Hace muchos años, el personaje que da origen a esta columna hizo su debut en la Primera División del futbol mexicano. Se trataba de uno de esos torneos veraniegos donde los clubes aprovechan para realizar la pretemporada y de esa forma, en la entonces llamada "Bombonera" de la capital del Estado de México, se enfrentaron el Toluca contra el desaparecido equipo llamado Laguna, el cual tenía su asiento en la ciudad de Torreón.
Tras una carrera breve, no más de cuatro años en el máximo circuito, llegó la hora de un retiro prematuro al recibir la oferta de incorporarse como gerente a los Pumas de la Universidad. Como juez en el balompié, se caracterizó por un profundo conocimiento de las reglas de juego y por una personalidad carismática que le acompañó por siempre.
En aquella tan recordada final entre América y Cruz Azul, donde los celestes golearon 4-1 a los azulcrema, allá por los inicios de los años 70s, integró la primera tripleta arbitral con jueces de Primera División en la historia, acompañando en la banda al central Arturo Yamasaki y en la otra línea a Mario Rubio.
En su faceta de dirigente le tocó la transición por la cual los Pumas dejaban de pertenecer a la Universidad para conformarse como un patronato. Fruto de esa inyección económica y de la venta del volante Antonio de la Torre al América, fue que se pudo contratar a dos de los mejores futbolistas que han venido a México: Evanivaldo Castro "Cabinho" y Spencer Coelho.
Siendo entrenador Carlitos Peters, le tocó a nuestro amigo viajar a Brasil para cerrar la operación y traerse, literalmente, casi casi de la mano a esos extraordinarios atletas. De ahí nació una respetuosa y entrañable amistad.
Fue que de esos andares nació, en un servidor primero y luego en Eduardo mi hermano, el amor por esa ingrata profesión que es el arbitraje. Durante los años que duraron nuestras respectivas carreras, siempre contamos con el consejo práctico, el regaño severo y el elogio entusiasta de este hombre que de esos menesteres sabía una barbaridad.
Con los años, esa sapiencia lo condujo a dirigir la Escuela Nacional de Arbitraje y muchos jóvenes aspirantes pudieron abrevar en la fuente de sus conocimientos. Generoso en la enseñanza, hasta el día de hoy algunos de sus pupilos dirigen en la máxima categoría y otros, que quizá no tuvieron la misma suerte, reconocen que su ejemplo les ha servido para incorporarlo como parte de su formación personal.
El día de hoy este hombre ha dejado de existir pero deja la huella imborrable de su sonrisa, de su alegría para vivir la vida encontrando siempre la forma amable de pasarla.
¿Defectos? Muchos, indudablemente, pero en la balanza final pesarán mucho más sus virtudes.
Descanse en paz don Arturo Brizio Ponce de León, mi amigo, mi guía, mi padre.
Apbcarter_1@hotmail.com