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La crisis de los rehenes: 30 años

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

Este noviembre está pletórico de efemérides interesantes. Como le dedicamos dos entregas a la caída del Muro, vamos a ponernos al corriente.

Para empezar, hagamos un pequeño ejercicio: tome un atlas o el globo terráqueo que compró en liquidación y ha estado acumulando polvo en el escritorio de su hijo, quien nunca ha despegado la vista del X-Box para preguntarse siquiera cómo es su mundo. Ahora localice Irán: es un país con forma de caracol, situado en el Oriente Medio. Ahora vea qué país se halla al oeste (la izquierda, si nunca se aprendió los puntos cardinales). ¿Ya? Sí, es Irak. Proceda a mover el dedo hacia el oriente (la derecha) y se topará con... sí, Afganistán. Ahora váyase al sur (p'abajo). Esa lengua de agua, casi encerrada, es el Golfo Pérsico. A sus orillas se encuentra entre el 35 y el 40% de las reservas de petróleo del planeta. Para terminar, vea qué hay al norte (p'arriba). Si su atlas o globo es moderno, encontrará países con nombres como Azerbaiyán o Turkmenistán. Pero durante 70 años ahí estuvo la URSS, el feo y grandote oso soviético.

Con tan sencillo ejercicio de geografía se habrá dado cuenta de la importancia estratégica del País de los Arios (que es lo que significa Irán). Razón por la cual, desde la Segunda Guerra Mundial se volvió una pieza importante en el ajedrez geopolítico planetario.

Durante ese conflicto, la Gran Bretaña y la Unión Soviética destronaron al Emperador (o Sha) en funciones, alegando que tenía inclinaciones nazis; y en su lugar pusieron a su hijo, Mohammed Reza Pahlevi, un chamacuelo al que se le daba muy bien la crueldad y el servir de títere. Tanto, que permitió la ocupación británica y soviética de su país sin mayores escrúpulos: después de todo, a ellos debía que su imperial trasero ocupara el Trono del Pavorreal (pomposo nombre de la monarquía iraní).

Como parte del arreglo, los poderes del Sha eran moderados por un Primer Ministro, electo de manera relativamente democrática. En 1951 el puesto fue ocupado por un ferviente nacionalista, Mohammad Mosaddeq; el cual procedió a nacionalizar la industria petrolera iraní, en vista de que las compañías transnacionales no habían querido ceder un ápice de sus leoninas prebendas. Por supuesto, los afectados no se quedaron con los brazos cruzados: el petróleo iraní resultó boicoteado en los mercados internacionales.

No sólo eso: a instancias de los británicos, la CIA empezó a planear cómo echar a Mossaddeq, a quien veían como un obstáculos sustancial para sus designios. Finalmente, metiéndole mucho dinero al asunto, lanzaron la llamada Operación Ajax, un ejemplo de libro de texto de cómo subvertir una sociedad en calma. El Golpe de Estado orquestado por los chicos de Langley funcionó como reloj, y el 19 de agosto de 1953 Mossaddeq fue derrocado. Luego lo sometieron a un juicio en el que estuvo permanentemente drogado (al parecer, uno de los primeros usos del LSD por la CIA) y sentenciado a reclusión domiciliaria. Murió en 1967 sin haber salido de su casa. El Sha asumió plenos poderes y se convirtió en la pieza clave de los intereses norteamericanos en el área. Sin embargo, muchos iraníes nunca olvidaron el papel que EUA jugó en la caída del popular Mossaddeq.

Durante los siguientes 25 años, el Sha fue el niño mimado de los Estados Unidos en esa área. La brutalidad del régimen y su Policía Secreta, la SAVAK, eran soslayados. El ejército iraní recibió ferretería de primer nivel, convirtiéndose en el quinto ejército del mundo en cuanto a armamento: después de todo, era lo único que se interponía entre los blindados soviéticos y el Golfo Pérsico. Apoyando los proyectos de modernización del Sha, Estados Unidos y la Gran Bretaña facilitaron el ingreso a sus universidades de estudiantes iraníes, que en la segunda mitad de los setenta pululaban en los campus de instituciones occidentales grandes y pequeñas.

Pero los grandiosos planes del Sha se vinieron abajo como un castillo de naipes a partir del otoño de 1978. Estudiantes y clases medias urbanas tomaron las calles para demandar mayores derechos y libertades. En esta ocasión la represión no sirvió de nada: el movimiento fue creciendo, alimentado por clérigos y paisanos religiosos que nunca habían tragado los intentos modernizadores (occidentalizadores, para todo propósito práctico) del Sha. En febrero de 1979 el Sha tuvo que partir al exilio, del que nunca regresaría. Se proclamó la república y empezó una pugna entre los progresistas laicos y los clérigos shiitas, encabezados por el Ayatholla Ruholla Khomeini, que querían transformar a Irán en un Estado islamista regido por la Shar'ia o código legal contenido en el Corán. Ya para el otoño de 1979, era evidente que los religiosos iban ganando la partida.

Fue entonces cuando un grupo de estudiantes decidió pegarle a quien veían como el principal enemigo de la Revolución Islámica: los Estados Unidos. Y el 4 de noviembre de 1979, hace 30 años, un grupo de varios cientos de ellos procedió a asaltar la embajada norteamericana en Teherán. Violando todo convenio internacional, se apoderaron de edificios y diplomáticos. Como condición para soltarlos pusieron una serie de demandas, que incluía entregar al Sha (entonces bajo tratamiento médico en Nueva York) para que fuera juzgado. La Administración de Jimmy Carter se rehusó. Las negociaciones se vinieron abajo, y 52 miembros del personal de la embajada (todos hombres blancos: mujeres y negros fueron soltados a los pocos días) permanecieron, para efectos prácticos como rehenes, durante más de un año: 444 días, para ser precisos.

Durante ese tiempo, la Administración Carter se cayó a pedazos. El desprestigio por no poder liberar a los rehenes minó la reputación y prestigio del cacahuatero. Los republicanos tuvieron un día de campo pintándolo como indeciso, débil, pusilánime y dientón (que eso sí era). Para colmo, 1980 era año de elecciones y los republicanos presentaban un candidato formidable: Ronald Reagan. Carter se encaminaba a perder la reelección.

Por ello ordenó una operación para rescatar a los rehenes, nombre código "Garra de Águila". En realidad, fue una garra de operación: era tremendamente compleja, dependía de factores tirados de los pelos y estuvo señalada desde el principio por la mala suerte. El 24 de abril de 1980, ya en territorio iraní, el comandante de la misión decidió abortarla ¡porque no había suficientes helicópteros! En el relajo de la retirada, un helicóptero chocó contra un avión Hércules C-130. Murieron ocho soldados y pilotos. El resto de la misión puso pies en polvorosa, abandonando equipo, documentos y vehículos. Bonita operación de rescate. Ahí quedó la reelección de Carter.

El cual recibió una última humillación: luego de arduas negociaciones, los rehenes fueron liberados el 20 de enero de 1981... minutos después de que Reagan había tomado posesión. Ni ese gusto le dieron al ingenuo Jimmy.

Irán y Estados Unidos no han tenido relaciones diplomáticas desde entonces. La crisis de los rehenes fue el telón de fondo para el apoyo norteamericano a Saddam Hussein en su larga guerra contra Irán (1980-88): en aquel entonces, los ayathollas eran el enemigo. Y ello explica la mala sangre que sigue existiendo entre ambas naciones... lo que no ayuda mucho a la estabilidad de este maltratado planeta.

Y todo empezó hace 30 años este mes.

Consejo no pedido para tomar de rehén a una porrista de Nueva Orleans: Vea "Casa de arena y niebla" (House of sand and fog, 2003), en la que mucho de lo que ocurre es consecuencia de que uno de los protagonistas... es un exagente de la brutal SAVAK. Provecho.

Correo:

Anakin.amparan @yahoo.com.mx

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