfrentaban el Santos y el extinto Panteras. Los juegos en Segunda División donde Hugo León era un peligroso extremo y siempre perdíamos la semifinal jugando de visitante contra el Tecomán.
Recuerdo varias veces haberme colado a la cancha del Corona cuando los partidos habían terminado. Ahí junto a otros niños se hacían las clásicas "piquitas" de futbol hasta que la noche nos cubría con su manto y era hora de abandonar el estadio.
Ya en primera división gozar con los desbordes de Dolmo Flores, sufrir con los errores de Silvino Román y vivir siempre con la sombra del descenso. En ese entonces no había dinero para armar un buen equipo. Los aficionados del Santos éramos unos románticos que nos conformábamos con ganar de local porque cada visita era una derrota segura.
El Santos sucursal de Honduras, la "Banana" Ortiz como el eterno entrenador y el "Topoyo" Orozco como nuestro máximo goleador. Esa era la realidad bizarra de quienes cada domingo soportábamos las incomodidades de un estadio que hasta en su zona más cara, plateas, era un suplicio y un verdadero acto de sacrificio para ver el futbol.
Por sus pasillos Marín como el eterno vendedor de cheves, quien siempre amenazaba con "tirarlas" si nadie las compraba. Ya en los noventa la historia fue otra, llegaron los campeonatos y la mercadotecnia se hizo presente. El Corona no era ya un escenario digno para un equipo triunfador que incluso tiene seguidores fuera de La Laguna.
Es cierto, urgía un nuevo estadio. Mañana el TSM abrirá sus puertas y una nueva historia se escribirá. El Corona como toda historia romántica llegó a su fin, pero muchos nunca podremos olvidar que algún día en las Carolinas hubo un estadio que fue conocido como "La Casa del Dolor Ajeno".
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