Este año que comienza, 2009, luce a todas luces incierto. En el país y por ende, en nuestra región nos encontramos en una situación convulsa, que desalienta a cualquiera. Se suceden choques sin cuartel que no parecen tener término de manera pronta: puede creerse fácilmente que se ha desatado un monstruo de mil cabezas. Por otro lado, el modelo económico que nos ha regido en los últimos doscientos años se resquebraja en todo el mundo y empieza (¿o sigue?) una escalada de miseria y desempleo. Por eso resulta difícil empezar los días de enero con cierta esperanza.
Sin embargo ha habido momentos, probablemente, más difíciles que éstos. Por ejemplo, ¿cómo se habrán experimentado los cambios de año durante la Revolución Mexicana o las dos grandes guerras mundiales? Me imagino la incertidumbre que sufrieron hombres y mujeres al final de 1910, 1914 o de 1939 al no poder saber cuánto tiempo iba a durar ese sin-sentido que es la guerra y todas las dificultades que se derivan de la misma: empleo escaso, falta de recursos económicos, problemas psicológicos, entre muchos otros. En estos días releí un libro de Víctor Frankl, que descubrí hace mucho tiempo: El hombre en busca del sentido, un impresionante documento publicado por primera vez en 1946, al término de la segunda guerra mundial, por este médico vienés especializado en neurología y psiquiatría que estuvo como prisionero en Auschwitz. ¿Cómo se puede sobrevivir cuando se ha perdido prácticamente todo? Frankl desgrana la respuesta a través del análisis de su experiencia y de sus compañeros en el campo de concentración, pero se puede resumir de manera muy sintética en esta sentencia: “Al hombre se le puede arrebatar todo salvo la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino”.
¿Qué fueron encontrando Frankl y sus camaradas prisioneros en este duro encierro? ¿Qué los alentó, cotidianamente, a soportar toda clase de sufrimientos y de humillaciones? Cuestiones muy sencillas, pero complejas en ese contexto: por ejemplo, cultivar el sentido del humor y la curiosidad como medidas de protección; desarrollar, a pesar de todas las dificultades, una profunda y rica vida espiritual e intelectual (comenta, incluso, cómo personas de constitución física más débil, eran capaces de aislarse del terrible entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y aguantar mucho más que algunos fornidos); dar significado a lo que tenemos enfrente: la naturaleza, la familia, los seres más queridos; apreciar en toda su magnitud los pequeños placeres cotidianos: bañarse, comer, dormir. Recoger del pasado lo que contribuye a la vida presente, sin dejar por ningún motivo, de tener a ésta como la trascendental. Dice él mismo: “… despojar al presente de su realidad entrañaba ciertos riesgos. Resultaba fácil desentenderse de las posibilidades de hacer algo positivo en el campo y esas oportunidades existían de verdad”. Quizá lo que más le sorprendió a Víctor Frankl es que dentro de esa miseria y desolación, había hombres que iban de barrancón en barrancón consolando a los demás y dándoles el último trozo de pan que les quedaba.
Este psicoterapeuta también comprendió y admitió que el sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, como no pueden apartarse el destino o la muerte. Sin todos ellos la vida no es completa.
Es común asociar a los campos de concentración una de las mayores privaciones, en todos sentidos, que hayan podido tener seres humanos. Y sin embargo ahí, hubo personas que con todas las circunstancias adversas, decidieron dotar de significado a su vida. Este sentido es algo extremadamente personal, pues lo que para uno puede ser distintivo, para otra persona no lo es; no obstante, fue la búsqueda de este camino lo que permitió la sobrevivencia de algunos hombres y mujeres de esa época.
¿Qué nos podría decir Víctor Frankl hoy, en este año que comienza? Pues que aún cuando se ve difícil en algunos aspectos, puede facilitar en gran medida la introspección personal y colectiva. Quizá nos revelaría que, de algún modo, las circunstancias nos empujan a una búsqueda del sentido: frente a la violencia imperante, es innegable que valoramos más la vida propia y de nuestros semejantes, para lo que es necesario exigir el derecho a la paz; ante una economía voraz que no ha podido dar respuestas a las mayorías, urgen propuestas creativas que tomen en cuenta las necesidades reales de la población y no las creadas para una minoría.
Quizá nos manifestaría que la alegría y esperanza que se vislumbra para 2009 es la que puede surgir desde lo más profundo de nuestra condición humana y la riqueza dependerá de lo que trabajemos desde nuestra interioridad.
Así pues, tengamos la certeza y la confianza de que podremos dotar de sentido a este 2009. ¡Muy feliz año a todos y todas!
lorellanatrinidad@yahoo.com.mx