La asociación Mexicanos Primero ha puesto a circular su reporte sobre la educación en México. Una radiografía que pinta, una vez más, la catástrofe de nuestro régimen educativo. Un sistema que niega oportunidades a México, un sistema que excluye a millones del acceso al presente, un sistema al servicio del estancamiento. La escuela ya no es un hoyo oscuro: cada día sabemos más lo que pasa dentro del salón de clase y lo que resulta de su actividad. Los datos que se acumulan, la multitud de pruebas y nacionales e internacionales ponen en blanco y negro la extrema gravedad del problema educativo en México. El reporte de esta activa organización social se suma a ellos, concentrándose en los indicadores de calidad educativa: aprendizaje de los alumnos, permanencia en el trayecto escolar, profesionalización de los maestros, supervisión del desempeño de las escuelas, participación de los padres en la gestión escolar.
El régimen educativo mexicano es resultado de una política que ha subordinado durante décadas la educación a otros propósitos. Alguien dijo, en tiempos no tan lejanos, que el campo estaba bien organizado para cosechar votos, no verduras. Algo parecido podría decirse de la escuela: una columna de la gobernación, antes que un formador de la inteligencia nacional. Escuelas para la legitimación política y el combate ideológico. El foco ha estado en lugar equivocado. Dando la espalda a los alumnos, no los han considerado jamás el centro de su atención. Se han perfilado a atender el interés del Estado o las demandas contractuales de los maestros. Escuelas ciegas a las transformaciones del mundo y sordas a las exigencias del entorno. Un niño de primaria aparece así como un accesorio del mobiliario escolar. No el propósito de la educación, sino apenas el ocupante de sus instalaciones.
Podemos ver así al alumno como víctima de un perverso régimen educativo. Atrapado en un enjambre de negociaciones, acomodos y transacciones, el alumno es el personaje olvidado del proceso. Un niño puede matricularse en una escuela pero todo indica que no recibirá una educación que lo haga contemporáneo del mundo, una educación que le permita entender su entorno e insertarse exitosamente en él, una educación que le ayude a detectar sus talentos y le ofrezca una plataforma para proyectarlos. Fraude cotidiano a cada uno de ellos; fraude cotidiano al país. La escuela entretiene pero no forma; acoge alumnos y jóvenes en sus instalaciones pero no les ofrece una educación de calidad. Engaño a los estudiantes y engaño a México. El derecho a la educación se viola cotidiana y silenciosamente al no ofrecer pistas reales para el cultivo de conocimiento y la formación de capacidades.
La conclusión del reporte de Mexicanos Primero tiene el tino de adelantar la conclusión desde el título: "Contra la pared". Ese es, en efecto, el resultado del régimen educativo mexicano: coloca a millones de niños frente a un muro. En lugar de que la escuela sea una ventana que conecta con el mundo, un puente que comunica ciencia, un espacio abierto donde se aviva la imaginación y la creatividad, es una muralla infranqueable. La escuela como clausura de oportunidades. El alumno mexicano se enfrenta a esa cerca, se da de golpes con ella y finalmente se aleja. Esa es una de las advertencias del reporte: cada año los millones de estudiantes rompen el vínculo con una educación que no les sirve. Más de la mitad de los jóvenes mexicanos (entre 15 y 18 años) han roto ya con la escuela. Para todos ellos, la promesa de la educación resultó un embuste. Al ver el proceso educativo como una secuencia, tal y como nos invita este reporte, podremos percatarnos de los efectos catastróficos de este régimen. La catástrofe educativa no es mera desgracia del ecosistema escolar. La catástrofe de la educación sella como maldición permanente la catástrofe nacional. Vale decirlo de nuevo: el desarrollo del país no está en los líquidos del subsuelo, ni en los recursos de los partidos políticos, ni en las tasas impositivas: está, sin lugar a dudas, en la educación. Ahí está la plataforma de la innovación y del crecimiento, la pista de la equidad, el abono de la ciudadanía. Pero nosotros seguimos empeñados en anclar la postración en nuestras escuelas.
Y frente a la catástrofe, la parsimonia de las autoridades políticas. Una discreta retórica reformista y acciones blandas, tímidas. Ningún sentido de urgencia se extrae del mensaje o de la acción gubernamental. Como si apenas necesitáramos de la remodelación de algunos salones de clase, como si tuviéramos simplemente que actualizar algún plan de estudio, o cambiar tres o cuatro pizarrones, se tratan los problemas del sector con vacilación y miedo; sin prisa y, por supuesto, sin tocar los intereses creados que vetan el cambio. Los datos de alarma son desdeñados y cubiertos de inmediato por reparadores elogios al histórico patriotismo de los maestros, y la donosura de su amada guía.