¡Pronto! Sin consultar ni asomarse por la ventana ni preguntarle a nadie, responda: ¿en qué fase lunar nos encontramos hoy? Apuesto doble contra sencillo a que la inmensa mayoría de mis lectores o lo ignora, o no le atina (las probabilidades son de una en cuatro, después de todo). Y ello se debe a que el hombre ha dejado de ver el cielo.
(Para no estarse mordiendo las uñas hasta la noche: es cuarto creciente, mañana será luna llena).
Lo cual constituye una auténtica novedad. Desde que el hombre es hombre, durante las noches su vista se ha dirigido arriba para escrutar ese sublime espectáculo e interrogarse sobre sus misterios.
De hecho, quizá desde antes de que el hombre fuera ídem: en la novela "2001: una Odisea espacial", Arthur C. Clarke presenta un pitecántropo que se distingue del resto de su manada porque en las noches se la pasaba viendo a la Luna, no escondido en una cueva o echando aguas sobre la llegada de los leopardos.
Y es precisamente a Moonwatcher al que el monolito selecciona para que inicie el uso de herramientas y nuestro largo y sinuoso camino hacia el estatus de Homo Sapiens Sapiens.
En la Antigüedad la observación de los cielos tenía varios sentidos muy precisos: desde un inicio, los humanos comprendieron que los ciclos de la naturaleza (estaciones, tiempo de secas, temporada de lluvias) tenían correspondencia con los ciclos cósmicos. Cuando surge la agricultura, y la alimentación depende precisamente de conocerle las mañas a esas periodicidades, entonces la observación de los astros y la creación de calendarios se volvió asunto de vida o muerte.
De ahí proviene la (aparentemente ociosa) manía de marcar los solsticios de todas las formas posibles, y en todo el mundo, de Stonehenge a Chichén Itzá. Saber cuándo ya no habría heladas, o en qué fechas debían empezar las lluvias, eran asuntos cruciales para que las sociedades sedentarias agrícolas urbanas pudieran mantenerse y desarrollarse: de ahí surge la civilización como la conocemos
En la Antigüedad algunas sociedades desarrollaron mejor que otras sus conocimientos de lo que ocurría allá arriba.
Por observación a ojo pelón, la mayoría llegó a entender que el año dura unos 365 días.
Otros más perspicaces incluso llegaron al concepto del ajuste al bisiesto. Sobraron las que mezclaron los movimientos de los dos astros más luminosos, y crearon calendarios que combinaban el solar con el lunar (como los chinos, judíos y musulmanes).
Los mayas, quizá como medida desesperada para entender por qué su civilización se iba por el caño, llegaron a la extravagancia de crear un calendario basado en el planeta Venus (lo que no los ayudó mayormente, ya que quizá ellos eran los responsables de su decadencia, vía el ecocidio de su entorno combinado con un largo período de sequía).
Los egipcios no nos dejaron muchos datos sobre sus conocimientos de astronomía (que no hay que confundir con astrología: la astronomía es una ciencia basada en hechos observables y leyes naturales; la astrología es una creencia para bobos, que piensan que su vida es regida por los astros y las lentejuelas de las capas de Walter Mercado).
Pero a últimas fechas se han hecho descubrimientos fascinantes. Por ejemplo, algo que siempre sacó de onda a los arqueólogos es que la última de las tres grandes pirámides de la llanura de Ghizé está ligeramente fuera del eje de referencia del trío, que es perfecto en el caso de las primeras dos. ¿Cómo pudieron equivocarse así quienes hicieron esos monumentos, con tanta precisión en todos los demás sentidos? La respuesta, amigo lector, la puede ver hoy por la noche, observando el conjunto de estrellas que llamamos el Cinturón de Orión: la estrella de a mero abajo está ligeramente fuera de alineación con respecto a las otras dos
¿Por qué se nos ha quitado ese interesante rasgo? Bueno, porque muchos de los misterios que embobaban a nuestros ancestros han dejado de serlo para nosotros.
El primer aguafiestas fue Galileo Galilei hace precisamente cuatrocientos años, cuando construyó el primer telescopio y empezó a descubrir que nuestra vieja, buena Tierra, era un planeta como otros que andaban rodando por ahí. Al mismo tiempo Copérnico comprobaba matemáticamente lo mismo, y tuvimos que resignarnos a nuestra condición de ser de la perrada cósmica, del montón. Y ése fue sólo el comienzo.
Al rato Newton nos ayudó a predecir lo que antes parecía vil capricho, y el Universo se nos empezó a hacer grandote-grandote
Además, las civilizaciones pasaron de ser mayoritariamente rurales y agrícolas a urbanas e industriales. Ello tuvo varias consecuencias: menos interés en ver el cielo (la fábrica abría de cualquier manera, y el carbón puede ser extraído de la tierra en primavera o invierno); y la iluminación artificial, desde hace un siglo, priva a los habitantes de las ciudades de la posibilidad de ver un 95% de los astros nocturnos.
No hay nada que me quite más el aliento cuando vacaciono en la Sierra de Durango (aparte del miedo a los narcos y las bofeadas recorriendo los túneles) que la azorada visión de la Vía Láctea, nuestra barriada estelar, que en aquellos lares sin iluminación eléctrica se presenta como un baño de leche sobre el cielo, y que parece que uno puede tocar si alarga la mano.
Aquí en la ciudad ni siquiera se percibe
Conservamos algunos resabios de cuando nuestro interés en el cielo era mayor (y tenía mayor importancia): muchos calendarios, ya sean de talleres mecánicos o de la Miscelánea Las Quince Letras, siguen trayendo marcadas las fases de la luna, que constituían un indicador importante para los agricultores, pero que para las flores de asfalto nos parecen una excentricidad. Todo el mundo conoce su signo del zodiaco, aunque no crea en sus capacidades de determinación del destino
Total, que en este Año Internacional de la Astronomía, deberíamos voltear más seguido al cielo, y buscar la sintonía que tenemos con la música de las esferas celestes. Buena falta que nos hace. Consejo no pedido para que lo consideren un meteoro: Lea "Cosmos", de Carl Sagan, una amena e interesante incursión a la inmensa realidad que hay más allá. Provecho.
Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx